miércoles, 31 de enero de 2018

CUANDO LA FE SE CONVIERTE EN TU RESPUESTA VÁLIDA

(Mc 6,1-6
Sucedió en tiempo de Jesús y también sucede en nuestro tiempo. Nadie es profeta en su tierra. Lo dijo Jesús en su tiempo, y también lo decimos nosotros en el nuestro. Lo conocido, lo cercano y a los que sabemos de dónde viene no le damos valor ni importancia. La palabra de nuestro padre, hermano o amigos nos cuesta mucho obedecer y tomarla en serio.

Nos impresiona más lo extraño, lo desconocido y toda palabra que venga de alguien que no sabemos quién es. Eso lo experimentó Jesús en su propio pueblo. Sus milagros y su Palabra no eran tomadas en serio ni era creída. Siempre se le buscaba una excusa, pues como iba a ser el Mesías el hijo del carpintero y de la joven humilde y sencilla María. No cabía en sus cabezas, aunque reconocían su sabiduría respecto a las cosas que decía y cómo los decía.

« ¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?».

¿No nos ocurre a nosotros lo mismo ahora? ¿Acaso creemos en su Palabra y en sus milagros? Sí, nos merece respeto, dicen muchos, pero de ahí no pasan. No creyéndose ciegos lo están, pues no son capaces de ver la Verdad. Viven en la mentira y en los espejismos de la realidad. Tal como aparecen, todos se desvanecen y vuelve al caos y al sin sentido.

Porque ser ciego no es ver las cosas que hay en el mundo, sino ver la Verdad. Y todos los que no ven la Verdad están ciegos. Cegados por las luces del mundo que los encandila y les impide ver sus propios pecados, sus incapacidades de amar. Y si no eres capaz de amar, nunca serás feliz. Porque la felicidad no te la puede dar sino el amor. Lo habrás experimentado aquellos instantes que has descubierto que estás a bien y en comunión con los que te rodean. Entonces es cuando te experimentas feliz. 

Y, tenlo en cuenta, nadie te podrá dar esa capacidad de amar sino Jesús. Porque, tú estás herido por el pecado y vencido por tu naturaleza caída que te pone en manos del Maligno que te somete y vence. Sólo el poder del Amor que viene del Señor te liberará y salvará.

martes, 30 de enero de 2018

LA AUTORIDAD QUE DESPRENDE JESÚS EN TODOS SUS ACTOS

Mc 5,21-43
¿Puedes imaginar como se quedarían aquellos que se reían de Jesús cuando les dijo que la niña no estaba muerta sino dormida? Sería hermoso podérselo imaginar, pues sus caras serían un poema. Desde ese hecho podemos hacernos una composición de como hablaba Jesús y la autoridad que desprendían sus Palabras Su seguridad y su firmeza dejaban a la gente atónita y asombrada.

Hoy Jesús, nos narra el Evangelio de Marcos, y de como va a la otra orilla y la multitud de gente le sigue. Tiene que ser emocionante como Jesús responde a la petición de aquel hombre - jefe de sinagoga - y le pide la curación de su hija que está a punto de morir. ¡Qué gran autoridad de Jesús al responderle con su decisión firme de ir a su casa a curarla! No se puede encontrar una autoridad más grande. Seguro de su Poder y del beneplácito del Padre, Jesús, el Señor, camina para afirmar que Él vence a la muerte.

Y, hermosa la actitud de Jesús, al comprobar que aquella mujer, enferma de flujo de sangre, se esfuerza en tocarle su manto. Piensa y lo hace que, de tocarle el manto, puede quedar curada. Está cansada de tanto médicos que le han tratado. Se ha gastado todo su dinero, y, sin más recurso que el de confiar en Jesús, se lanza a la proeza de tocarle su manto. No se siente digna ni importante para que Jesús le dedique un tiempo, y tampoco para hablar con aquellos apóstoles tan influyente. Ella, una pobre mujer que ya no tiene nada está convencida que tocando el manto de Jesús puede quedar curada.

Ambos, Jairo -jefe de la sinagoga - y aquella mujer -que padece flujo de sangre- tienen algo muy importante y necesario para que Jesús les conceda su Gracia y les cure. Ambos creen en Él, y se mueven, se molestan, se esfuerzan en buscarle, en encontrarse con Él. Jairo va directamente a pedírselo, y aquella mujer, más temerosa de no ser escuchada, trata de tocarle el manto.

Y Jesús, el Señor, les atiende y les concede, por su fe, a uno la resurrección de su hija, y a otra la curación de su enfermedad. También, el Señor espera tu petición, y si tienes fe te la concederá. Pero, no esperes que sea como tú quieres, porque no sabemos pedir. Será, siempre, lo mejor para tu salvación que es lo que más importe. Esa Resurrección al final de los tiempos para pasar la Eternidad, en gozo y plenitud, junto a Él.

lunes, 29 de enero de 2018

TÚ TAMBIÉN ESTÁS INVITADO A PROCLAMAR LO QUE DIOS HA HECHO CONTIGO

Mc 5,1-20
Quizás no has reflexionado sobre tu vida y todo lo que tienes. Posiblemente, tienes familia, salud, estabilidad económica, vives en un lugar en paz y te sientes agradecidos a la vida. Otros no pueden decir lo mismo, pero, te has parado a dar gracias a Dios y a proclamarlo por todos los lugares por donde transitas y compartes. Porque, Dios hace cosas buenas con todos sus hijos.

Y tú eres hijo de Dios. Quizás tu vida esté también desorganizada, en peligro y mal orientada. Quizás estés sufriendo y sintiéndote mal. Mira al Señor, Él viene a buscarte para salvarte. No como tú y yo nos lo imaginamos o nos gustaría, sino como realmente Él quiere salvarnos. No para un tiempo ni una etapa, sino para toda la vida, está, que necesita construir y experimentar durante un camino y tiempo, para llegar a la otra, la plena, donde viviremos con Él y con el Padre para toda la Eternidad.

Por eso, te invito a reflexionar y a sentirnos agradecidos con todo lo que tenemos en la actualidad, en este tiempo presente. Podemos estar mejor o peor, pero de una u otra forma estamos salvado. Dios nos quiere y ha enviado a su Hijo para salvarnos y liberarnos del pecado que nos somete, nos atormenta y nos hace infeliz. Despierta y abandónate en Manos del Señor, Él te librará de las garras del demonio, que te azota y te enfurece y te lleva a tu propia destrucción.

Pero, no perdamos de vista la actitud de los porqueros que anteponen el valor material que representa la pérdida de los cerdos a el valor humano de aquel endemoniado. Lo material ante que lo humano; los intereses económicos antes que la vida de las personas. Posiblemente eso sigue vigente en nuestra sociedad de hoy, se anteponen los intereses económicos a los intereses y derechos de las personas. Se impone el aborto ante el derecho a la vida.

No es una historia lejana sino una realidad. El hombre sigue dándole más valor a lo material que a lo espiritual. El hombre se preocupa más por el valor de sus bienes que por los valores espirituales. Descuida los derechos de las personas dándole prioridad a los derechos e intereses materiales. Eso debe hacernos e invitarnos a reflexionar.

domingo, 28 de enero de 2018

¿DÓNDE SE DISTINGUE ESA AUTORIDAD?

