Nos resultará muy difícil
evitar juicios. Es algo tan consustancial a nuestra naturaleza que espontáneamente
salen de nuestro corazón sin poder evitarlo. Por eso, conviene hacer una pausa
y, antes de lanzarnos a dar nuestra opinión, ponernos en el lugar del juzgado.
Es evidente que
hay hechos tan claros y objetivos que el juzgarlo no es sino el resultado de observar
el bien o mal que se ha hecho, hasta el punto de que tu juicio queda al desnudo
de lo evidente y real. Diríamos que el juicio coincide con el hecho acontecido.
Sin embargo, siempre es mejor tratar de evitar aventurar tu opinión que tiene
muchas posibilidades de errores y prejuicios.
De cualquier
manera procuremos no ser rápidos en emitir juicios sobre los actos de los demás.
Démonos tiempo y pausa antes de lanzarnos a la aventura de juzgar y caer en la
tentación inmisericorde que tanto, en muchas ocasiones, experimentamos vernos
tentados a emitir. Siempre será mejor una pausa y un tiempo de reflexión antes
de dejar escapar nuestros juicios apresurados y, posiblemente, sujetos al
error.
La misericordia nos puede ayudar mucho a ser prudentes, a experimentar vernos en el lugar del otro, a pensar que el contexto del hecho posibilita mucho la falta o el error cometido. Y, sobre todo, a facilitar la posibilidad de dejar abierta una puerta a la misericordia con las que tus propias faltas serán medidas. Porque así, de esa manera tú también serás juzgado.
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