Nuestra naturaleza
es débil. Jesús la experimentó en esos cuarenta días en el desierto al dejarse
tentar por el diablo. Sufrió la seducción del poder, de la prepotencia, del
hambre y salió victorioso. Nos enseñó el camino para, a pesar de ser débiles y
tentados no sucumbir a la tentación. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y
junto a Él, a pesar de ser tentados saldremos victoriosos.
Es evidente que
las tentaciones descubren y amenazan nuestros puntos flacos. Somos tentados por
donde más débil está nuestra naturaleza y más fácil es romperla y seducirla.
Eso es lógico. Hay tentaciones que no nos pueden o que podemos controlar con
cierta firmeza y voluntad. Sin embargo, hay otros que nos pueden y nos seducen
con extrema facilidad.
Será pues cierto
que las tentaciones dibujan nuestra manera de ser y las inclinaciones de
nuestra conducta. De alguna manera transparentan nuestra identidad y nuestro
ser. Dicho de otra forma, nos damos a conocer descubriendo lo que realmente nos
seduce y nos tienta. Porque, la tentación habla de nuestro lado más precario,
de nuestra naturaleza más quebradiza. No en vano en la oración que Jesús nos
muestra y enseña está incluida esa parte donde pedimos: … y no nos dejes caer
en la tentación…
Tengamos, pues, en cuenta que nuestro camino va a estar lleno de propuestas tentadoras que tratarán de seducirnos y apartarnos de ese camino de desierto que nos lleva a prepararnos y fortalecernos en el espíritu y Voluntad de nuestro Padre Dios. La Cuaresma significa un tiempo donde podemos tomar conciencia de ese peligro para desembocar en la Pasión y muerte de nuestro Señor con la celebración de su Resurrección al tercer día. Esa es nuestra victoria y nuestra esperanza que fortalecerá nuestro camino de Resurrección y de Vida Eterna en plenitud de gozo y felicidad.
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