Cuando oímos a alguien hablar experimentamos si habla con autoridad o no. Y lo diferenciamos y notamos porque al hablar lo hace con seguridad y con razones contundentes que refuerzan  y prueban sus palabras. Sin embargo, en Jesús ocurre algo todavía más grandioso. Sus Palabras tienen inmediato cumplimiento sobre la leyes naturales. Desprende valor, compromiso, buenas intenciones, buscan el bien, tienen poder y se cumplen al instante. Y lo hace sin alardes, sin buscarse y sin miramientos. Actúa cuando la necesidad le conmueve y siente compasión, y, sobre todo, porque se lo piden con fe y convencidos de que puede hacerlo. Es una autoridad única, diferente y que deja sin palabras a los que la presencia.

Expulsar demonios, como es el caso del Evangelio de hoy, tiene un significado importante, singular y muy profundo. Representa la lucha del poder del bien contra el mal. Vencer ese poder maligno que demoniza al hombre significa poder venido de Dios. Es el resultado de esa confrontación directa entre Dios y los espíritus demoniacos, entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal.

Los demonios saben bien quien es Jesús, "eres el Santo de Dios que has venido a destruirnos". Lo confiesan, pero Jesús les manda callar, pues sabe que esa confesión no es auténtica ni manifiesta una obediencia, sino todo lo contrario, una rebeldía. La curación de los endemoniados representa el triunfo de Dios sobre las potencias del mal. Ni que decir tiene la autoridad que se desprende de la actuación del Señor.

Ante todo esto, su fama se extendió enseguida por todas partes, tal y como nos lo dice el Evangelio, alcanzado la comarca entera de Galilea. Y también ha llegado hasta nuestros días, sin embargo, no parece que a muchos hombres de hoy le impresione esta forma de autoridad y de hablar, porque el Señor continúa hablando y hablándote directamente a tu corazón. 

Posiblemente, distraído y cegado por las luces que el mundo te presenta no le ves. Quizás necesites un tiempo de silencio interior y de pausada reflexión, porque, quieras o no, tu encuentro con el Señor tendrá lugar algún día.

sábado, 27 de enero de 2018

¿DÓNDE DESCUBRO MI FE?

Mc 4,35-41
Hay muchos momentos donde mi fe se esconde, se desdibuja y, hasta casi se borra. Es tan débil que casi desaparece, y no sólo de mi vista, sino también de la vista de los demás. Son esos momentos de tribulación, de inseguridad y de incapacidad de respuesta.  Como aquel joven rico que,  frunciendo el ceño, agachó la cabeza tristemente, pues su corazón estaba muy apegado a las riquezas que tenía y eso le impedía escuchar y seguir al Señor.

Nuestra fe se ve empañada, oscurecida y vencida ante nuestros egoísmos, que ciegos por los apegos y apetencias ignoran o esconden la realidad de lo que tienen enfrente. Todo lo de aquí abajo, por muy bonito que parezca es pura apariencia. Son espejismos fugaces que, de la misma forma que aparecen desaparecen. Son cosas caducas y perecederas, y servir y someterse a todo aquello que puede morir es un grave error, pues con ellas morimos nosotros también.

En cambio, el Señor no pasa solamente, sino que se mantiene eternamente. Su Palabra es Eterna y pervive siempre. Es gozosa y llena de paz y alegría eterna. Hay que experimentarla y para ello se hace necesario morir a las cosas de aquí abajo. Indudablemente nos cuesta, pero abiertos a la Gracia del Señor podemos hacerlo y hacerlo con gozo y alegría. Porque, nada llena tanto como la Gracia y el Amor del Señor. Es más, esa es nuestra vocación, que, a pesar de rechazarla, no descansaremos hasta descansar en Él.

Luego, me pregunto, ¿dónde está mi fe? ¿Dónde la descubro? ¿acaso es una fe de "quita y pon" según las circunstancias y los momentos vividos? ¿O una fe muerta y sin vida? En el Evangelio de hoy Jesús nos interpela y cuestiona nuestra fe. ¿Cómo podemos atemorizarnos estando con Él? ¿No es eso síntoma de que no creemos en Él, o, al menos, no estamos seguro? La fe es algo que no se puede esconder, pues de existir se descubre, se nota y hasta contagia.

Ahora, no debemos desesperar ni tampoco desanimarnos. También les ocurrió a los apóstoles, que, dicho sea de paso, no entendía nada. ¿Cómo no nos va a ocurrir también a nosotros? Hasta cierto punto es normal. Somos humanos y pensamos como humanos, muy lejos de Dios. Nuestra razón es limitada, débil y fácil de equivocarse. Es imperfecta y sujeta al error. Estamos infinitamente lejos de Dios, y eso nos puede dar la medida de su grandeza, pero también la infinita Misericordia y el infinito Amor que nos tiene.

Confiemos en Él y tengamos la paciencia suficiente, por su Gracia, para que nos abra la mente y nos vaya dando la sabiduría y la luz que nos haga fortalecer nuestra fe. Una fe que se mueva, que se visualice y se tranforme en signos y obras. Una fe que mueva montañas y que descanse en Él, confiando en su Palabra, en su Amor y Misericordia.

viernes, 26 de enero de 2018

TODO CRECE AL MARGEN DE TU ESFUERZO

Mc 4,26-34
Es un misterio, y me lo he preguntado varias veces, que la semilla, hundida en la tierra, germina y crece sin saber por qué. Sabemos que hay explicaciones científicas de lo que sucede, pero en último término, ¿quién fabricó esa semilla para que germinará ella sola? Sí, tienen que darse unas condiciones, pero, dadas, nace y crece sin pedir permiso a nadie.

Hoy, Jesús nos habla, usando parábolas, del parecido del Reino de Dios:  «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega».

También en nosotros se ha plantado esa semilla en la hora del Bautismo. Y en él hemos recibido la Vida de la Gracia, para que, en la medida de nuestro crecimiento y desarrollo humano, vayamos también creciendo en Gracia de Dios. Y lo hacemos sin darnos cuenta, sin percatarnos que la Gracia de Dios nos va haciendo mejores personas hasta el punto de darnos y sacrificarnos los unos por los otros. Es decir, amarnos.

Todo consiste en estar abiertos a esa Gracia que nos purifica y nos riega de santidad y buenas obras. Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, y cuando permanecemos en Él, estamos en el Camino, pero también en la Verdad, y eso florece la Vida dentro de nosotros. Una vida que, sin darnos cuenta, va moviendo nuestro corazón y transformándolo más generoso, más suave y desprendido.

Todo es Gracia y nada por nuestros méritos. Por eso, no caigamos en el error de pensar que las cosas suceden por nosotros y que se deben a nuestros méritos. Todo crece y se transforma al margen de nuestro esfuerzo, porque todo es Gracia de Dios.

jueves, 25 de enero de 2018

LLAMADOS A PROCLAMAR

Mc 16,15-20
Creemos en el Señor y por eso, nuestros padres se han adelantado a nosotros solicitando el Bautismo, porque, por su fe, han entendido que es la mejor opción que nos pueden ofrecer, presentarnos al Señor Jesús, el Hijo de Dios Vivo y que ha venido a redimirnos y ofrecernos la salvación. Y por ese compromiso del Bautismo estamos llamados a proclamar la Buena Noticia de salvación.

Hoy, Jesús, el Señor, nos lo dice en el Evangelio: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».

Las palabras subrayadas nos la dice a todos aquellos que creamos, por lo tanto, si tú crees puedes darte por aludido. Eso descubre también nuestra poca fe, porque, de tenerla, podríamos realizar todas esas señales que el Señor nos dice. Ya nos advirtió en una ocasión que si tuviéramos fe como un grano de mostaza -Mt 17, 20- diréis a este monte: Desplázate de aquí a allá, y se desplazará, y nada os será imposible.

