sábado, 26 de diciembre de 2009

EL COMPROMISO DE BELÉN.


Me ha parecido muy provechoso y clarificador el empaparnos de esta siguiente reflexión por su contenido y profundidad. Es muy posible que, ocupados y sumergidos en el activismo consumidor del mundo en el que estamos inmerso, no tomemos conciencia de lo realmente importante y del verdadero significado de lo que celebramos, al menos los creyentes.

Por todo ello, se hace necesario reflexiones que nos abstraigan de tanto consumismo y obligaciones paganas de regalar, de dar y recibir cosas, de celebrar comilonas, juergas y alegría basura y caduca, para adentrarnos en el verdadero significado de lo que celebramos, sin que ello signifique apartarnos de todo lo demás, pero sí de poner las cosas en su sitio, y vivir lo que realmente importa: "el amor".

Por todo ello, trancribo integramente esta, a mi parecer, buena reflexión que nos puede ayudar a comprender y vivir estos días el auténtico significado de la "encarnación del Niño DIOS".

La seriedad de la Navidad

¿Entenderemos todos lo que allí, en Belén, se juega? ¿Nació en cada uno de nosotros, ese Niño Dios?
Autor: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente: Catholic.net

En general, la Navidad toma la encarnación del Verbo de Dios en la parte más descomprometida e infantil. Es un niño quien ha nacido. Y un niño no dice cosas serias. Este Niño Dios no ha dicho todavía “Sed perfectos”, ni “sepulcros blanqueados”, ni “vende tus bienes y sígueme” ni “Yo soy la Verdad y la Luz”. Todavía está callado este niño. Y nos aprovechamos de su silencio para comprarle el Amor barato, a precio de villancicos y panderetas.

En el día de la Encarnación todos vuelven la vista hacia Belén, como en día de sol radiante se refugian todos a la sombra del alero. Los más complicados Góngoras hacen versillos de claveles y auroras, con melodía pastoril. Los más escolásticos y abstractos Calderones, escriben para la fiesta diálogos de Mengas y Pascuales. San Juan de la Cruz, que ha volcado hasta los umbrales del divino desposorio, en una Nochebuena sale de su celda como un loquillo de atar, meciendo al Niño en sus brazos, bailando y cantando una cancioncilla de amores aldeanos:

“Si amores me han de matar ¡agora tienen lugar!"

En esa Nochebuena no intuimos el tremendo compromiso que adquirimos los humanos. Como es un Niño el que nos ha nacido, no percibimos la Ley y el Compromiso serio, que nos trae debajo de su débil brazo. En torno a un niño todo parece ser cosa de juego y de algarabía. ¿También con el Niño Dios?

No; no puede ser la Navidad subterfugio y evasiva de la Encarnación. No es la fiesta de un derretimiento pueril y pasajero. Es la fiesta de un exigente amor varonil y total.

Vienen ya de camino Magos de Oriente que le van a quitar al portal todo el aspecto de fiesta de familia. Los magos no son ya pastores con cantarcillos, con requesón, manteca y vino. Son sabios y poderosos y científicos y extranjeros que vienen aleccionados por la astronomía. No vienen a pactar una noche de tregua de trinchera a trinchera: vienen a exigir las últimas consecuencias de la Paz prometida a todos los hombres. Vienen a hacer de Belén, la aldea de la Encarnación, la primera ciudad plenamente internacional del planeta. Vienen a ver si realmente ha nacido un rey que traiga la verdadera paz, la justicia auténtica y el amor sin componendas.

¿Hemos entendido esto del todo?…¿A qué nos compromete la Encarnación del Hijo de Dios? ¿Qué nos quiere decir a nosotros hoy la Encarnación?

A Belén se acercarán este año:

  • El Papa, llevándole a Jesús todas las luces y sombras, las alegrías y las tristezas de la Iglesia.
  • Los obispos y sacerdotes de todo el mundo, llevando a sus espaldas sus diócesis y parroquias, sus movimientos y grupos, para regalárselos a Jesús.
  • Religiosos y religiosas, con sus corazones consagrados y sus ansias de seguirle en pobreza, castidad y obediencia.
  • Misioneros y misioneras, dispuestas a aprender las lecciones de esa cátedra de Belén.
  • Laicos, admirados o indiferentes, despiertos y somnolientos, santos y pecadores, sanos y enfermos, jóvenes y adultos, niños y ancianos.

    ¿Entenderemos todos lo que allí, en Belén, se juega? ¿Nació en cada uno de nosotros, ese Niño Dios?

    Navidad no son las luces de colores, ni las guirnaldas que adornan las puertas y ventanas de las casas, ni las avenidas engalanadas, ni los árboles decorados con cintas y bolas brillantes, ni la pólvora que ilumina y truena.

