Diría que para el
cristiano el mundo debe invertirse y mirarse al revés. Porque, en lugar de escalar
puestos, de trepar grados y alturas, búsquedas de lucimientos y admiraciones,
de querer ser admirado, llamado maestro y padre y de ser considerado superior,
un cristiano tiene que despojarse de todas esas tentaciones y vanidades y,
abierto al servicio, revestirse de humildad y generosidad por amor.
Seguir a Jesús es ponerlo en el centro de tu corazón y ser el objetivo a cada instante de tu mirada. Tu vida será un constante mirarte en Él y dejar afuera de tu corazón esas cinco actitudes de iniquidad que Jesús remacha en el Evangelio de Mateo: a) que no te llamen maestro; b) que dejes de considerarte padre; c) que no se traten de consejeros; d) que sean servidores; y e) que sean humildes.
Entramos en un mundo de rivalidad, de
comparaciones y de trepar hacia escalafones y jerarquías que terminarán por
destruir la propia vida. Jesús terminará por decirnos que el que quiere ser
primero que sea el último.
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