Posiblemente eso no pasa porque nuestra fe es débil y vacilante y como ocurrió con Pedro sobre las aguas, nos hundimos a la menor duda. Pero, se trata de continuar el camino de perfección e insistir en pedir que aumente nuestra fe y confiar esperanzado que así sucederá. Pues, ya estamos redimido porque el Señor ha pagado nuestro rescate en la Cruz. Ahora, se trata de aceptar esa redención y, por decirlo de alguna manera, ganárnosla con nuestra pequeña y humilde colaboración, que dicho sea de paso, es también un regalo inmenso del Señor. 

Se nos ha dado la libertad y con ella la la oportunidad de colaborar con Él tratando de imitarle y esforzándonos en cumplir la Voluntad del Padre, que Él, el Señor, nos la enseña y nos da ejemplo y testimonio.

miércoles, 24 de enero de 2018

NECESIDAD DE CONVERSIÓN

Mc 4,1-20
Muchos esperan a comprender, para luego, convencidos, creer. Son aquellos que como Santo Tomás, dicen que necesitan ver para creer. Y Jesús nos dice: "Bienvaventurados aquellos que creen sin haber visto". Es nuestro caso, queremos creer y ser bienaventurados, porque queremos fiarnos de tu Palabra, Señor. Pero, indudablemente, necesitamos la sabiduría de tu Gracia para poder entender.

Por eso, necesitamos abrirnos a la acción del Espíritu Santo y ponernos en sus Manos. Ser como esa semilla, de la que nos habla hoy el Evangelio, que sembrada se hunde en la tierra para morir y dar frutos. Necesitamos agarrarnos fuertemente de tu Palabra, Señor, para echar raíces y dar frutos. Sabemos que hay muchos peligros y que, si no estamos atentos, podemos quedarnos en el camino y ser engullidos por Satanás que está al acecho; otros alegres por recibir la Palabra, pero sus raíces no son profundas y ante las primeras dificultades o persecuciones sucumben; hay otros que escuchan la Palabra entre tentaciones y seducciones del mundo, son los abrojos de nuestra vida, y tan pronto como las ambiciones, los afanes de la vida, las seducciones de las riquezas y el deseo de vivir bien los invaden, terminan por ahogar la Palabra y se quedan estéril.

Por fin, hay otros que reciben la semilla en tierra buena. Tierra que abraza sus raíces, las acogen, las entierran profundamente y le dan vida dando frutos y una cosecha de treinta, sesenta o del ciento por uno. Tratemos de ser del grupo de estos últimos y acoger la Palabra de Dios con entusiasmo, pero con paciencia y perseverancia. 

Dar frutos nos va exigir morir. Morir a nuestras propias ambiciones y a nuestros propios intereses. Dar frutos nos exigirá renunciar a muchas cosas que quizás no entendamos ni sepamos el por qué renunciar. Tenemos que confiar en el Sembrador y dejarnos cultivar por su Palabra para que nuestras obras del el fruto apetecido.

martes, 23 de enero de 2018

UNIDOS POR EL AMOR

La familia genera vínculos de sangre y eso, sin lugar a duda, une y ata. Las familias están unidas por vínculos de sangre, pero ese vínculo no es definitivo. Es verdad que realiza una fuerte atracción de unidad, pero no es suficiente. Hay familias rotas, a pesar de los vínculos, por la soberbia, por la envidia, por la ambición y el poder. Y eso enfrenta a sus miembros hasta tal punto que llegan al extremo opuesto, es decir, a odiarse hasta la muerte.

La historia se ha encargado de descubrir esta realidad y es muy frecuente ver a hermanos y familiares separados. Esto significa que los vínculos no son suficientes. Se necesita algo más, algo mucho más fuerte y poderoso. Y eso sólo es el amor. El amor nos mantiene, a pesar de las diferencias y pensamientos, unidos. Actúa como el pegue que nos sostiene unidos y que nos ayuda a superar todas nuestras apetencias e ideas diferentes. Nos hace humildes y nos fortalece hasta el punto de superar nuestras inclinaciones y deseos impuros y llenos de ambiciones.

Es ese el sentido que Jesús, en el Evangelio de hoy, le da a esa llamada que le envía su Madre y familiares. Se detiene en pensar que no son los vínculos de sangre lo que hacen su familia, sino todos aquellos que cumplen la Voluntad de su Padre. Deja muy claro que el vínculo fundamental que le une con su Madre es hacer la Voluntad de Dios. Y esa fue la opción que eligió María, su Madre, al ser anunciada por el Ángel Gabriel que había sido elegida para ser la Madre del Hijo de Dios.

Sus palabras fuero someterse humildemente a la Voluntad de Dios, porque para ser la Madre del Hijo, primero es hacer la Voluntad del Padre. También nosotros tendremos que elegir entre, hacer nuestra voluntad o hacer la Voluntad del Padre. Realmente, ese es el reto. Si queremos ser hermano de Jesús tendremos que decidir en hacer mi voluntad o hacer la del Padre. Y yo, Señor, quiero ser tu hermano, por eso, te pido que me ayudes a hacer la Voluntad de tu Padre.

lunes, 22 de enero de 2018

INVADIDOS POR EL ESPÍRITU SANTO

Mc 3,22-30
Cuando uno está dolido y sometido a sus pasiones, a su soberbia, orgullo y ambiciones, deja de ser sí mismo y se convierte en un esclavo de sí mismo. Y esto ocurre sin darse cuenta mientras no lo reconozca. Es posible que alguien se lo advierta, pero, posiblemente, no lo admitirá. E incluso sufrirá y sufrirá alimentado y reforzado por su orgullo y soberbia. Luego, pasado el tiempo necesario, es posible que se dé cuenta, pero, posiblemente, ya sea tarde. Aunque con respecto a Jesús nunca es tarde, pues siempre, mientras haya vida en este mundo, hay esperanzas y posibilidades de conversión.

Y en estas condiciones, los hombres son capaces de defenderse y autojustificarse distorsionando la realidad y acusando de lo que sea por muy disparatado que sea, valga la redundancia. Es el caso que no ocupa en el Evangelio de hoy. Nada más disparatado que acusar a Jesús de que expulsa a los demonios en connivencia con ellos. ¿Es posible que estando endemoniado pueda expulsar a los demonios? ¿Es posible estar poseído y expulsar los demonios por el príncipe de los demonios?

Jesús argumenta esa acusación y la derriba simplemente con sentido común: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin.  Algo tan sencillo y fácil de explicar que deja todo muy claro: Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno».

Todo pecado será perdonado, pero, primero hay que reconocerlo y despojarnos del orgullo y la soberbia tal y como decíamos al principio. Sólo dejándonos invadir por la humildad y abriéndonos a la acción y misericordia del Espíritu Santo, que nos dará la sabiduría, la fortaleza y la humildad necesaria para reconocernos pecadores, encontraremos la paz y el perdón necesario. Por lo tanto, abrámonos a la acción del Espíritu Santo, recibido en nuestro Bautismo.

domingo, 21 de enero de 2018

COMIENZA EL ANUNCIO DE LA BUENA NOTICIA

Mc 1,14-20
Todo tiene un principio, y el Anuncio de la Buena Noticia empezó cuando Juan el Bautista había sido encarcelado. Dice el Evangelio: Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva».