    Navidad no son los almacenes en oferta. Navidad no son los regalos que demos y recibimos, ni las tarjetas que enviamos a los amigos, ni las fiestas que celebramos. Navidad no son Papá Noel, ni santa Claus, ni los Reyes Magos que traen regalos. Navidad no son las comidas especiales. Navidad no es ni siquiera el pesebre que construimos, ni la novena que rezamos, ni los villancicos que cantamos alegres.

    Navidad es Dios que se hace hombre como nosotros porque nos ama y nos pide un rincón de nuestro corazón para nacer. Por eso, ser hombre es tremendamente importante, pues Dios quiso hacerse hombre. Y hay que llevar nuestra dignidad humana como la llevó el Hijo de Dios Encarnado. Por eso, Navidad es tremendamente exigente porque Dios pide a gritos un hueco limpio en nuestra alma para nacer un año más. ¿Se lo daremos?

    Navidad es una joven virgen que da a luz al Hijo de Dios. Por eso, dar a luz es tremendamente importante a la luz de la Encarnación, porque Dios quiso que una mujer del género humano le diese a luz en una gruta de Belén. Tener un hijo es tremendamente comprometedor, pues Jesús fue dado a luz por María. No es lo mismo tener o tener un hijo; no es lo mismo querer tenerlo o no tenerlo. Navidad invita al don de la vida, no a impedir la vida.

    Navidad es un niño pequeño recostado en un pesebre. Por eso es tan tremendamente importante ser niño, y niño inocente, al que debemos educar, cuidar, tener cariño, darle buen ejemplo, alimentarle en el cuerpo y en el almacomo hizo María. Y no explotar al niño, y no escandalizar a los niños, y no abofetear a los niños, y no insultar a los niños.

    Navidad son ángeles que cantan y traen la paz de los cielos a la tierra. Por eso, es tremendamente importante hacer caso a los ángeles, no jugar con ellos a supersticiones y malabarismos mágicos, sino encomendarles nuestra vida para que nos ayuden en el camino hacia el cielo y hacerles caso a sus inspiraciones. Por eso es tremendamente importante ser constructores de paz y no fautores de guerras.

    Navidad son pastores que se acercan desde su humildad, limpieza y sencillez. Por eso, es tremendamente importante que no hagamos discriminaciones a nadie, y que si tenemos que dar preferencia a alguien que sean a los pobres, humildes, ignorantes. Quien se toma en serio la Encarnación del Hijo de Dios tiene que dar cabida en su corazón a los más desvalidos de la sociedad, pues de ellos es el Reino de los cielos.

    Navidad es esa estrella en mi camino que luce y me invita a seguirla, aunque tenga que caminar por desiertos polvorientos, por caminos de dudas cuando desaparece esa estrella. La Encarnación me compromete tremendamente a hacer caso a todos esos signos que Dios me envía para que me encamine hacia Belén, siguiendo el claroscuro de la fe.

    Navidad es anticipo de la Eucaristía, porque allí, en Belén, hay sacrificio y ¡cuán costoso!, y banquete de luz y virtudes, y ¡cuán surtidas las virtudes de Jesús que nos sirve desde el pesebre: humildad, obediencia, pureza, silencio, pobreza; y las de María: pureza, fe, generosidady las de José: fe, confianza y silencio!, y Belén es, finalmente, presencia que consuela, que anima y que sonríe. Belén es Eucaristía anticipada y en germen. Belén es tierra del pany ese pan tierno de Jesús necesitaba cocerse durante esos años de vida oculta y pública, hasta llegar al horno del Cenáculo y Calvario. Y hasta nosotros llega ese pan de Belén en cada misa. Y lo estamos celebrando en este año dedicado a la Eucaristía.

    Navidad es ternura, bondad, sencillez, humildad. Por eso, meterse en Belén es tremendamente comprometedor, pues Dios Encarnado sólo bendice y sonríe al humilde y sencillo de corazón.

    Navidad es una luz en medio de la oscuridad. Por eso, la Encarnación es misterio tremendo que nos ciega por tanta luz y disipa toda nuestras zonas oscuras. Meterse en el portal de Belén es comprometerse a dejarse iluminar por esa luz tremenda y purificadora.

    Navidad es esperanza para los que no tienen esperanza. Por eso, la Encarnación es misterio tremendo que nos lanza a la esperanza en ese Dios Encarnado que nos viene a dar el sentido último de nuestra vida humana.

    Navidad es entrega, don, generosidad. Dios Padre nos da a su Hijo. María nos ofrece a su Hijo. Por eso, quien medita en la Encarnación no puede tener actitudes tacañas.

    Navidad es alegría para los tristes, es fe para los que tienen miedo de creer, es solidaridad con los pobres y débiles, es reconciliación, es misericordia y perdón, es amor para todos. ¿Entendemos el tremendo compromiso, si entramos en Belén?

