El hombre se
enamora de los preceptos. Prefiere la norma, la tradición, el cumplimiento al
amor y la misericordia. Aboga por cumplir, pero se apoya en sus fuerzas para
perdonarse a sí mismo, mientras que carga contra el pobre y débil. De modo que
para escaparse del cuidado de sus padres recurren al precepto o la norma
impuesta por ellos en el tiempo de Jesús.
Pero, hoy ocurre tres cuartos de lo mismo. Abogamos porque tenemos que trabajar, seguir nuestro camino, cuidar a nuestros hijos y muchas disculpas más, y, justificados, encerramos a nuestros padres en residencias, que aunque sean jaulas de oro, no dejan de ser encerronas o cárceles. Sin embargo, no omitimos darnos la gran vida y todo el placer que podamos.
Bien es verdad que
los verdaderos culpables, no están, aunque eso no nos exime, en el pueblo
sufrido, sino en los legisladores que, como antaño con el «corbán»,
es decir, ofrenda sagrada, ahora imponen cargas que obligan a tomar esas
medidas a los más pobres y débiles. Mientras ellos, con más posibilidades y
poder, se cuidan de ser cuidados, valga la redundancia.
Nuestra relación
con Dios no es una relación de cumplimientos ni de normas. Es una relación de
compromiso por amor. Un compromiso libre que nace de una relación de Amor y
Misericordia que nos llena de gozo y paz y nos anima a corresponder de la misma
manera con los demás con la esperanza siempre de ser perdonados por Amor y
Misericordia de un Dios Padre de Infinita Bondad y Compasión.
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