Jesús nos invita a convertirnos y a creer. Nos pide confianza en su Palabra y nos invita a dar el primer paso, la conversión. Y es que en la medida que avancemos hacia Él nuestra fe empezará a crecer y a ganar en confianza. Porque, la Palabra de Jesús genera confianza y da pruebas de ser buena para todos nosotros. Nos llenan de paz, de gozo y alegría. Y sintoniza con lo que sentimos en nuestros corazones. Descubrimos que es eso lo que realmente buscamos. 

Ocurre que nuestra naturaleza está contaminada por el pecado, y nos arrastra a los malos deseos, a las mentiras y malas inclinaciones que nos separan del Señor. Y eso origina una lucha sin cuartel cada momento de nuestra vida. Por eso necesitamos conversión ascendente. No una conversión que se para, se estanca y se estabiliza, sino una conversión ascendente, que crece, que camina injertada en el Espíritu Santo. Y es eso lo que comienza anunciándonos nuestro Señor Jesús:  nos invita a convertirnos cada día y a confiar en su Palabra.

Pero, la labor es ingente y duradera en el tiempo. Y Jesús busca colaboradores, pues sabe que Él tiene su tiempo en este mundo. Urge fundar la Iglesia y elige a los primeros apóstoles para aquellos primeros tiempos. Pero hoy, han pasado ya muchos años de ese momento, la vida continúa y la Iglesia fundada por Jesús necesita también colaboradores que continúen su labor. 

Tú y yo, y todos los bautizados tenemos que continuar la misión. Cada cual en su lugar, en su entorno, con sus posibilidades, pero siempre misionando con la Palabra y con la vida.

sábado, 20 de enero de 2018

EL ENTORNO NOS CUESTIONA

A la hora de tomar una decisión, la familia toma parte activa en el asunto, hasta el punto que influye de forma intensa y determinante en la toma de decisión. Eso genera discrepancias de las que pueden saltar chispas y enfrentamientos difíciles de superar. Jesús, igual que nosotros, menos en el pecado, no escapa tampoco a estas dificultades familiares y cercana a aquellos que están próximos.

No es el problema su Madre, que sabe, mejor que nadie, quien es, sino sus parientes y entorno más próximo, que empiezan a tomarlo por desequilibrado o loco. Y es que cuando lo que vemos no coincide con nuestra razón humana, lo ponemos en duda o lo excluimos. No llegamos a comprender sino lo que somos capaces de razonar y asimilar, y nuestra razón es limitada. De modo que, la forma de proceder de Jesús, sus Obras y Palabras, que convocan y atraen a multitudes, no coincide con nuestra limitada razón.

Unos se excluyen porque no le entienden, y otros sienten amenazados porque ven peligrar su estatus propio y su capacidad de poder. Nace la envidia y la idea de quitarlo del medio. Pero, también sus parientes más cercano empezaban a dudar de su credibilidad y a considerarlo un loco o desequilibrado, le buscan con la intención de apartarlo de su misión evangelizadora.

La pregunta está en el alero, ¿qué pensamos nosotros hoy? Porque, podemos estar criticando y señalando en la distancia, pero no mirándonos e interpelándonos ante nuestra actitud actual. Por lo tanto, ¿seguimos considerándolo un loco, o por el contrario creemos que es el Hijo de Dios? No cabe duda que en el mundo que vivimos seguir a Jesús es algo de loco. Un mundo donde lo que prima es el tener, el consumo, el poder, el placer y la fiesta, el ser el mejor y más fuerte. Pero, sobre todo, tener fama y éxito.

Un mundo donde seguir a Jesús es ir contra corriente y considerarlo como una locura. Pero, una locura de verdadero amor, del amor que siempre está y perdura. Del amor que no sólo pasa, sino que permanece y se queda. De ese Amor que nos llena plenamente y nos da gozo y alegría eterna.

viernes, 19 de enero de 2018

LIBERTAD QUE EXIGE RESPONSABILIDAD

Mc 3,13-19
Queremos acabar con el mal y, para ello, razonamos y justificamos que quienes tengan poder acaben con el mal. Sin embargo, no pensamos que nosotros estamos dentro de esa posibilidad que puede también acabar con el mal. No con el mal universal, pero sí con el mal que reina en mi entorno y que forma parte del mal universal de este mundo. Todo lo que tú hagas servirá para arreglar un poco más este mundo. 

Tú eres una gota del mismo, y si tu gota está bien y es pura, el mundo será un poco mejor y más puro. Por tanto, es descabellado echarle la culpa a Dios de lo que pasa en este mundo. Porque, sí Él interviniera, tú no serías libres, ni tampoco podías aspirar a serlo. No habría ninguna razón para que lo fueras. ¿Para qué? ¿Siitodos los desaguisados y males que origina el hombre los arregla Dios? Tu libertad no tendría ningún sentido. ¿Acaso queremos ser libres sin responsabilidad?

Dios ha pagado esa condición de darnos la libertad con la Pasión y Muerte de su Hijo Predilecto y Amado. Nos lo ha presentado en su Bautismo en el Jordán por Juan el Bautista, y lo ha ungido de Espíritu Santo proponiéndonos que hagamos lo que Él nos diga. ¿Y quienes lo han matado? Posiblemente, tú y yo tengamos también alguna herencia en esa parte de culpa. Y, al menos yo me lo he planteado, si hubiese estado en ese tiempo, ¿qué hubiese hecho? Lamento aceptar que probablemente hubiese sido uno de esos que hubiese gritado "crucificale, crucificale".

Hemos sido creados, y creados para ser elegidos, para, con nuestra capacidad de decidir y elegir, hacer el bien y contribuir a conseguir un mundo mejor, más equilibrado, justo y fraterno. Un mundo donde todos tengan las mismas oportunidades y donde los más agraciados compartan con los menos. Un mundo donde el amor y la fraternidad sean las leyes que lo rijan y la paz sea el clima que reine por todos los lugares.

 Por eso, nuestro Señor Jesús empezó por elegir a doce, para que tomasen la iniciativa de continuar la labro que Él ya había instaurado. Y ahora, por  nuestro compromiso de Bautismo, tú, yo y otros estamos en la misma rampa de salida que aquello primeros apóstoles que fueron elegidos.

jueves, 18 de enero de 2018

EL ÉXITO DEL APARENTE FRACASO

Mc 3,7-12
Decimos, y lo decimos porque es verdad, las apariencias engañan. No todo lo que reluce es oro. La elección del Rey David fue una lección sobre las apariencias. Samuel buscaba a alguien aparente: alto, guapo y de muy buen porte para ungirlo según le había enviado el Señor, pero se equivocaba, las apariencias engañan. Dios no se fija en ellas, y elige no por lo que se parezca, sino por lo que se es.

La fe no revela nada si no hay obras, porque lo que realmente descubre la fe son las obras. ¿Quiénes tenían fe en la hora que Jesús, nuestro Señor, yacía crucificado en la Cruz? Debemos de suponer que María, su Madre, con  las otras mujeres y Juan que permanecían al pie de la Cruz. Los demás se habían rajados o escondido. Su fe no les sostenía firmes y dispuestos a dar la cara por Jesús.

Posiblemente, en muchas ocasiones el éxito primero o inmediato se esconde en la apariencia de que todo va viento en popa y muy favorable. Algo parecido ocurre en el noviazgo y en la luna de miel. Todo invita a saborear el buen perfume de los primeros tiempos, de la novedad, del viento favorable. Pero, llegará la tempestad. Siempre está al acecho y tiene su momento. Y cuando llega hay que soportarla, pertrecharse de apoyos y perseverancia, de fe y confianza para, llenos de paciencia, sostenerse en el fracaso, en los malos momentos y permanecer firmes. 

