Es cosa bien sabida que se nos valora y estima más fuera de casa que en nuestra propia casa. Esa experiencia, que todos hemos experimentado muchas veces en nuestra vida, el refranero tradicional la resume de la siguiente manera: "Nadie es profeta en su tierra". Y es que a quien está a nuestro alcance y conocemos le damos muy poco valor. Sólo nos apercibimos de ello cuando nos falta o no es de lo nuestros.
JESÚS, uno más entre ellos, es cuestionado por sus orígenes, y sabida su procedencia de Nazaret, hijo del carpintero José y la sencilla y humilde María, sus palabras tienen poco crédito y valor. En su misma tierra no se le escucha y se le tiene por loco o fuera de sí. Su celo apostólico lo encasilla como un obsesionado y un maniático.
Ahora, podríamos preguntarnos, ¿hacemos nosotros lo mismo? Porque ocurre que nosotros actuamos de la misma forma, desoímos la voz del Papa, de la Iglesia y de aquellas personas que nos interpelan o nos interrogan con su palabra y conducta al igual que muchos otros lo hicieron con JESÚS. Muchos de nosotros hemos vivido en nuestra propia carne indiferencia, insultos, marginación y hasta se nos ha tachado de fanático, de que nos han lavado el coco o de loco.
No se nos tiene en cuenta y se nos toma a risa nuestras propuestas, nuestras manifestaciones litúrgicas, oraciones y nuestros actos molestan porque descubren la verdad y remueven las conciencias. Es entonces cuando somos reos de persecuciones y de muerte. A JESÚS lo siguieron hasta matarlo, y a nosotros nos puede pasar lo mismo, de hecho está pasando en muchos países.
Que nunca, SEÑOR, sea indiferente
a tu Palabra, y que siempre esté
dispuesto a defenderla con mi
palabra y vida antes que,
por miedo, callar y
esconderme. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.