Nos vemos
retratado en este pasaje evangélico. Cuantas veces hemos dudado y hasta avergonzados
de algunos de nuestros familiares, parientes o conocidos. Incluso de algún
paisano que pensamos que con su conducta nos deshonra. Así sucedió con Jesús en
su tiempo. Sus propios paisanos dudaron de Él y se resistieron a sus
enseñanzas.
La evidencia nos
enseña que, sobre todo a nuestros familiares, vecinos y conocidos le exigimos títulos,
prestigio y formación que no exigimos a los de afuera. En nuestro entrono nos
cuesta mucho, si no es imposible, ser reconocido y aceptado. Sin embargo lo que
viene de afuera nos entra con más facilidad.
Jesús había pasado
sus primeros treinta años de forma oculta, sencilla, sin estudios y, posiblemente,
aprendiendo el oficio de carpintero. Llegado el momento de su vida pública
aparece en la sinagoga enseñando. Y aunque quedan admirados de su forma de enseñar
y sus obras dan testimonio de su Palabra, se resisten a creerle. No entienden
como uno de los suyos, sin estudios y sin formación les pueda ahora enseñar. No
se imaginan que Jesús anuncia y revela el Amor del Padre y su Infinita
Misericordia.
Interrogantes como: ¿de dónde salen ahora esos milagros? ¿Y esa sabiduría? Pero ¿quién es este? ¿No son estas preguntas las mismas que ahora nos hacemos muchos? Incluso con la duda de no estar seguro o no creer que Jesús está vivo y Resucitado. Es evidente que la fe es la piedra fundamental de nuestra adhesión y creencia en Jesús. Sí, Señor, creo que tú eres el Hijo de Dios Vivo, el enviado a anunciar el Amor Misericordioso del Padre y a entregar tu Vida para darnos la salvación y vida eterna. Y lo creo porque desde lo más profundo de mi corazón así lo experimento y lo siento. Sin Ti, Señor, mi vida quedaría sin sentido y destruida. Es cuando realmente no entendería nada de lo que está sucediendo en este mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.