martes, 8 de julio de 2025

COMPASIVO Y MISERICORDIOSO

Mt 9, 32-38

Hay momentos en los que me pregunto, lleno de asombro, por la gran suerte – no se me ocurre otro calificativo – del ser humano. Y digo suerte, por significar esa gran oportunidad. Nunca entenderé la gran posibilidad que tenemos – regalo de Dios – de ser perdonados y alcanzar la gloria junto al Padre – Hijo y Espíritu Santo en alabanza y plenitud eterna. No me cabe en mi pequeña y limitada cabeza ese gran ofrecimiento sin merecerlo. Todo gratuidad y regalo del Señor por su infinito amor y misericordia. Y por mucho que lo mire y lo piense no llego a entenderlo. Se escapa a mi entendimiento.

Paró sus pasos ensimismado en esos pensamientos. Alzó su mano a la derecha, por donde le acompañaba Manuel, lo detuvo y, mirándole perplejo, con cara de asombro y misterio le dijo.  
— Cada vez que pienso en esta oportunidad que tenemos me asombro más. ¿Eres consciente de la oportunidad que tienes de ser feliz toda la eternidad? ¿Te das cuenta del inmenso e infinito regalo que nos da nuestro Padre Dios? ¿Has pensado en eso? 
—¡Claro que he pensado! ¿Acaso crees que no me doy cuenta? Lo que ocurre es que, como te sucede a ti, yo también me quedo perplejo, sin palabras. Igual que tú, no lo entiendo ni lo podré entender. Dios no nos necesita, y sin embargo, envía a su Hijo, encarnado en naturaleza humana, para, entregando su vida por nosotros, salvar la nuestra sin pedirnos nada a cambio. ¿Entiendes eso?
—No, claro que no. ¿Cómo nos puede amar tanto hasta ese extremo? E incluso soportar insultos, desprecios, risas, rechazos, blasfemias, desplantes y … La verdad, no lo entiendo.

Los dos amigos estaban perplejos, asombrados, ensimismados en esos pensamientos llenos de impotencia, de no saber que decir, y temerosos de perder esa oportunidad, que la vida les daba, de desaprovechar esa indescifrable e incomprendida oportunidad de ser feliz para toda la eternidad. De cualquier manera, esa situación les invitaba a fiarse de la Palabra del Señor y a confiar ciegamente en Él. Pues, tal como les era dada sintonizaba con lo que sentían en su corazón: atendía a todos; curaba a todos sin condición social o moral; se da prioritariamente a los necesitados y a los que sufren; ve y se compadece del dolor ajeno. ¿Se puede pedir más? ¿Cómo podemos resistirnos a confiar en la Palabra del Señor y a colaborar con Él?

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