    Ya desde el pesebre pende la cruz. Es más, el pesebre de Belén y la cruz del Calvario están íntimamente relacionados, profundamente unidos entre sí. El pesebre anuncia la cruz y la cruz es resultado y producto, fruto y consecuencia del pesebre. Jesús nace en el pesebre de Belén para morir en la cruz del Calvario. El niño débil e indefenso del pesebre de Belén, es el hombre débil e indefenso que muere clavado en la cruz.

    El niño que nace en el pesebre de Belén, en medio de la más absoluta pobreza, en el silencio y la soledad del campo, en la humildad de un sitio destinado para los animales, es el hombre que muere crucificado como un blasfemo, como un criminal, en la cruz destinada para los esclavos, acompañado por dos malhechores.

    En su nacimiento, Jesús acepta de una vez y para siempre la voluntad de Dios, y en el Calvario consuma y realiza plenamente ese proyecto del Padre.

    ¡Qué unidos están Belén y Calvario!

    El pesebre es humildad; la cruz es humillación. El pesebre es pobreza; la cruz es desprendimiento de todo, vaciamiento de sí mismo. El pesebre es aceptación de la voluntad del Padre; la cruz es abandono en las manos del Padre. El pesebre es silencio y soledad; la cruz es silencio de Dios, soledad interior, abandono de los amigos. El pesebre es fragilidad, pequeñez, desamparo; la cruz es sacrificio, don de sí mismo, entrega, dolor y sufrimiento.

    Ahora sí hemos vislumbrado un poco más el misterio de Belén, el misterio de la Navidad, el misterio de este Dios Encarnado.

    ¿Castañuelas, panderetas y zambombas? ¡Bien! Pero no olvidemos el compromiso serio de este Dios Encarnadopues en cuanto comience a hablar nos va a pedir: “Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”. Entonces nos darán ganas de tirar a una esquina la pandereta, las castañuelas y comenzar a escuchar a ese Dios Encarnado que por amor a nosotros toma la iniciativa de venir a este mundo, para enseñarnos el camino del bien, del amor, de la paz y de la verdadera justicia.

    Terminemos con una oración:

    “Niño del pesebre, pequeño Niño Dios, hermano de los hombres. El alma se me llena de ternura y el corazón de dicha, cuando te veo así, pequeño, pobre y humilde, débil e indefenso, recostado en las pajas del pesebre.

    Enséñame, Jesús, a apreciar lo que vale tu dulce encarnación. Ayúdame a comprender el profundo sentido de tu presencia entre nosotros. Haz que mi corazón sienta la grandeza de tu generosidad, la profundidad de tu humildad, la maravilla de tu bondad y de tu amor salvador”.



  • martes, 22 de diciembre de 2009

    LA EUCARISTÍA MERECE RESPETO.


    Debo confesar y me culpo ante DIOS de ello que muchas veces no le doy la importancia debida a las condiciones necesarias para tomar la Eucaristía. La Santa Madre Iglesia nos recuerda que, para recibir la Sagrada Eucaristía hace falta tres condiciones:
    1) Estar en gracia de DIOS; 2) saber a Quién se va a recibir, acercándose a comulgar con gran devoción; 3) y guardar una hora de ayuno antes de comulgar.

    Hoy quiero reflexionar sobre esta última condición, en la que, confieso, he tomado con ligereza en algunos momentos. El Catecismo de la Iglesia Católica señala en el número 1387 la tercer condición para comulgar dignamente: para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia ( cf CIC can 919). También, por la actitud corporal (gestos, vestidos...) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo en ese momento en que CRISTO se hace nuestro huésped.

    El Código de derecho Canónico contiene la ley de la Iglesia de rito Latino (hay otro Código para los de rito oriental). El canon al que remite el catecismo dice:

    "CIC 919 # 1 Quien vaya a recibir la Santísima Eucaristía ha de abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida al menos desde una hora antes de la Sagrada Comunión, a excepción de agua y de medicinas.

    CIC 919 # 3 Las personas de edad avanzada o enfermas, y así mismo quienes las cuidan, pueden recibir la Santísima Eucaristía aunque hayan tomado algo en la hora inmediata anterior".

    No es sólo un consejo, es mucho más. Es una disposición jurídica: "deben observar ayuno" y "ha de abstenerse de cualquier alimento" son expresiones de obligatoriedad que prescriben que no se debe comulgar sin cumplir esta condición.

    Ocurre que, con el tiempo, cada uno nos inventamos nuestra propia ley, y la ajustamos a nuestros gustos y necesidades; a nuestras apetencias e intereses. Es la moda del relativismo en que cada uno tiene su verdad, su razón, y nada ni nadie pueden obligarte a nada que tú no lo veas así. Queremos innovar, sin diferenciar lo accidental de lo sustancial, y el sólo hecho de correr otros tiempos, etiquetamos lo antiguo como algo que perteneció a la época de nuestras abuelas, pero ahora corren otros tiempos.

