No parecen las
iglesias lugares muy concurridos. En muchos lugares las iglesias y las
celebraciones no son masivas y no acuden mucha gente. También ocurrió en los
últimos momentos de la Vida de Jesús. Se notaba cierto alejamiento de su
Persona. En la medida que iban comprendiendo que Jesús priorizaba servir antes
que ser servido, y su atención era más atenta a los desvalidos, a los
indefensos, a los niños – criaturas inocentes y débiles – los apóstoles empezaban
a confundirse y, aparte que su atención estaba en alcanzar prestigio personal,
no entendían nada de lo que Jesús les decía.
Mientras Jesús le
hablaba de lo que iba a suceder, ellos estaban en otros menesteres. Su atención
estaba concentrada en el poder y respeto que le procesaran más que servir. Y
eso era precisamente lo que Jesús proponía y hacía: servir, empezando por los
más necesitados.
Quizás a nosotros
nos esté sucediendo eso mismo hoy. Nuestras prioridades están más en servirnos
y querernos que querer y servir a necesitados. Nuestro tiempo lo entendemos más
para emplearlo en nosotros mismos, más que en el servicio a los necesitados. Y
eso de lo que Jesús nos habla no parece convencernos plenamente. Sí, decimos
que al tercer día resucitó, pero … ¿verdaderamente lo creemos? No parece que estemos
dispuestos a cambiar nuestra forma de vivir. Y eso descubre nuestra insipiente
fe.
Es verdad que la
fe es un don de Dios, pero si no la pedimos, la buscamos y nos ponemos en las
manos de su Espíritu, que está en nosotros desde la hora de nuestro bautismo, el demonio se encargará de que, incluso perdamos la poca que
tengamos. Creamos en el Señor y, a pesar de nuestros fallos, debilidades y
pecados, tengamos confianza de que el Señor nos conoce, es nuestro Padre y nos
perdona. En Él encontraremos esa felicidad que tanto buscamos en las cosas caducas
de este mundo.
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