Había sido presentado
por su Padre en el Jordán: Recordemos su bautismo de agua por Juan – Mt 3,
13-17 – y las Palabras venidas del Cielo: «Este es mi Hijo
amado en el que me complazco».
Ahora, en cambio,
se presenta el mismo, impulsado por el Espíritu Santo, después de leer el rollo
del Profeta Isaías que le habían entregado para su lectura. Desenrollándolo,
encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a
proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la
libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Enrollando el
volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos
estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de
oír, se ha cumplido hoy».
Observando sus palabras, intuimos que es Él ese del que habla la Escritura. Y que podemos decir
que Jesús se autoproclama el Mesías prometido y enviado. Como podemos observar
todo se va cumpliendo tal cual está profetizado: Su nacimiento de una Virgen en
Belén; La estrella y adoración de los magos de oriente; su presentación en el
Templo y la profecía de Simeón; su bautizo en el Jordán y la voz del Cielo que
le señala como el Hijo en el que se complace el Padre; y ahora, el mismo asume
y revela su identidad de Hijo de Dios.
También nosotros
hemos sido bautizado con el mismo Espíritu Santo, y, aunque no lo hayamos oído ni
visto, el Padre nos acoge complacido como sus hijos. Y, lo más importante,
asistidos en el Espíritu Santo, tenemos la misma misión, de dar a conocer esa
Buena Noticia de amor y misericordia con la que nuestro Padre nos salva.
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