    El Código de Derecho Canónico del que hablamos no es el viejo de 1917, sino el sancionado de 1983. Y el Catecismo de la Iglesia publicado en 1992. Y que están ambos vigentes en la Iglesia. El último documento que habla del ayuno Eucarístico es el Instrumento Laboris del Sínodo sobre la Eucaristía (octubre 2005). Es decir, que la actualidad del precepto está fuera de toda duda.

    La ley meramente eclesiástica - ley humana de la Iglesia - no obliga cuando hay una dificultad grave. En este tema, no parece fácil imaginar un caso así, fuera de la situación de enfermedad expresamente prevista en el canon citado.

    A la hora de querer modificar, justificar nuestras rebeliones aducimos que unos minutos menos no tienen mayor importancia, que lo importante es la Eucaristía y...etc. Esto nos va llevando a desconsiderar los mandatos de la Iglesia y a terminar por ser nosotros mismos los que pongamos nuestras propias leyes.

    Una hora son 60 minutos, y, además, la Iglesia no dice escuetamente una hora, sino que afirma "al menos una hora", lo que supone que debe ser una hora o algo más si cabe, nunca menos. No olvidemos que hasta tiempos de Pio XII el ayuno regía desde el día anterior. Por eso no había entonces Misas vespertinas. En la década del cincuenta del siglo pasado, dicho Papa redujo el ayuno a tres horas; y después del Concilio Vaticano II, se pasó a una hora.

    La Iglesia no pretende limitar la Comunión - que sean menos los fieles que comulgan - sino velar por el respeto y la veneración a tan gran sacramento porque recibimos al mismo CRISTO. Y debemos tomarnos con mucha seriedad esta norma porque no estamos obligados a comulgar y no hemos guardado la debida preparación para hacerlo. Llegado este caso es mejor no comulgar como signo de respeto y veneración, que hacerlo incumpliendo las normas y condiciones que la Santa Madre Iglesia nos exhorta a cumplir.

    martes, 15 de diciembre de 2009

    NAVIDAD ES COMPROMISO


    Son tiempos de espera, de esperanza y de inquietud porque llegue lo esperado. Siempre se espera porque lo esperado nos es necesario y nos va a ayudar a cambiar para bien y mejor. La espera implica compromiso, pues todo cambio de rumbo lleva añadido un compromiso en cumplir y llevar a cabo el rumbo elegido.

    DIOS, nuestro PADRE, ha querido hacerse hombre en el HIJO para que desde nuestra propia humanidad pudieramos comprenderle. Siendo hombre como nosotros no podemos verle lejos, ni tampoco parecernos incomprensible la vivencia de su vida y actitudes. Siendo hombre no podemos negarle la posibilidad de que podemos, como ÉL, imitarle y hacer su mismo recorrido.

    Se hizo hombre como nosotros con todas nuestras mismas limitaciones, menos en el pecado, y sufriendo y padeciendo como nosotros, recorrió nuestro camino hasta el extremo de compartir nuestra muerte en la Cruz. Una muerte, la Suya, aceptada voluntaria desde el compromiso y el amor como rescate, ante el PADRE, por todas nuestras ofensas y rechazos al amor del PADRE.

    Ese padecer y sufrir como cualquier hombre da sentido a nuestra vida en el dolor y las tristezas. Explica nuestra esperanza, desde una perspectiva diferente, frente al dolor y al sin sentido de muchas cosas que nos sobrecogen y nos sorprenden hasta el punto de no entenderlas ni explicarlas. Nos iluminan en el silencio del niño que no entiende los consejos de su padre, pero que intuye que es lo mejor para él.

    Y esto nos lleva a entender que no puede haber amor si no hay compromiso. Navidad es la invitación a abrirnos desde el amor al compromiso de transformar nuestro corazón en este mundo que nos ha tocado vivir. Porque si nos quedamos sólo en el amor, en la intimidad con JESÚS, algo falla. Amor, decimos, son buenas obras y no sólo buenas razones. El amor no puede existir desencarnado del compromiso.

    Por eso, JESÚS, nos enseñó a amar desde el compromiso del bien obrar. Y sólo cuando nos comprometemos en la vida, estamos en el camino de empezar y saborear el verdadero amor. Todo lo que sea amar desencarnado del compromiso es, no amor, sino egoísmo. Porque cuando el amor no sale hacia fuera se queda dentro y dentro sólo puede amarse a sí mismo. Y eso es puro egoísmo.

    Eso fue lo que le ocurrió al joven rico, amaba el cumplimiento directo con DIOS, pero ignoró el cumplimiento con el hermano. Por eso estaba insatisfecho, triste, inquieto. Y pregunta, ¿hay algo más que hacer? La respuesta, venida de los labios del SEÑOR no puede ser otra que la de: "deja todo lo que tienes y sigueme". Es decir, renuncia a ti mismo y comprometete en servir y ayudar a los demás. Es decir, demuestra tu amor amando y amas cuando sirves.

