Sabido es que para
nacer hay que morir. Quizás no lo hayamos pensado pero, primero tiene que unirse
el gameto masculino en su unión con el femenino para que den esa célula resultante
que con el tiempo de gestación dará como resultado un ser humano. De alguna manera
dejarán de existir – mueren – para que nazca otro.
De la misma
manera, todo ser viviente, según nace llegará un día en que muere. Sin embargo,
el ser humano morirá, mejor dejará este mundo, para transformarse a una vida nueva y eterna. Su destino así está
escrito. Sólo que este nacimiento será dichoso y glorioso dependiendo de ese
amor misericordioso que sea capaz de dar durante su tiempo de vida. Dicho en
otras palabras, nuestra dicha eterna está en amar con misericordia.
¿Por qué?, podemos
preguntarnos. Pues, muy sencillo, porque así nos ama nuestro Padre Dios. Así
nos ha amado su Hijo, encarnado en Naturaleza Humana, y con ese fin viene a
nosotros el Espíritu Santo en la hora de nuestro bautismo. Estamos diciendo lo
que todo sabemos y Jesús nos dijo: Seguirle es un camino de cruz. Él es el
ejemplo claro, y nosotros, sus discípulos, no podemos ser menos.
En otras palabras,
seguir a Jesús nos exigirá salir de nosotros mismo; renunciar a nuestros proyectos
humanos; dejar a un lado nuestros objetivos, deseos, afanes, codicias, … hasta
la vida. Y darnos a los demás en la medida de nuestros talentos recibidos. Se trata
de ir descubriendo donde puedes servir y ayudar a construir un mundo mejor. Y
ese objetivo exige amor y misericordia.
Pero, para conseguirlo hay que injertarse en Xto. Jesús. Eso nos exige conocerlo, saber quien es y alimentarnos de su Cuerpo y Sangre. Sólo en Él podemos cumplir y realizar nuestro camino, pues sólo Él es Camino, Verdad y Vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.