Mt 8, 23-27 |
«Hay momentos, se decía
Manuel, que la vida te pone los pelos de punta» La vida se presenta de
forma injusta en muchos momentos de tu vida, quizás cuando menos lo espera o
cuando estás más confiado. La lucha será siempre un signo de que el camino
tiene cruces y adversidad. La cruz será el signo de tu salvación, porque no
encontrarás otro camino que te salve. Y agarrarte a ella, aceptarla confiado en
el Señor, es el camino que te llevará a tu propia salvación.
Llegaba Pedro en ese momento y le sorprendió ver a Manuel en estado de reflexión. Parecía ensimismado en sí mismo y como si dialogara con alguien.
—Buenos días, Manuel, ¿qué haces tan pensativo?—¡Ah, Pedro!, buenos días. Estaba pensando en la lucha que libramos cada día si queremos seguir a Jesús. Porque es una lucha diaria. El mundo, demonio y carne están siempre en guardia y dispuestos a seducirte de una u otra forma. ¿No lo piensas tú así?
—Creo que sí. Jesús abrazó la Cruz para indicarnos el camino. Siempre estamos llamados a abajarnos – humildad – a hacernos pequeños. Es decir, a permanecer con los desvalidos, pequeños, marginados, inocentes, indefensos … etc. Y eso es camino, no solo de lucha, sino de cruz.
Hoy precisamente el Evangelio nos habla de esos
momentos en los que nuestra propia barca zozobra. Cuando la tempestad nos
sorprende. Pensemos en las inundaciones últimas en nuestro país – Paiporta – y en
otros muchos lugares. Llegamos a pensar que nuestro Señor está dormido. ¡Dios
mío!, ¿dónde estás?
Posiblemente, nuestra fe se tambalea como la de aquellos apóstoles en el momento que el miedo se apoderó de ellos cuando vieron que la barca estaba a punto de hundirse. No es nada extraño, nos sucede también a nosotros a lo largo de nuestra vida. Es entonces el momento de preguntarnos: ¿Creemos nosotros en el Señor? Porque, si creemos, a pesar de los pesares y de lo que pueda suceder, nuestra barca nunca se hundirá. Jesús murió, pero Resucitó al tercer día.
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