Mt 13, 10-17 |
—Es
fascinante, Manuel —se preguntaba su amigo Pedro—, el misterio de la vida se
esconde en esas hermosas parábolas con las que Jesús da a conocer el Reino de su
Padre Dios.
—Y
tan fascinante que no hay ninguna otra obra literaria tan perfecta y clara como
el Nuevo Testamento —Palabra de Dios—, donde Jesús anuncia la Buena Noticia del
Reino de su Padre Dios.
—Pero,
¿por qué dice el Señor que a ellos no? ¿A quiénes se refiere?
—Mira,
la gente sencilla está abierta a la verdad. La viven, la sienten y padecen en
su propia carne, y por eso, la entienden. Se quedan prendados de cómo Jesús les
expone y se identifican con ella.
—¿Y
por qué los otros no? ¿Dónde está la diferencia?
—En
la soberbia y prepotencia. Los otros son los que fabrican ellos sus propias
verdades, no están abiertos a la Verdad que la propia vida les presenta y
obedecen a sus propios egoísmos. Y eso hace que sus ojos y oídos permanezcan
cerrados.
—¡Claro!,
por eso no ven ni oyen.
—Evidentemente,
Pedro. El anuncio es tan sencillo y claro que, cuando no nos interesa ver ni
comprender, ponemos pegas, dificultades y, en consecuencia, cerramos nuestros oídos
y ojos. Así de sencillo. Por eso, el Evangelio dice: Al que tiene se le dará, y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. ¿Lo entiendes?
—No
lo tengo muy claro.
—Es decir, aquellos que
fundamentan su vida en su propia verdad, su prepotencia y soberbia, terminarán
por perder lo que tienen. Mientras que lo que abren sus oídos y ojos a la
Verdad, tendrán más todavía.
—En
otras palabras, significa que quien tiene a Jesús, recibirá más en abundancia,
y al que no, lo que cree tener en este mundo lo perderá.
—Eso
es.
Y así sucede en la vida. Los entendidos se muestran incapaces de comprender, pues no conciben a un Dios fuera de sus cálculos, razonamientos e ideas tal y como ellos lo han ideado y creado religiosamente. Y terminan por cerrar sus ojos y oídos hasta el extremo de condenarlo a muerte.
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