Así de sencillo,
todo consiste en saber donde te encuentras y qué clase de tierra eres. Porque,
dependiendo de donde te coloques y la tierra que recibas, tus raíces darán o no
darán frutos.
Te pones a la
orilla del camino. Es decir, frecuentas malos ambientes, te individualizas, y
al escuchar la Palabra, Satanás te seduce, se lleva la Palabra sembrada. No
tienes donde agarrarte y echar raíces.
También puede suceder
que al escuchar la Palabra te entusiasme y la coges con alegría – suele suceder
mucho - pero no profundizan y a la menor
dificultad, pues no han echado raíces – su tierra es pedregosa - a las que agarrarse, se retiran. Son
inconstante y no perseveran.
También sucede que
otros no sabemos distinguir donde crecen los abrojos de nuestra tierra, y éstos
ahogan nuestra semilla y no la dejan crecer. Son los afanes de nuestra vida con
los que el Maligno nos seduce: riquezas, poder, vanaglorias…etc.
Y, ¡por fin!, la semilla cae en tierra limpia, sencilla, trabajada, abonada con el agua de la humildad, oración y contacto a diario con la Palabra. Entonces resiste, madura, crece hasta el extremo de llegar a dar frutos. Se produce el milagro. Y todo porque hemos sido capaces de colaborar, con nuestro humilde esfuerzo, - para eso nos ha creado libres nuestro Señor, con la Gracia de Dios.
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