En Él está nuestra
esperanza. No hay otra esperanza que
nos llene, nos dé gozo y alegría y plenitud de felicidad eterna. El mundo,
demonio y carne tratarán de seducirnos, de engañarnos y de oscurecer nuestro
camino, pero, no ha nacido – acabamos de celebrarlo en estos días – un Redentor,
un Niño Dios encarnado en Naturaleza Humana como nosotros, menos en el pecado,
que nos alumbra, ilumina y señala el Camino, la Verdad y la Vida.
Juan, en su prólogo, nos da testimonio con su palabra de esta realidad.
Jesús. el Niño Dios nacido en Belén – ha venido para salvarnos, para liberarnos
de la esclavitud del pecado y para darnos plenitud de gozo y alegría eterna. Él
es quien nos bautizará – nos lo dirá Juan el Bautista – con el Espíritu Santo.
El mismo Espíritu Santo que Él recibió en el Jordán, y que nos acompañará el
resto de nuestra vida para asistirnos, fortalecernos e iluminarnos el Camino,
la Verdad y la Vida que nos lleva junto al Dios Padre.
Creamos, pues, su Palabra, su venida y recibámoslo con nuestros corazones abiertos a la acción del Espíritu Santo para que nuestra fe, asistida en Él, sea firme como roca.
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