Nos resulta
imposible guardar silencio cuando nos ha ocurrido algo, incluso si ese algo es algo
malo. Sentimos deseos de decírselo a alguien con el que tenemos confianza.
Pero, si la noticia es buena, nos será imposible anunciarla, compartirla y
pregonarla por todo lugar. Eso es lo que leemos hoy en el Evangelio, el
acercamiento de un leproso a Jesús. Ambos trasgreden la ley del acercamiento
del leproso y Jesús de dejarse que se le acerque.
El deseo es más fuerte que el miedo al peligro
de la muerte. Jesús espera y su deseo es sanar a aquel leproso. Y el leproso
lleno de esperanza y de fe cree profundamente que Jesús puede limpiarle y
liberarle de esa lepra. Y saltándose toda prohibición y obstáculos se presenta
ante Jesús. Conocemos lo que sucedió, y, si no es así, puedes leerlo en Marcos
- 1, 40-45 -.
La lección es que
tú y, también yo, padecemos lepras. No una lepra como la de aquel leproso ni de
aquellos tiempos, pero sí una lepra que nos esclaviza y nos impide ver a Jesús
y, sobre todo, creer en su Amor incondicional y su poder de devolvernos la vida
limpiándonos del pecado que nos mata. Un pecado que nos ciega nos somete y nos
esclaviza. Posiblemente no nos demos cuenta pero nuestras lepras se disfrazan
hoy con otros síntomas y virus: dinero, poder, fama, soberbia, avaricia, concupiscencia,
placer…etc. son lepras que se actualizan en nuestra vida. Y posiblemente más
peligrosas que la lepra común.
Pero, de la misma
forma que Jesús limpió a aquel leproso, hoy, si tú se lo pides con fe, Él puede
limpiarte. Prueba y verás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.