Es evidente que
todos hemos recibido algún talento. Unos más que otros, pero todos algo tenemos
que podemos negociar. Negociar en el sentido de que el Reino de Dios se
extienda, se conozca y sea cada día un Reino de salvación. Sin embargo, no
parece que muchos estén por esa labor y hacen dejación de esos talentos.
El mundo, en una
gran mayoría, vive de espalda a Dios. No le importa, menos escucha su Palabra
y, en consecuencia, no recibe los sacramentos. En una palabra, tira por la
borda todos esos talentos que el Señor ha puesto en nuestras manos para que,
primero, creamos en Él; segundo, nos fortalezcamos en la Eucaristía,
alimentados por su Cuerpo y Sangre; tercero, recibamos al Espíritu Santo, para
que, injertados en Él podamos luchar y vencer al mundo, demonio y carne.
Es evidente que
quien nos ha dado esos talentos nos pida cuenta al final de los tiempos. Y es
ahí cuando debemos justificar nuestra actitud y manera de negociarlos. Todo
quedará al descubierto a la luz de los hechos. Nada será oculto y todo se verá
según hayamos procedido y actuado. De manera que, meditemos nuestra manera de
emplear esos talentos – minas – que el Señor ha puesto en nuestras manos, de la
mejor manera posible y rogándole que nos asista e ilumine para hacerlo lo mejor
posible.