Es evidente que,
los dos primeros y fundamentales mandamientos, se corresponden. El uno, porque,
amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu mente y con todo
tu ser, es lo lógico y natural. Dios es nuestro salvador y Señor. Y el segundo,
al prójimo, porque, en él expresamos ese amor a Dios, al que no vemos y lo
proyectamos en el prójimo.
¿Cómo demostrarle
ese amor, que decimos de palabra, al Señor? Dios ha querido que lo expresemos
en el prójimo. Sobre todo, a ese prójimo débil, necesitado y, quizás, carente
de muchas cosas, no sólo materiales sino también espirituales. De modo que
serás sincero y verdadero cuando ese amor que quieres manifestar a Dios, lo
manifiestes en el prójimo. Incluso, con los prójimos enemigos o que no piensan
como tú.
Está muy claro.
Dios nos lo ha dejado sin lugar a duda:
el Amor que dices y que manifiestas profesarle a Él, exprésalo y demuéstralo
amando al prójimo. De ahí que ambos mandamientos, primero y segundo van muy
unidos.
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