La historia no se para,
camina y se escribe segundo a segundo. Y, por desgracia, en muchas cosas llenas
de malicia y mentiras, se repite. La muerte de Juan, por la denuncia y decir la
verdad, no tuvo perdón. Y de la misma manera hoy siguen oyéndose y sonando
muchas voces denunciando la corrupción, la mentira en defensa de la vida y los
derechos humanos. El resultado lo vamos viendo y experimentando en nuestras
propias personas. Tampoco hay perdón y muchos (periodistas y defensores de la verdad
y los derechos) como Juan, dan su vida.
Vemos que, a pesar de avanzar mucho en tecnología y ciencia, los derechos de los hombres siguen sometidos al poder mediático y autoritario. Y, como sucede siempre, son los pobres, los humildes y los débiles los que cargan con la cruz del sufrimiento y el dolor. Precisamente, a esos son a los que ha venido a liberar Jesús de esa condición de esclavos. Pero, también a todos los que están cautivos del poder, del autoritarismo, de la fuerza y de las ambiciones materiales. Por nosotros, pero también por ellos, Jesús, nuestro Señor, entregó su Vida en la Cruz, y desde ese momento, la cruz es señal de nuestra salvación. Porque, Jesús, el Señor, Resucitó.
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