No desesperar, porque la tempestad y la cruz no significan fracaso, Es precisamente la Cruz la que señala nuestra victoria y nuestro éxito. Es la Cruz la que nos salva, porque en ella el Señor alcanzó la redención y la misericordia de todos nosotros dando su Vida por nuestro rescate, y Resucitando al tercer día. Es ese el fundamento de nuestra fe, que resucitaremos, por la Misericordia y Amor de Dios, también nosotros por los méritos de nuestro Señor Jesús.

Por eso, no temamos al fracaso ni a la muerte. Sabemos que llegarán, porque Jesús también los sufrió, pero serán paso previo para la victoria, para el gozo y la alegría, para la Resurrección, que nos llevará a la derecha del Padre y junto al Señor Jesús.

miércoles, 17 de enero de 2018

LA NECESIDAD CAMBIA LA NORMA

Mc 3,1-6
Al fin y al cabo son simplemente normas. Normas que no sirven sino para ordenar la convivencia y los valores entre los hombres. Por eso deben ir orientadas a buscar el bien y la verdad respecto a los hombres. Porque, son puestas para el bien de todos los hombres. Unas normas que no busquen el bien del hombre son erróneas y no sirven. Porque, la ley se hace para y en función del bien común.

Por eso, cuando la necesidad lo exige toda norma, que establecida no sirva para ayudar al bien del hombre, se quebranta y se anula. No podemos obviar que una enfermedad y cura urgente pueda postergarse porque coincida que sea sábado y domingo para el lunes. Y mientras qué, ¿sufre el enfermo? Incluso, ¿está en riesgo de perder la vida? Eso es incongruente y no entra dentro de la razón humana. 

Se cae por su propio peso que la ley del sábado, establecida por los judíos contemporáneos de Jesús era una ley equivocad. Sin embargo, su orgullo, su tozudez y dureza de corazón les resistían hasta oponerse a la verdad y al bien común. Y no debe extrañarnos mucho, porque hoy ocurre lo mismo. Muchos creyentes, incluso dentro de la misma Iglesia, persisten en sus criterios y se oponen al de la propia Iglesia. Y se consideran cristianos, creyentes y mejores que los otros.

Perdemos el norte cuando dejamos de lado a Jesús y miramos para otros lugares o personajes. Perdemos nuestro rumbo cuando suplantamos a Jesús, quizás sin darnos cuenta, por los criterios de otros, por muy doctos y preparados que estén. El diablo sabe cómo hacernos daños y dividirnos. ¿Acaso, Jesús, el Señor, buscó a los mejores para instituir y formar su Iglesia? ¿Acaso, Pablo de Tarso no era un indeseable y perseguidor de los cristianos de su época? ¿Qué diríamos de Pablo hoy?

Pues bien, ¿quienes son aquellos que desobedecen los mandatos y criterios de la Iglesia cuando renueva, da poderes y permite que otros participen en la liturgia y en la distribución de los sacramentos? Todavía nos parecemos a muchos de aquellos fariseos y judíos que anteponían el sábado al bien del hombre.

martes, 16 de enero de 2018

¿LEYES, PRECEPTOS Y NORMAS SUPERIORES AL HOMBRE?

Mc 2,23-2
Con mucha frecuencia perdemos el sentido común y suplantamos a la persona humana por los cumplimientos, las normas y preceptos. ¿Cómo se puede llegar a darle más importancia al ayuno que a los pobres? ¿Cómo se puede pensar, y de hecho sucede, que en muchos países piensen que en algunos lugares del planeta se paga por no comer y adelgazar? Incluso se hacen hasta chistes de esto, pero la realidad es que, mientras en algunos lugares del planeta unos tienen abundancia hasta plantearse hacer dietas, en otros lugares se pasa hambre.

¿Es la ley justa cuando se utiliza el sábado como fundamento y obligación de descanso antes que a la persona? ¿Se puede entender que, por ser hambre, alguien pase hambre porque no se puede adquirir alimentos? Estas y otras preguntas nos puede servir para reflexionar sobre el Evangelio de hoy. Porque es lo que nos plantea el Evangelio de hoy. Dice: Sucedió que un sábado Jesús atravesaba un sembrado, y sus discípulos, mientras caminaban... -Mc 2, 23--28-

Las leyes deben estar siempre mirando y en función del hombre. De modo que, una ley que perjudique los buenos intereses del hombre, siempre en función del bien común, la verdad y la justicia, deja de ser una buena ley y se convierte en una ley injusta y que debe ser abolida. Todo debe estar mirando para el bien del hombre, porque todo lo hizo Dios para que el hombre se sirviera y bien lo administrara.

No se puede considerar el ayuno más importante que la vida de los pobres. En muchos casos las leyes, las costumbres y las tradiciones ahogan la vida religiosa y la deforman. Confunden y desvían de la verdad convirtiendo la esencia - el amor - en normas y prácticas desencarnadas de la verdad y la justicia. Seguir a Jesús exige flexibilidad y firmeza; fraternidad y exigencia; misericordia y justicia.

Nunca podemos convertirnos en víctimas del aparato religioso sometidos a la ley, a las costumbres y tradiciones, porque nos encontraremos con el absurdo de no poder repartir pan porque es sábado. Luego, ¿qué hacemos? ¿Convertimos el amor en ley, o la ley debe estar sometida a la misericordia y al amor? Gracias a eso somos perdonados y salvados. Gracias, Señor por tu Amor y Misericordia.

lunes, 15 de enero de 2018

CUIDADO CON CONFUNDIRNOS

Mc 2,18-22
Sucede muchas veces que confundimos la ley con la verdad. Nos empeñamos en hacer ley las prácticas y los ritos, y hasta las tradiciones y costumbres. No cabe duda que el ayuno es algo bueno que puede ayudarnos en muchos momentos. Esos momentos de debilidad y de oscuridad donde las tentaciones nos amenazan con derrumbarnos y echarnos abajo toda nuestra fidelidad y perseverancia. Y es que confundimos la verdad con la costumbre, y la ley con la verdad.

No es momento de mirar para atrás. Atrás queda lo antiguo, la ley, que sigue vigente, pero que se transforma en amor misericordioso. Jesús empieza un tiempo nuevo. Un tiempo de nuevos vinos y nuevos odres. Un tiempo de estrenar paños nuevos y no mezclarlos con los viejos. Porque, lo viejo contagia y rompe lo nuevo. Y es que lo nuevo no anula ni borra lo viejo, sino que rejuvenece, renueva y perfecciona lo antiguo.

Estamos con el novio, y, por lo tanto, no es momento de tristeza ni de ayunos. Disfrutemos la presencia del Esposo y gocemos de la alegría y la paz que nos proporciona su presencia. Es hora de exultar de gozo, alegría, felicidad y paz. El Esposo está con nosotros. Llegarán tiempos de zozobra y de tormenta. Habrán horas de sacrificio, de ayuno y sufrimientos, y necesitaremos permanecer en el Espíritu Santo para perseverar y soportar las tribulaciones, las tentanciones y las amenazas que tratan de apartarnos del Esposo.

