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Mt 8, 18-22 |
Posiblemente muchos queramos seguir a Jesús. La
Palabra de Jesús es atrayente y conecta con nuestro corazón. ¿Quién no quiere
amar, ser buena persona, impartir justicia y ser correspondido de la misma
forma? ¿Quién no quiere ser atendido, ayudado y bien tratado en los momentos de
enfermedad, de debilidad o error? Supongo que a todos nos gustaría ser así y
recibir ese trato. Sin embargo, sabemos por nuestra propia experiencia que nos
cuesta ser así. Tenemos esa semilla sembrada en nuestro corazón, pero también hay
cizaña que la estropea y no la deja crecer ni dar buenos frutos.
Es evidente que cuesta mucho seguir a Jesús. Porque
su camino es un camino de cruz, de darse enteramente y de pensar más en el bien
del otro que el suyo propio. Su venida está vinculada a la salvación del
hombre. El hombre de toda raza, color o condición. El Amor Misericordioso de
nuestro Padre Dios acoge a todos, es universal y va dirigido a la humanidad
entera. Y bien, sabido esto, podemos estar ahora en disposición de responder esa
pregunta que nos hacemos: ¿Quiero y estoy dispuesto a seguir a Jesús?
Manuel lo tenía muy claro, quería seguir a Jesús,
pero al mismo tiempo se sabía débil, pecador y que su seguimiento tendría
muchos altibajos, tentaciones y fracasos.
—Mi decisión está tomada firmemente. Es más, creo
que no podría venirme atrás. No entiendo la vida sin Jesús, y creo firmemente
en Él. Pero, reconozco que no soy digno de seguirle. Quizás le pierdo muchas
veces, y, creo que no doy la talla para ser considerado un seguidor. Pero, me
sostiene su Amor e Infinita Misericordia. Eso me da ánimo y arrojo para
levantarme y seguir la lucha.
—Me ayudas con tu reflexión, comentó Pedro. —A mí me
ocurre algo parecido. Sin embargo, en esos momentos trato de mirarle y escuchar
su Palabra. Y me da mucho ánimo y esperanza oírle hablar sobre la parábola del
Padre Amoroso. Me siento hijo amado y perdonado, y eso me fortalece, me
vigoriza y me levanta para, como aquel hijo, volver a la Casa de mi Padre.
Los dos amigos habían encontrado razones y, sobre
todo, necesidad de que el camino hacia Jesús, aunque camino de cruz, es un
camino de caídas y levantadas; de fracasos y éxitos; de luchas y derrotas,
pero, sobre todo, de perdón y misericordia. Y, quizás sin darnos cuenta, en el
camino vamos experimentando que todo nuestro corazón se va impregnando de la Palabra
de Dios y de que mi vida está en Él enteramente.
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