    Nuestra amor se torna verdadero y auténtico cuando somos capaces de amar a nuestros enemigos; cuando estamos en la onda de morir a nosotros mismos por el servicio al que nos ha perjudicado y nos ofende. Amamos de verdad a JESÚS cuando estamos dispuesto a amar también a los hombres. De no existir esa dicotomía algo está fallando en nuestro amor. Posiblemente estaremos más cerca del joven rico que de la Voluntad del PADRE.

    Cuando nuestra libertad no se orienta hacia el amor se vuelve egoísmo y en ese momento dejamos de ser libres para abrazar la esclavitud de vernos sometidos a nuestras propias apetencias y egoísmos. El amor es un compromiso serio, claro y contundente, y cuando no me comprometo es que no estoy amando. Fue lo que hizo el joven rico: "Agachó la cabeza y se fue triste".

    Sólo hay dos caminos: "Libertad o egoísmo", y cuando no optamos por la libertad quedamos en manos del egoísmo. Y el egoísmo nos hace esclavos y nos quita la vida. La perdemos y nos convertimos en seres que deambulamos sin vida por el mundo. Sin esperanza, sin sentido todo lo que tenemos lo perdemos, hasta nuestro tesoro más preciado: la dignidad de ser hijos de DIOS y estar llamado a una vida gozosa en plenitud eterna.

    Por todo ello, Belén significa dejar entrar la libertad en nuestro corazón que nos empuja a morir a nuestros egoísmos y nos hace libres para amar y desapegarnos de todos aquellos vicios y apetencias que nos impiden ser más solidario, capaces de entregarnos a una vida de servicio y amor, en JESÚS, por los hombres.


    miércoles, 9 de diciembre de 2009

    EN LA ESPERA DE SU LLEGADA.



    Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí
    Adviento. Cada acontecimiento de la jornada es un gesto que Dios nos dirige, signo de la atención que tiene por cada uno de nosotros.
    Autor: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net

    Adviento, quiere decir: “venida”, en latín adventus, de donde viene el término Adviento.


    Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra, que puede traducirse como “presencia”, “llegada”, “venida”. En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su ocultación para manifestarse con poder, o que es celebrada presente en el culto.

    Los cristianos adoptaron la palabra “adviento” para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre “provincia” llamada tierra para visitarnos a todos; hace participar en la fiesta de su adviento a cuantos creen en Él, a cuantos creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se pretendía sustancialmente decir: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no lo podemos ver y tocar como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras.

    El significado de la expresión “adviento” comprende por tanto también el de visitatio, que quiere decir simple y propiamente "visita"; en este caso se trata de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. Todos tenemos experiencia, en la existencia cotidiana, de tener poco tiempo para el Señor y poco tiempo también para nosotros. Se acaba por estar absorbidos por el “hacer”.

    ¿Acaso no es cierto que a menudo la actividad quien nos posee, la sociedad con sus múltiples intereses la que monopoliza nuestra atención?

    ¿Acaso no es cierto que dedicamos mucho tiempo a la diversión y a ocios de diverso tipo? A veces las cosas no “atrapan”.

    El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos empezando, nos invita a detenernos en silencio para captar una presencia. Es una invitación a comprender que cada acontecimiento de la jornada es un gesto que Dios nos dirige, signo de la atención que tiene por cada uno de nosotros. ¡Cuántas veces Dios nos hace percibir algo de su amor! ¡Tener, por así decir, un “diario interior” de este amor sería una tarea bonita y saludable para nuestra vida! El Adviento nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia ¿no debería ayudarnos a ver el mundo con ojos diversos? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como "visita", como un modo en que Él puede venir a nosotros y sernos cercano, en cada situación?

    Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, espera que es al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos empuja a entender el sentido del tiempo y de la historia como "kairós", como ocasión favorable para nuestra salvación. Jesús ilustró esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar la vuelta del amo; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en aquellas de la siembre y de la cosecha. El hombre, en su vida, está en constante espera: cuando es niño quiere crecer, de adulto tiende a la realización y al éxito, avanzando en la edad, aspira al merecido descanso. Pero llega el tiempo en el que descubre que ha esperado demasiado poco si, más allá de la profesión o de la posición social, no le queda nada más que esperar.

    La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña y un día secará también nuestras lágrimas. Un día no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el Reino de Dios, Reino de justicia y de paz.

    Pero hay formas muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno por un presente dotado de sentido, la espera corre el riesgo de convertirse en insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente queda vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grave, porque el futuro es totalmente incierto. Cuando en cambio el tiempo está dotado de sentido y percibimos en cada instante algo específico y valioso, entonces la alegría de la espera hace el presente más precioso. Queridos hermanos y hermanas, vivamos intensamente el presente donde ya nos alcanzan los dones del Señor, vivamoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. El Adviento cristiano se convierte de esta forma en ocasión para volver a despertar en nosotros el verdadero sentido de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado por largos siglos y nacido en la pobreza de Belén.

