Es obvio
considerarlos así. ¿Cómo, el orgulloso y que se cree digno por sus méritos,
puede relacionarse con Dios, si, en su prepotencia, no lo necesita? El orgullo
y la suficiencia te apartan de Dios, pues piensas que todo lo que tienes te lo
mereces por tus esfuerzos y trabajo, y que no necesitas de Dios.
Es evidente que el
suficiente se olvida de pedir ayuda, se basta consigo mismo y, por tanto, se
olvida de Dios. Piensa y cree que no lo necesita. Se cree bueno, y mejor que
otros a los que trata de inferiores y de pecadores, sin embargo, él se cree
limpio y merecedor de todo lo que tiene.
En la parábola que
Jesús nos dice hoy, queda retratado esa figura del orgulloso, del suficiente y
del que se cree bueno. Recordemos que cuando aquel joven rico – Mc 10, 17-27 - se acerca al Señor, y le dice: «Maestro
bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Jesús le dijo:
«¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Quedémonos con
estas palabras de Jesús: Nadie es bueno sino Dios.
Reconocernos pecadores nos exige humildad, y el sabernos pobres, limitados y, nunca mejor que nadie, ni que el más y aparente pequeño y marginado. Tengamos siempre en cuenta que somos simples criaturas de Dios, sin más derechos que el que Él, con su Infinita Misericordia y Amor, nos regala y nos da.
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