Dejemos lo antiguo, lo viejo y lo que nos encorseta y nos paraliza. Busquemos lo nuevo, la novedad que nos trae el Esposo. La Misericordia y el Amor. No nos quedemos paralizados por la ley, las prácticas y las costumbres. Miremos hacia adelante. Un mandamiento nuevo nos trajo el Señor, y es que toda la Ley está contenida en ese nuevo mandamiento: el Amor, pero un Amor compartido, correspondido, mutuo y entre todos.

 Un Amor que libera, que enriquece y que nos llena de gozo, de alegría y de eternidad. Un Amor que nos renueva y nos llena de esperanza transformando nuestro viejo corazón en un corazón nuevo y misericordioso.

domingo, 14 de enero de 2018

¿QUE BUSCAS TÚ?

Jn 1,35-42
Una pregunta está en el aire, pero no es una pregunta cualquiera, es una pregunta vital, porque dependiendo de su respuesta, tu vida tomará sentido o perderá el rumbo y se hundirá en el vacío y la desesperanza. Será muy importante esforzarnos en dar respuesta a esa pregunta fundamental. Puedes preguntarte qué buscas, y puedes responder: consumir y disfrutar de la vida; satisfacerme con viajes, diversiones y ocio; ser rico; hacer buenas obras y ser conocido y famoso; honores, fama y prestigio y muchas cosas más.

Sin embargo, todas esas cosas que puedes alcanzar no satisfacen tus ansias y deseos trascendentes. Porque, el hombre es un ser que trasciende su propia historia. Busca ser feliz y ser eterno, porque una felicidad que se le acabe, es decir, caduca, no le deja plenamente feliz. Y esa felicidad no la encuentra en el mundo que vive. Es un mundo caduco y que todo lo que contiene muere. Por lo tanto, el hombre tiene que mirar para arriba y buscar a Alguien que le satisfaga en esas ansias de felicidad.

En el Evangelio de hoy sucede algo muy importante. Juan el Bautista advierte a dos de sus discípulos que ese Hombre que pasa frente a ellos es el Mesías, es Aquel a quien ellos tienen que seguir. Y les invita a seguirle:  Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.

A ti y a mí también nos han indicado y aconsejado seguir a Jesús. La pregunta es, ¿has hecho caso? Y también Jesús, en el caso que le sigamos nos pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le respondieron: «Rabbí —que quiere decir “Maestro”— ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Ahora, ¿qué respondemos nosotros? ¿Le obedecemos y pasamos con Él un día? Y conocido, ¿nos quedamos para siempre con Él. Son preguntas que cada uno de nosotros debemos preguntarnos y tratar de responder. Porque nadie las puede responder por ti.

sábado, 13 de enero de 2018

ELECCIÓN

Mc 2,13-17
Me pregunto que vio Jesús en Leví, el de Alfeo, para elegirlo. El Evangelio de San Marcos dice así: En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió.

Porque, al menos se supone, algo debía ver para elegirlo. Surge también la pregunta, ¿por qué no a mí? Deduzco que será un misterio que sólo descubriremos cuando el Señor nos lo quiera revelar. Pero, sí podemos suponer que el Señor nos elige para algo concreto, y al elegirnos sabe que podemos responderles. Él conoce los secretos más profundos de nuestros corazones y sabe de nuestras buenas intenciones, también de las malas, y hasta donde podemos responder.

Por eso, confiados en que su Gracia nos transformará y nos convertirá convirtiendo, valga la redundancia, el agua en vino. Supongo que, también, algo dependerá de nosotros, porque hemos sido creados libres y con capacidad para responder o rechazar. Por eso la respuesta de Leví y de otros profetas revelan la confianza y fe en la Palabra del Señor, que los llama. Pero, no por eso, tú y yo estamos excluidos ni al margen. También somos elegidos y llamados. Tus padres han sido, a través de la Gracia del Espíritu Santo, mediadores para ponerte en el camino. Al Bautizarte han contribuido, conscientes o inconscientes, a iniciarte en el camino hacia el Señor. Sí, realmente has sido elegido y llamado.

Ahora, responder a nuestro compromiso de Bautismo dependerá de ti y también de mí. Hemos sido elegidos como Leví de Alfeo y, ahora, nos toca a nosotros seguir esa llamada. En la hora de nuestro Bautismo hemos sido configurados como sacerdotes, profetas y reyes. El Señor te llama y el Espíritu de Dios te asiste para que le sigas. No te deja sólo, te auxilia y te acompaña. No te excluyas, pues como Leví de Alfeo tú también has sido elegido y llamado.

viernes, 12 de enero de 2018

EL PERDÓN CON CERTIFICADO DE MILAGRO

Mc 2,1-12

A Jesús no le preocupa nuestro problemas ni nuestras enfermedades. Él tiene poder para solucionarlos y curar todos nuestros males. Esa no es la causa de su venida a este mundo. A Jesús le preocupa tu salvación, porque tú te puedes negar a recibirla. Sabe de tu ceguera, de tus parálisis. Y sabe que estás sometido y esclavizado por el pecado. Conoce nuestra humanidad y su dependencia de la carne. Sin Él no podremos escapar al sometimiento de nuestras debilidades y pecados.

Por eso se ha encarnado en naturaleza humana e igual que nosotros trata de salvarnos. Le interesa nuestro corazón. Sabe de nuestra dureza y quiere transformarlo en suavidad, docilidad y pureza. Por eso, prima el perdón de nuestros pecados. Es lo primero que le dice a ese paralítico que le ponen delante. Y es que sin perdón no podremos salvarnos.

Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?». Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma tu camilla y anda?’ Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’».  Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida».

Nos parece extraño que aquellos escribas pensaran así, pero, ¿no nos pasa a nosotros también? ¿Acaso no dudamos tú y yo también, que nuestros pecados sean perdonados? Sin lugar a duda, necesitamos el perdón con más urgencia que la curación física, porque, perdonados todo reluce de nuevo. Brilla el sol de nuestro corazón y hasta el cuerpo se alegra y se llena de paz y alegría. ¿No te ha pasado eso cuando te has confesado? Recibido el perdón, la vida reluce y se ve de otra forma. Todo parece hermoso y la paz nos sobrecoge.

jueves, 11 de enero de 2018

BUSCAN EL MILAGRO, EL ESPECTÁCULO

Mc 1,40-45
Jesús no busca destacar, ni impresionar, ni siquiera tener fama. Jesús cura porque tiene compasión y porque, sanada la persona, ésta puede integrarse a la vida normal y social  de su entorno. Jesús es infinitamente misericordioso y bondadoso, y se conmueve ante la miseria humana. 

Ante la creencia de que la enfermedad era un castigo de Dios, Jesús se compadece y cura para evitar la exclusión y marginación social, y para que el enfermo, desterrado y excluido, sea reintegrado a la comunidad. Porque, es en la comunidad donde el hombre puede salvarse, y, por tanto, la necesita. Sólo en ella puede derramar su amor y también recibirlo. La enfermedad no es un pecado, sino una oportunidad para, aceptándola y sirviéndola, darnos en y por amor.

Es una circunstancias dura y difícil. Quizás, realizada en el anonimato y en la oscuridad; apartada de los reconocimientos y la notoriedad; lejos de los ruidos, honores, fiestas y luces de la sociedad, pero, seguro, en el camino de la Voluntad de Dios. Y ese será nuestro premio, porque Dios mira lo oculto, lo escondido y escruta la intención más profunda del corazón. Posiblemente, Jesús trata de evitar que hablen de Él y manda al leproso del Evangelio, que reflexiónamos hoy, que no digan nada.

