Escuchas la
Palabra; lees la Palabra y también la reflexionas pero, quizás no te das cuenta
como, si apenas notarlo, crece y madura dentro de ti. No adviertes como vas
avanzando y mejorando en tu vida personal y de relación. Apenas te enteras de
nada y sin embargo, a lo largo del camino vas observando y experimentando que
creces, maduras e incluso empiezas a dar frutos.
Es la Gracia de
Dios, tal y como hoy Jesús, nuestro Señor, nos lo dice en el Evangelio: (Mc 4,26-34): En
aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que
echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano
brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el …
De la misma
manera, ya lo hemos dicho al principio, tú vas experimentando esto que Jesús ha
dicho en el Evangelio. Como la semilla, sin nadie advertirlo crece hasta dar
frutos, tu vida, abierta a la Gracia de Dios por y en el Espíritu Santo –
venido a ti en la hora de tu bautismo – crece y da frutos. Porque, no eres tú,
ni tus esfuerzos – que son necesarios – ni tu trabajo. Es, simplemente, la
Gracia de Dios.
Y, esa semilla, crece dentro de ti, sin apenas percibirlo, hasta el extremo que llega a ser tan grande que anidan las aves del cielo. Con esta metáfora, Jesús, nos dice que nuestros frutos, por su Gracia, pueden llegar a ser tan grades hasta el punto de iluminar la vida de muchos otros que andan extraviados, ciegos o perdidos.
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