Todos, tú y yo
también, tenemos algo de sal y de luz con la que salar y alumbrar este mundo.
Concretamente en el ámbito donde se mueve nuestra vida y en el círculo donde
llegamos a influir. Cada cual tiene esa posibilidad, bien dándola, dándose o
siendo objeto de recibirla. Porque, cuando das, te das o recibes estás siendo
un bien para quien recibe o también da.
Es evidente que
quien da experimenta un gozo de haber dado y ayudado. Sobre todo si ese dar va
gratuito y simplemente por ayudar, por hacer un bien. O lo que es lo mismo, por
amar. Pero, también se convierte en gozo para ese que recibe, que humillado en
la actitud de pobreza se abre a ser ayudado y auxiliado. En resumen, tanto el
que sana como el que es curado tiene un papel de ser sal y luz.
Sucede que en
algunas ocasiones el que da ve frustrado su intento porque el que recibe se
cierra a recibir. O lo contrario, a veces no hay dador y el receptor nada
recibe. Se hace necesario que ambos, quien da y quien recibe se abran a la
mutua comprensión y humillación y quien es luz la dé, y quien está en la sombra
la reciba.
Y tanto quien da como quien la recibe se transforman también, simbólicamente, en sal que contagia y da sabor a esa relación recíproca de darse y recibir. Hacen presente el Amor entre ellos: Cuando das un vaso de agua al sediento se lo estás dando al mismo Dios.