Mt 9, 32-38 |
Hay momentos en los que me pregunto, lleno de
asombro, por la gran suerte – no se me ocurre otro calificativo – del ser
humano. Y digo suerte, por significar esa gran oportunidad. Nunca
entenderé la gran posibilidad que tenemos – regalo de Dios – de ser perdonados
y alcanzar la gloria junto al Padre – Hijo y Espíritu Santo en alabanza y plenitud
eterna. No me cabe en mi pequeña y limitada cabeza ese gran ofrecimiento sin
merecerlo. Todo gratuidad y regalo del Señor por su infinito amor y
misericordia. Y por mucho que lo mire y lo piense no llego a entenderlo. Se
escapa a mi entendimiento.
Los dos amigos estaban perplejos, asombrados, ensimismados en esos pensamientos llenos de impotencia, de no saber que decir, y temerosos de perder esa oportunidad, que la vida les daba, de desaprovechar esa indescifrable e incomprendida oportunidad de ser feliz para toda la eternidad. De cualquier manera, esa situación les invitaba a fiarse de la Palabra del Señor y a confiar ciegamente en Él. Pues, tal como les era dada sintonizaba con lo que sentían en su corazón: atendía a todos; curaba a todos sin condición social o moral; se da prioritariamente a los necesitados y a los que sufren; ve y se compadece del dolor ajeno. ¿Se puede pedir más? ¿Cómo podemos resistirnos a confiar en la Palabra del Señor y a colaborar con Él?
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