    Viniendo entre nosotros, nos ha traído y continua ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de múltiples modos: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto según si detrás de ella está Él o si está ofuscada por la niebla de un origen incierto y de un incierto futuro.

    A nuestra vez, podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos afligen, la impaciencia, las preguntas que nos brotan del corazón. ¡Estamos seguros de que nos escucha siempre! Y si Jesús está presente, no existe ningún tiempo privado de sentido y vacío. Si Él está presente, podemos seguir esperando también cuando los demás no pueden asegurarnos más apoyo, aún cuando el presente es agotador.

    Queridos amigos, el Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, de modo particular, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede borrar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos anima a caminar confiados. Modelo y sostén de este íntimo gozo es la Virgen María, por medio de la cual nos ha sido dado el Niño Jesús. Que Ella, fiel discípula de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y diligentes en la espera. Amén.



    Fragmento de la Homilía pronunciada por el Papa Benedicto XVI el sábado 29 de noviembre 2009 durante la celebración de las Primeras Vísperas del I Domingo de Adviento

    martes, 8 de diciembre de 2009

    MARÍA, ESPEJO DONDE MIRARNOS.


    María es la Madre que, no sólo nos cuida y protege, sino que nos señala las actitudes donde debemos hurgar y profundizar para, imitándola, acoger y vivir las buenas y verdaderas actitudes que brotan del corazón de su HIJO.

    María, turbada y sorprendida, sin comprender bien lo que le pasaba, acepta y confía en las palabras de ángel Gabriel y da un "SÍ" rotundo a la Voluntad de DIOS. Ella tiene sus planes, sus proyectos y su camino, pero el SEÑOR la llama, la elige y quiere su "SÍ" para confiarle la misión de ser la Madre de su HIJO. María confía en su SEÑOR y exclama: "Hagase tu Voluntad".

    Cuantas veces rechazamos las llamadas del SEÑOR porque tenemos otros planes, porque tenemos miedos y respeto humano al que dirán... María dejó todo lo que tenía pensado y, ante el temor y miedo que suponía mostrarse al mundo en gestación de su hijo sin conocer varón, da un "SÍ" firme, confiado y abandonado en las manos de DIOS.

    María, no sólo acepta y responde afirmativamente, sino reconoce la grandeza de DIOS y se siente gozosa y alegre de ser elegida por su SEÑOR. Se sabe pequeña, poca cosa, pero reconoce el poder de DIOS y las maravillas que hace en su humilde esclava. ¿Estamos nosotros en esa actitud? ¿Nos reconocemos pequeños, humildes, criaturas del SEÑOR?

    Por eso, María, confiada y esperanzada en el SEÑOR, sabe también estar. Afronta la situación de su papel de mujer, marcada por su época, marginada y sin ninguna credibilidad. Espera con confianza que el ESPÍRITU la conduzca y la dirija y la situe en el camino de cumplir la promesa prometida. Sabe esperar pacientemente su papel y lo cumple en cada momento.

    Asume sus riesgos, padece y sufre las miradas, las murmuraciones, las incomprensiones y todo lo que supone un cambio de proyectos. Y, abandonada en sus MANOS corre presta a presenciar las maravillas del SEÑOR en su prima Isabel y prestarle sus servicios. Es el primer testigo y testimonio del cumplimiento de la promesa: "Su primo Juan exulta de gozo al sentir la presencia del Mesías en el seno de su Madre". El poder del SEÑOR se pone de manifiesto.

    María camina y cumple sus etapas. Está en el nacimiento y la huida. Aparece en el extravío del niño JESÚS y en su muerte en la Cruz. Espera con los Apóstoles su Resurrección, e inicia en Pentecostés la andadura de la Iglesia. María aparece y desaparece cuando su misión lo demanda. Ha sabido cumplir a la perfección la Voluntad de DIOS.

    Y María sabe que todo le viene dado y regalado por el SEÑOR. Ella se sabe incapaz de obrar así y de entender la grandeza del SEÑOR. Por eso proclama desde su alma la Grandeza del SEÑOR, y se alegra su espíritu en DIOS, su SEÑOR y Salvador, porque todo su obrar y hacer son maravillas que hace el SEÑOR en su humilde persona. ¿Estamos nosotros en esa actitud? ¿Nos reconocemos instrumentos en manos del SEÑOR? ¿Nos sabemos manos del SEÑOR que obra maravillas en nosotros?

    Pensemos que el SEÑOR hizo maravillas en María porque ella dijo "SÍ", y abrió su corazón para que el ESPÍRITU obrara en ella. ¿Estamos nosotros dispuesto a dejar que el ESPÍRITU haga lo mismo en nosotros? ¿Creemos que puede hacerlo? Esforcémonos en intentarlo y veremos las maravillas que el SEÑOR hará también en nosotros.

    domingo, 6 de diciembre de 2009

    BAUTISMO DE CONVERSIÓN.


