Jesús no puede
estar ya sólo. La gente le sigue, le busca y le rodean. Han oído y saben por
muchos que cura y sana a la gente enferma. Todos los que padecen de algo acuden
a Él, tratan de tocarlo esperanzados en ser curados. Muchos incluso le
gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios».
Han pasado más de
dos mil años, y, quizás de otra manera, pero muy parecida, muchos se acercan al
Señor buscando solucionar sus problemas o enfermedades. Y Jesús no ha venido
para aliviar nuestras cruces, ni tampoco a solucionar nuestros problemas. Ha
venido para dar sentido a nuestras vidas, y para que podamos aceptar con
esperanza nuestros problemas y enfermedades para luego, si creemos en su
Palabra, disfrutar eternamente junto a Él en la Casa del Padre.
En consecuencia, nuestra
meta no está en este mundo. Por lo tanto, llegará un momento que lo tendremos
que dejar. Bien sea porque la edad así nos lo exige, por una temprana enfermedad
o accidente de cualquier tipo. Y nuestro camino no termina ahí, vamos a la
verdadera vida, que no acaba nunca, que es eterna. Y en la que nuestra
situación dependerá de cómo hayamos vivida en esta.
Por tanto, esa es nuestra esperanza. Sabemos, por la Palabra de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que nuestro Padre Dios es bondadoso y compasivo, y su Misericordia es Infinita, y, apoyados y esperanzados en su Infinito Amor, acudimos a Él.
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