martes, 24 de junio de 2025

VIENE UNO DETRÁS DE MÍ A QUIEN NO MEREZCO DESATARLE LAS SANDALIAS DE LOS PIES

En Juan encontramos la referencia que nos alumbra a entendernos cultivadores de esa semilla que Dios, nuestro Padre, ha sembrado en nosotros. Él, simplemente, hizo de su vida una tarea de anunciar el Reino que estaba ya entre nosotros. Se entregaba a cultivar esa Palabra que ya, sembrada en nuestro corazones, Dios había puesto en nuestras manos con el propósito de cultivarla y colaborar de la actuación de Dios, nuestro Padre.

—Hay muchos momentos que me desánimo cuando veo que mis pequeños esfuerzos no dan frutos. O qué no encuentro la manera de hacerlo mejor. A veces pienso que lo hago mal, o que no me esfuerzo lo suficiente. En fin, amigo Pedro, me parece que pierdo el tiempo, o que no sé hacerlo como me gustaría. Y eso me desmoraliza.
—Creo que eso nos pasa a todos. Yo no me excluyo y sufro también esos momentos de desánimo y decepción. Llego a pensar lo mismo que tú.
—Sí, es decepcionante y me afecta bastante.
—Sin embargo, me reconforta el pensar que Dios no nos exige eso. Los frutos son por su Gracia, no por nuestros méritos. A nosotros no toca simplemente trabajar en las medidas de nuestras posibilidades. Dios, nuestro Padre, pondrá lo que falta.
—Entiendo que respetando la libertad que nos ha regalado.
—¡Claro!, al final ha dejado nuestra propia salvación a nuestra elección. Y eso explica que nuestros esfuerzo de cultivar no den frutos sin la aceptación de la semilla que Dios ha sembrado en cada uno.
—¡Ah!, si la semilla no muere, ni dará fruto. Ahora lo entiendo.
—Evidentemente, la semilla sembrada por Dios, y, cultivada por nosotros, por la acción del Espíritu Santo, dará frutos si se abre a la Palabra de Dios y está dispuesta a renunciar al mundo para – muriendo – darse por amor a los demás. Tal y como hizo nuestro Señor Jesús.
—Entiendo, y eso es lo que hizo Juan, darse y anunciar esa Palabra de Dios.

Los dos amigos habían llegado a la conclusión, por la Gracia de Dios, a entender que a nosotros nos toca, puestos en las manos de nuestro Padre Dios, cultivar esa semilla que Dios ha sembrado en nuestros corazones. Luego, dependiendo de esa tierra – es decir, de la libertad y escucha de su Palabra – dará frutos o no.

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