domingo, 16 de febrero de 2025

SI QUIERES, SEÑOR, PUEDES LIMPIARME

De siempre, de toda la vida, desde el principio de la existencia del hombre ha habido ricos y pobres. Unos, los ricos, lo pasan bien, disfrutan y tienen el poder; otros, los pobres, sufren, lo pasan mal, son perseguidos y necesitan apoyarse en una esperanza de vida mejor. Jesús los llama bienaventurados. Precisamente, ha venido a darles esperanza y a decirles que de ellos es el Reino de Dios. Un Reino de amor, de justicia, gozo y felicidad. 

Deducimos, y creo con acierto, que la salvación pasa por la pobreza. Una pobreza que se concreta en dar y darse, y en no esperar nada sino de nuestro Padre Dios. Él es el único que nos puede limpiar, sanar y dar la plenitud de la felicidad eterna. De hecho, Jesús, el Hijo de Dios, que se ha encarnado en Naturaleza humana, ha nacido pobre, ha vivido pobre y ha muerto pobre y abandonado. Sólo su Santísima Madre, algunas mujeres y Juan, el evangelista, permanecieron al pie de la cruz.

Y ser pobre equivale a reconocerse pecador, pequeño y necesitado de humildad. Ser pobre no es tanto no tener nada, sino cuanto ser humilde, generoso y capaz de salir de uno mismo para darse en plenitud a los demás en servicio y misericordia. Sólo seremos limpios en la medida que nosotros seamos capaces de, al menos intentarlo, porque todo nos viene de nuestro Padre Dios, limpiar a los demás.

Esa es precisamente la Buena Noticia, la de ser pobres de espíritu, capaces de salir de nosotros mismos para, siendo auténticos injertados en Xto. Jesús, darnos a los demás. Entonces seremos bienaventurados, buscados y elegidos por el Señor para llevarnos con Él al Reino de su Padre Dios.

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