Poniéndonos en el lugar de aquel leproso, también nosotros experimentamos esos deseos enormes de compartir y manifestar la grandeza del Señor. Nos resistimos a permanecer callados ante las experiencia que experimentamos en nosotros mismos. Y, debemos de ser moderados y contenidos. No porque no sea bueno y necesario dar testimonio, sino porque puede ocurrir que lo hagamos con ánimo proselitista, y no por acercar a otros al Señor.

No se trata de presentar a Jesús como el elixir que lo cura y soluciona todo. Como el Señor que nos hace felices resolviendo todos nuestros problemas y enfermedades. ¡No!, porque ese no es el Camino. Jesús no viene a resolver nuestros problemas del mundo (ya nos ha dado lo necesario para resolverlos nosotros), sino a salvarnos de la muerte de este mundo. Y ese camino pasa por la cruz, como la sufrió Él. Él nos demuestra su Poder en sus milagros, pero fundamentalmente en su Resurrección.

miércoles, 10 de enero de 2018

CENTRADO EN SU MISIÓN

Mc 1,29-39
Jesús sabe el por qué de su encarnación. Sabe a que ha venido y se prepara para ello. Está centrado en su misión y distribuye el día para realizarla. La oración es fundamental en su día a día, y luego viene la enseñanza y las obras. Posiblemente, mirándonos un poco, a nosotros nos falla la oración. Y lo digo expresamente por mí. No es que no rece, pero si importa mucho cómo rezo.

En algunas ocasiones he compartido que sufro al rezar. Sufro porque muchas veces me cuesta hacerlo y tengo conciencia de rezar un poco por cumplimiento. Me he confesado de ello varias veces. No es que sea pecado, pero sí manifestándolo delante del Señor como rogativa para que transforme mi oración. La oración es vital para fortalecer las obras de la vida. Sin ella nos ponemos en peligro de ser engullidos por el mundo. De cualquier forma, nuestro Padre valora nuestro esfuerzo independiente de que oremos bien o no. Importa la buena intención del corazón.

Pero, igual que la oración, tiene vital importancia la perseverancia. Rezar todos los días es fundamental. Hacerlo con el mayor esfuerzo de concentración y confiados que nuestro Padre nos ve, nos oye, nos escucha y nos atiende. Y nos dará lo que pedimos si es bueno para nuestra salvación, no porque sea bueno para este mundo. No buscamos el éxito aquí, sino que lo esperamos allá, junto al Señor para toda la eternidad.

La fe es la suma del esfuerzo diario en persistir y perseverar en la relación con el Señor. Es decir, en orar, y se lo hacemos estaremos manifestando que, al menos, queremos tener amistad con el Señor. Quizá no lo hagamos bien, pero nuestra buena intención queda transparentada por esa insistencia y perseverancia. 

Tratemos como el Señor de organizar nuestro día a día y hacerlo de tal manera que Él sea el centro de nuestra vida.

martes, 9 de enero de 2018

Y EL MUNDO NO REACCIONA

Mc 1,21-28
No es que el mundo no crea, sino que, aún creyendo, quedan pasmados, sometidos y en la misma dinámica que el mundo les pone. Permanecen encadenados y esclavizados a los placeres y propuestas que el mundo les pone. Están dormidos, ciegos e instalados en el absurdo.

Reconocen la autoridad de Jesús. Les asombra su forma de exponer la Buena Noticia y el mensaje de su Padre, y, sobre todo, su poder y su fuerza. Su seguridad es única y todo lo que hace les corta la respiración, pero, sorprendentemente no reaccionan. Jesús enseña y hace. No dice y no hace, sino que dice y hace. Palabras y obras. Su mensaje se ve apoyado por sus obras. Lo que dice lo cumple. Y de ahí nace su autoridad, su admiración y su novedad.

Establece el Reino de Dios, porque Él es el Reino de Dios: sana toda enfermedad y dolencia; libera de las fuerzas del maligno; perdona los pecados; acoge a los excluidos y descartados en su compañía y en la comunión de la mesa... Hace que el mundo sea mejor y que la paz, el orden, la justicia y el amor se instalen en él. En definitiva descubre que el Reino de Dios está entre nosotros, porque el Reino de Dios es vivir en esa actitud de hacerlo mejor.

Y tú y yo en la medida que trabajemos en esa línea estamos haciendo presente el Reino de Dios. Porque, Jesús está entre nosotros, el Reino de Dios está entre nosotros. No se trata de quien habla y no hace. Ni del famoso sabio que habla mucho, pero su vida no dice lo mismo. Tampoco se trata de aquel que cumple moralmente y ahí queda todo. Se trata de una nueva autoridad que tiene poder y dominio sobre todas las fuerzas del mal.

Es la autoridad del que está tocado por el Espíritu, viene enviado por el Padre y tiene toda su predilección y actúa con la fuerza de Dios.

lunes, 8 de enero de 2018

COMIENZO DEL ANUNCIO DE LA BUENA NOTICIA

Mc 1,14-20
Está próxima a acabar la misión de Juan. Permanece apartado en las mazmorras por orden de Herodes y pronto será ejecutado, provocado por la hija de Herodías, por el mismo Herodes. Jesús, tras ser bautizado en el Jordán por Juan, y tras retirarse al desierto, está preparado para iniciar la misión para la que su Padre le ha enviado. Se inicia, pues, el anuncio de la Buena Noticia de salvación.

Y Jesús la inicia diciendo: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». Lo inmediato es formar y preparar el grupo que continuará su misión. La Iglesia nace con la elección de los primeros apóstoles. Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres». Al instante, dejando las redes, le siguieron.

Se está constituyendo la Iglesia. Jesús empieza a elegir sus primeros miembros. Más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras Él. Jesús llama a la conversión. Proclama que ha llegado el Reino de Dios, y te quiere a ti también a su lado para que ayudes a establecerlo.

Un Reino que se concreta en un mundo fraterno, donde se viva en la verdad, en la justicia, en la paz y el amor. Un Reino que establezca la igualdad de oportunidades y donde todos los hombres convivan como hermanos según la Voluntad de Dios. Un mundo donde los preferidos, de no conformarse y establecerse ese ansiado y proclamado Reino, sean los excluidos, los marginados, los pobres, débiles e inocentes.

Para eso ha venido nuestro Señor Jesús, para anunciar a los desamparados, a los débiles y pobres la Buena Noticia de Salvación; la esperanza de, a pesar de los sufrimientos y penalidades de esta vida, llenar de alegría, gozo y esperanza a todos aquellos que se sienten maltratados, excluidos y desesperados.

domingo, 7 de enero de 2018

PRESENTACIÓN DE JESÚS EN SOCIEDAD

Mc 1,7-11
Empieza su vida pública y Jesús se hace bautizar para que sea ese momento, el elegido por su Padre, para manifestar su divinidad y presentarle como el Hijo predilecto «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»

El Espíritu Santo descendió sobre Él. Eso tiene una vital importancia, porque, es ese mismo Espíritu Santo quien desciende sobre nosotros en el momento de nuestro Bautismo. Y también se repiten esas mismas Palabras del Padre: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» Porque, el Hijo ha sido enviado por el Padre para manifestarnos todo el Amor que nos tiene el Padre, y su decidida intención de salvarnos. Para eso ha enviado a su Hijo, para entregar su Vida por nuestro rescate y liberación de la esclavitud del pecado. ¿Cómo no nos va a querer el Padre? Su Amor lo ha dejado muy claro.