    Lo sorprendente y milagroso, lo único y evidente que testimonia como prueba de que el Plan de DIOS estaba escrito en ÉL desde siempre es lo profetizado en el tiempo muchos siglos antes del acontecimiento realizado en la historia. Lo que iba a hacer Juan el Bautista está profetizado por Isaías centenares de años antes.

    Una voz clama: "
    En el desierto abrid camino a YAHVÉ, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro DIOS. Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie. Se revelará la Gloria de YAHVÉ, y toda criatura a una la verá. Pues la boca de YAHVÉ ha hablado" (Is 40, 3-5).

    A través del Antiguo Testamento se va profetizando y construyendo el Plan que DIOS ha establecido para el hombre, su criatura amada. Todo lo que va a suceder después tiene su proclamación en el pueblo de Israel que espera el cumplimiento de las promesas profetizadas por los Profetas.

    Y DIOS, en la figura de Juan el Bautista proclama la llamada a la conversión y arrepentimiento del hombre. Una voz grita y proclama que toda criatura vuelva su mirada al SEÑOR; que todo hombre se pregunte que bulle en su interior y que busca en lo más profundo de su corazón. Es una llamada a dar la vuelta a nuestro corazón corrompido, a nuestro corazón desproporcionado, a nuestro egoísmo desmesurado...

    Por eso clama que todo sendero se allane, que todo valle se eleve y los montes y colinas desciendan; que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Y todos verán entonces la salvación de DIOS.

    ¿Y no es eso verdad? Si cada uno quitara todos los baches y agujeros que tiene en el camino de su vida; si cada uno ayudará a elevar lo que está aplanado y hundido en el otro, como a abajar y enderezar todo lo que está en mí, por mi engreimiento, tan elevado, torcido y escabroso ante los demás, todo se vería de otra forma y todo tendría fácil solución desde la verdad y la justicia.


    JESÚS quiso, por lo tanto, recibir su Bautizo de manos de Juan porque era necesario, según la Voluntad del PADRE, salvar a los hombres desde los hombres. DIOS quiso hacerse hombre y padecer como el hombre para desde su misma realidad e historia entenderlo y guiarlo hacia la salvación. Por eso le dice a Juan que haga lo que está escrito que haga, y se somete al Bautizo de Juan.

    Un Bautizo, que no procede, porque ÉL está libre de todo pecado, pero libremente dispuesto a cumplir la VOLUNTAD del PADRE, y se hace necesario que se haga así. JESÚS nos enseña el Camino, la Verdad y la Vida dando, ÉL, el primer paso y proclamando el comienzo de la hora del SEÑOR. Es el punto de partida para que todo se iguale y los hombres se desnuden de todo egoísmo y se hagan el hermanos.

    Y todo empieza con el primer "SÍ", que corresponde a una mujer que es llamada y elegida para ser madre del HIJO que se entrega para redimirnos y salvarnos. Un "SÍ" que nos señala la actitud y disponibilidad que debemos seguir. Un "SÍ" que nos indica la respuesta que nos pide el SEÑOR y que espera de cada uno de nosotros.

    UN "SÍ, que nos implica en responder con y por nuestro Bautismo, a convertirnos cada día en dejarnos asistir y guiar por el ESPÍRITU, para "Cumplir su Voluntad". María, figura del Adviento, es el Icono a mirar, junto a José, en esta celebración del nacimiento de JESÚS que vuelve a llamarnos para despojarnos de todo lo que nos desiguala, nos diferencia, nos desnivela, nos separa, nos distancia, nos incomunica, nos impide ser justos, rectos, iguales y capaces de vivir en la justicia, la paz y el amor.

    Para abrirle un camino a DIOS es necesario descender al fondo de nuestro corazón. Quien no busca a DIOS en su interior es difícil que lo encuentre fuera. Probablemente, dentro de nosotros encontraremos miedos, preguntas, deseos, vacío... No importa, no tengamos miedo, porque DIOS, nuestro PADRE, está ahí. ÉL nos ha creado con un corazón que no descansará, como decía muchos años después San Agustín, si no es en ÉL.


    Con un corazón sincero y sencillo, miremos a María. No ha de preocuparnos el pecado o la mediocridad. Lo que más nos acerca al misterio de DIOS es vivir en la "verdad", no engañarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros errores. El encuentro con DIOS acontece cuando a uno le nace desde dentro, tenemos que nacer de nuevo como le dijo JESÚS a Nicodemo, esta oración: "Oh DIOS, ten compasión de mí, que soy pecador". Este es el mejor camino para recuperar la paz y la alegría interior.

    En actitud confiada. Es el miedo el que cierra a no pocos el camino hacia DIOS. Tienen miedo a encontrarse con ÉL, sólo piensan en su juicio y en sus posibles castigos. No terminan de creerse que DIOS sólo es Amor y que, incluso cuando juzga al ser humano, lo hace con amor infinito, recuerden la parábola del hijo prodigo. Despertar la confianza total en este amor (DIOS es nuestro PADRE) puede ser comenzar a vivir de una manera nueva y gozosa con DIOS.

