La historia y la evidencia
nos demuestran eso: «Nadie es profeta en su tierra».
Es más, si dices algo o incluso demuestras algo eres un don nadie. Esa fue la
experiencia de Jesús en su pueblo natal. En lugar de admirarse de lo que decía
y hacía, se mostraban recelosos, críticos y, asombrados diciendo: ¿De dónde
saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿No es este el
carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José de Judas y Simón? ¿Y
sus hermanas no viven con nosotros aquí? Y se escandalizaban a cuenta de él.
Posiblemente a
nosotros nos extrañe, pero, ¿no hacemos nosotros lo mismo, o al menos estamos
tentados de hacerlo, en muchos momento y circunstancias de nuestra vida? Y, de
alguna manera, ¿no somos también nosotros unos don nadie para nuestras
familias, vecinos y amigos?
Hablar y anunciar
a Jesús se ha convertido en muchos lugares algo prohibido hasta el extremo de
ser perseguidos y peligro de muerte. Concretamente en muchos lugares de este
mundo estén muriendo muchos cristianos, por defender y anunciar su fe, en estos
momentos. Y todo porque nos molesta que la verdad, el amor y la misericordia de
nuestro Padre Dios sea anunciada por personas sencillas, humildes que vivan y
estén entre nosotros.
Buscamos lo espectacular, lo grande y heroico, y no aceptamos que desde lo sencillo y humilde venga el verdadero anuncio del Amor de Dios. Un anuncio que empezó con la anunciación a una muchacha joven, sencilla y humilde y al nacimiento de un niño en un pesebre, alejado del ruido de la urbe, en Belén.
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