—Me
quedo de piedra al ver la confianza que tiene esa mujer, Marta, en
Jesús. Siente dolor, pero no se derrumba, ni se queda en
él, y sale al encuentro de Jesús. Y me asombra lo que dice,
Pedro.
—¿Qué
dice?
—Es
asombrosa su fe. Mira: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría
muerto. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.”
¿Y te das cuenta de lo que dice al final? “Sé que todo lo que
pidas a Dios, te lo concederá.” ¡Dios mío, cómo me gustaría tener una fe
como la de esa mujer!
—¡Asombroso!
También a mí me gustaría creer con esa fuerza y firmeza.
—Pero
más asombroso aún me parece lo que le responde Jesús: “Yo soy
la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá.” Eso no
va dirigido solo a Marta. También me lo dice a mí. ¿Te das
cuenta, Pedro?
—Se
me están poniendo los pelos de punta, Manuel. Y no sé cómo reaccionar
ni qué decir.
—A
mí me pasa algo parecido. Pero mira cómo le responde Marta a
Jesús: “Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que
tenía que venir al mundo.” Y, aunque no llego a esa fe, me
gustaría tenerla y confiar de esa manera en Jesús.
—Manuel,
se me ocurre una idea: recemos para que nuestro Padre Dios aumente
nuestra fe. Pidamos, busquemos y llamemos, y no desfallezcamos.
Dios nos escucha y premia la insistencia. ¿No te parece?
—Buena
idea, Pedro. Hagámoslo
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