    Caminos diferentes. Cada uno ha de hacer su propio recorrido. DIOS nos acompaña a todos. No abandona a nadie y menos cuando se encuentra en apuros y perdido (la oveja perdida). Lo importante es confiar en ÉL, porque es nuestro PADRE, y no perder el deseo humilde de DIOS. Quien sigue confiando, quien de alguna manera desea creer es ya "creyente" ante ese DIOS que conoce hasta el fondo el corazón de cada persona.

    sábado, 5 de diciembre de 2009

    ADVIENTO


    Adviento es una palabra latina formada por la preposición ad, que significa hacia, y el verbo ventus que significa venida, (adventus), venida del Redentor. Es la preparación hacia la venida de Alguien en el que esperamos la salvación, la liberación de la esclavitud, no sólo material sino espiritual. Es la esperanza de alcanzar la libertad plena y gozosa eternamente.

    Por todo ello, es tiempo de prepararnos, esperanzarnos, confiarnos y sentirnos gozosos ante tanta oscuridad, desvío, confusión y desconcierto. Es la llegada del Mesías que nos salva, y que hace salir de nuestros corazones HIMNOS de esperanza y alabanza.

    De luz nueva se viste la tierra,
    porque el sol que del cielo ha venido
    en el seno feliz de la Virgen
    de su carne se ha revestido.

    El amor hizo nuevas las cosas,
    El ESPÍRITU ha descendido
    y la sombra del que es poderoso
    en la Virgen su luz ha encendido.

    Ya la tierra reclama su fruto
    y de bodas se anuncia alegría,
    el SEÑOR que en los cielos moraba
    se hizo carne en la Virgen María.

    Gloria a DIOS, el SEÑOR poderoso,
    a su HIJO y ESPÍRITU SANTO,
    que en su Gracia y su amor nos bendijo
    y a a su reino nos ha destinado. Amén

    Himno de Laudes del tiempo de Adviento.

    jueves, 3 de diciembre de 2009

    ¡ULTREYA!


    La palabra ultreya es una antigua palabra española que usaban los peregrinos de Compostela cuando se encontraban para saludarse y animarse a lo largo del camino. Esta palabra, probablemente derivada del latín ultra, significaba "¡Adelante!"

    Los cursillistas utilizan esa palabra para designar un tipo de encuentro que tiene lugar después del Cursillo. Es la reunión de los cursillistas de una o algunas parroquias.

    En donde las Reuniones de Grupos se hacen, la Ultreya congrega los grupos de una misma región, contribuyendo a mantenerlos en el espíritu del MCC y a sensibilizarlos a la realidad de la Iglesia.

    En un clima de amistad, se intercambia sobre lo vivido, sea a base del trípode (piedad, estudio, acción), sea a partir de un texto del Evangelio.

    Ahí se escucha unos testimonios referentes a la vida interior y unas experiencias apostólicas. Este hecho de compartir lo vivencial llega a ser un "modelo" apostólico, un ejemplo práctico, un reto del Señor que parece invitarnos: "Vayan y hagan igual".

    Como "Ultreya" lo indica, este encuentro (semanal usualmente) es un aliento para ir adelante. Es el mejor medio para alimentar la llama del Cursillo.

    Se hace necesario apoyarnos, juntarnos y vernos en la medida de nuestras posibilidades porque necesitamos del aliento, del empuje, de la palmadita del compañero o compañera que nos anima, que nos da ejemplo de su constancia, de su perseverancia, de su levantarse a pesar de las caídas, de su esperanza y de su fe.

    La Reunión de Grupo es algo en lo que debemos poner mucho empeño, porque en ella fortalecemos nuestra fe al darnos y recibir. Es la vivencia de nuestras inquietudes, fatigas, sufrimientos, alegrías, trabajo, apóstolado, piedad, formación...etc en un clima de amistad, tranquilidad, entrega, sinceridad y a la hora que mejor les convenga a los que la forman.

    Es el espacio donde aprendemos a perdonar, a aceptar, a colaborar, a realizar nuestra acción apostólica, a sensibilizarnos de los problemas y necesidades de los demás, a llorar juntos, a sufrir y compartir las penas, los problemas, las dificultades; también las alegrías, los momentos buenos, los éxitos tanto nuestro como los de los demás.

    No importa el tiempo que tardemos en conseguirlo, pero nunca dejemos de esforzarnos en conseguirla. Mi experiencia es positiva y aunque he tenido algunas que se han perdido, sigo insistiendo en conseguirla. Me ofrezco a tratar de formar una. El intento vale la pena, porque los frutos serán muy valiosos. No olvidemos que estamos hechos en racimos y sólo en racimos encontraremos el camino para llegar a la Casa del PADRE.