domingo, 10 de agosto de 2025

LA VIDA, TIEMPO DE VIGILIA

Lc 12, 35-40

Hay días, pensaba Manuel, en los que siento la presión que la vida me impone. El ritmo acelerado termina angustiándome, y eso trae impaciencia y hasta desesperanza. Entonces, busco espacios de silencio, de calma, como si tratara de detener el tiempo con mis manos para poder pensar, sosegarme y hallar paz. Pero, sobre todo, cuando tras esa búsqueda me encuentro con Dios, experimento una paz profunda y un gozo verdadero. En Él se disuelven mis pesares y ansiedades.

    —Buenos días —dijo Pedro—. Hoy me siento lleno de vida y alegría. No sé por qué, pero hay días en que todo parece más hermoso. 
    —Nunca llueve a gusto de todos —respondió Manuel—. A mí me sucede todo lo contrario. Hoy siento que el día es pesado, me invade la tensión y la angustia, sin saber bien por qué.
    —Si tú no lo sabes, será difícil encontrar respuesta.
    —Quizás tiene que ver con los tiempos en que vivimos. Ahora todo es más acelerado, imprevisto, no hay nada seguro, ni siquiera el puesto de trabajo. Este ritmo acelerado puede ser respuesta a mis sentimientos de hoy.
    —Creo que algo de eso sucede. Hay días en que siento que todo me empujan, que no hay tiempo para nada, que la vida va demasiado deprisa.
    —Sí, realmente es así. Sin darnos cuenta, aceleramos nuestra vida, y no caemos en la cuenta de que no podemos mover ni un pelo de nuestro cabello. Todo tiene su ritmo, y las cosas suceden cuando llega la madurez. La razón y el sentido común no se apresuran; llegan en su momento. Pero el hombre va contra ese tiempo natural, especialmente en la economía, los proyectos y las ganancias, volviéndose esclavo de un ritmo frenético. Y una vez más encuentro la respuesta en la Palabra de Jesús.
    —¿Cuál es esa respuesta? —Preguntó Pedro.
    —No apurarse, mirar los signos de los tiempos, permaneciendo en espera vigilante. No dejar que ese ritmo frenético domine tu vida y tu alma. Y, por el contrario, perseverar pacientemente, poniendo tu esperanza y confianza en Dios. Mira, experimento cierto sosiego y serenidad en la medida que hablo y voy haciendo mías la Palabra de Jesús. La vida tiene siempre un ritmo establecido, y alterarlo trastoca nuestra vida y nuestra alma. Solo el Señor da serenidad y paz.
    —Tienes razón. A veces, la gente se vuelve loca por pasarse con la velocidad.

     Tu vida la impulsa un motor: tus compromisos, tus obligaciones, tus deseos, tus logros. Pero, ¿hacia dónde te llevan? Lo que eres ha tomado tiempo en formarse tras caídas y esfuerzos. Así hemos crecido, y así seguiremos creciendo a pesar de que estos tiempos modernos nos quieran acelerar. Estar en vela, como los criados de la parábola, significa vivir el tiempo con paciencia y, siempre, en la presencia de Dios. Él es el centro, y todo nuestro vivir a su derredor, en constante vigilia.

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