viernes, 18 de abril de 2025

ENTREGÓ SU VIDA POR CADA UNO DE NOSOTROS

¡Señor mío y Dios mío!, proclamó Tomás cuando metió su dedo en las llagas de Jesús. Y, también yo, sin llegar a eso, pero por su Gracia, hoy, más de veinte siglos después digo lo mismo en cada Eucaristía. Y lo digo consciente de que el Señor está presente, bajo las especies de pan y vino, en la epíclesis eucarística.

Cuando veo a personas débiles, enfermas o pobres, trato de imaginarme que Jesús, el Señor, también dio su vida por ellos. Y eso me ayuda a tratar de amarlos, de tenerlo en cuenta y de darles el valor y la importancia que les ha dado el Señor dando su Vida también por ellos.

Su Pasión fue, y sigue siendo en cada ofrecimiento eucarístico, un darse plenamente en amor y misericordia para nuestra salvación. Salvación que se concreta en darnos la plena felicidad eterna. Y es eso, precisamente, lo que toda persona siente, desea y experimenta en su vida.

Cuando algunos se preguntan por la existencia de Dios, y muchos llegamos incluso a dudar. Tomás, uno de sus discípulos dudó, ¿No nos basta con experimentar ese deseo de felicidad eterna que queremos y buscamos afanosamente, y que sólo en el Señor llegamos a encontrar y satisfacer? ¿No experimentamos que cuando amamos en clave del Señor, sentimos gozo y felicidad eterna?

Porque, esa felicidad que tanto anhelamos desde nuestro interior, se encuentra en Jesús. Su Palabra y su Amor Misericordioso nos lo demuestran, y la entrega de su Vida, nos rescata esa dignidad perdida por el pecado, para, en Él, ser hijos de Dios.

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