Por lo tanto, Jesús continúa manifestándose cada día a cada uno de nosotros. Lo hace a través de la Iglesia, en la oración, en nuestro Bautismo, en la Eucaristía y en cada momento que nos reunamos en su nombre. Nos corresponde ahora a nosotros responder e interpelarnos respecto a su presencia. ¿Vivo una vida de relación con Él? ¿Escucho, me relaciono y me esfuerzo en vivir su Palabra en todo los momentos de mi vida? ¿Y estoy dispuesto a hacer todo lo que Él mande?

Porque, el Padre nos presenta a su Hijo para que le sigamos y hagamos lo que Él nos dice. Y para eso recibimos nosotros el Espíritu Santo en nuestro Bautismo, para que tengamos el auxilio y la asistencia necesaria para cumplir con la Voluntad del Padre, que no es otra sino la buena relación de un Padre con un hijo. Dios, nuestro Padre, nos quiere, y como el mejor de los padres quiere lo mejor para sus hijos, y eso pasa por liberarnos de la esclavitud del pecado y darnos la plenitud gozosa de vivir en el amor eterno.

Seamos conscientes y, en el Espíritu Santo, respondamos a la complacencia que Dios tiene para cada uno de nosotros. No perdamos esta hermosa y definitiva oportunidad de ser felices para siempre.

sábado, 6 de enero de 2018

¿HAS VISTO TU ESTRELLA?

Mt 2,1-12
Todos debemos tener una estrella, pues todos somos hijos de Dios. El problema es descubrirla. Aquellos magos de oriente la descubrieron y se pusieron inmediatamente en camino. Sin lugar a duda, no es nada fácil descubrirla. Exige perseverancia, tiempo, paciencia y estar expectante y vigilante. Y a todo eso añadir una exuberante y atenta escucha. Sólo así podremos encontrarla.

Porque, la estrella está y existe. Ella nos marca el camino, como ocurrió con los magos, pero, al igual que ellos, tenemos que descubrirla, esperarla, intuirla y ponernos en camino. Un camino que exige esfuerzo, renuncias y hasta riesgos. Hay muchos Herodes que nos pueden probar e intentar desviar o utilizar para colmar sus propios intereses.

Visto el panorama, descubrimos la gran importancia y necesidad de la oración. Porque, orar es hablar con Dios, y cuando tenemos problemas y buscamos, necesitamos hablar con Aquel que nos puede ayudar, quiere ayudarnos, ha venido precisamente para ayudarnos y es el único que puede dar respuestas a nuestros interrogantes, a nuestras búsquedas y soluciones a nuestros problemas. En este sentido, podemos atrevernos a decir que esta buena intención de experimentarnos preocupados e inquietos por relacionarnos con el Señor es oración.

Porque, ¿qué es eso sino una toma de conciencia de su presencia? Nos relacionamos con nuestro Padre cuando confiamos y creemos que Él nos puede solucionar nuestras preocupaciones y dar respuestas a nuestras inquietudes y deseos de gozo y felicidad. Pensar así y vivir en esa disponibilidad es buscar tu propia estrella, esa Estrella que está escondida en el Espíritu de Dios, que te guía y te señala el camino. No obstante, nos ha repetido varias veces que Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

Y a lo largo del camino se nos ha manifestado encarnado en varias sencillas y humildes estrellas que nos han señalado el camino a seguir. La familia, la Iglesia, las comunidades y grupos, los compañeros en la fe, Internet, con la posibilidad de compartir la fe, y otras muchas estrellas han servido para descubrirnos el camino por donde llegar al pesebre donde Tú, Señor, nos esperas cada día.

viernes, 5 de enero de 2018

RESPONDER A LA LLAMADA

Jn 1,43-51
En muchas ocasiones no respondemos a las llamadas que nos hacen, y muchas veces lo lamentamos, pues con el tiempo descubrimos que era eso lo que buscábamos sin saberlo. Y es que la única forma de descubrir tu vocación es comprometiéndonte a lo largo del camino de tu vida. De esa forma sabes o descubres que te gusta, te interesa o te llena plenamente.

Nos sorprende la llamada de Felipe tal y como la presenta el evagenlista Juan, pero supongo que Felipe tuvo un conocimiento de Jesús y quiso seguirle atraído por sus Palabras con la intención de conocerlo mejor y dejarse conocer por Jesús. Es decir, deseos y búsqueda de compartir, porque sólo compartiendo descubrimos nuestras más profundas inquietudes y fortalecemos nuestros vínculos.

Esa actitud despierta nuestra atención y vigilancia por buscar y experimentar. Dentro de nosotros subyace un deseo grande de felicidad y de eternidad. Desenterrarlo y traerlo a la primera página de nuestra vida es una hermosa misión, y eso nos exige compromiso, compartir y conocer. Porque, cuando se conoce, y se conoce bien, nuestras toma de decisiones es más firme, decidida y segura. Sobre todo si se conoce al mejor, porque sólo Jesús colmará nuestras ambiciones bien intencionadas de felicidad y de eternidad.

La primera parte del Evangelio de hoy nos interpela sobre nuestra decisión. ¿Seguimos al Señor?, porque también nosotros somos llamados a seguirle. En nuestro Bautismo empieza la llamada, a la que debemos de responder en el camino de nuestra vida. Felipe, al parecer, no lo dudó, y respondió enseguida. Sin embargo, a otros nos cuesta más tomar esa decisión. Lo importante es tomarla, y tomarla a tiempo.

Y cuando la hemos tomado y estamos en el camino del Señor, el gozo nos llena plenamente hasta el punto de querer compartirla expresándola y contagiándola a otros. Es lo que le ocurrió a Felipe, que lo hizo con Natanael. Sabemos por el Evangelio lo que ocurrió, pero, ¿y nosotros? Estamos dispuesto a acercarnos al Señor y dejarnos ver por Él? ¿Queremos abrirnos a su Palabra y permitir que nos llene de gozo y esperanza?  ¿No es eso lo que buscamos?

jueves, 4 de enero de 2018

TAMBIÉN A TI TE LO HAN DICHO

Jn 1,35-42
Posiblemente alguien te ha hablado de Jesús, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. O, quizás, en alguna misa has oído hablar de Él. Pero, ¿te has interesado en ver quien es, o en dónde vive? Hoy leemos este Evangelio y, quizás, lo leemos como algo lejano y que no va con nosotros. No pensamos que nosotros podemos ser esas personas que, señalándonos al Cordero Dios, no le sigamos ni le demos importancia.

El Bautista alertó a Andrés y a Juan a seguir a Jesús. Viéndole venir le señaló como el Cordero de Dios, e inmediatamente, Andrés y Juan se pusieron en camino tras Jesús. Querían conocerle y pasar con Él un rato; saber donde vivía y escuchar su Palabra. Puedes o, mejor podemos, situarnos delante de este pasaje como aquel que no tiene nada que ver con esto, o podemos identificarnos con Andrés y Juan y sentirnos interpelados y salir al encuentro del Señor.

Pero, ¿dónde? Tenemos su Palabra en el Evangelio, y tenemos a la santa Madre Iglesia, continuadora de su misión, a través, precisamente, de Andrés, Juan, Pedro, el hermano de Andrés, y otros. Ellos son testigos de su Palabra y también de su Resurrección, fundamento de nuestra fe. Y lo podemos encontrar personalmente en el Sagrario de cada templo de la Iglesia, y de forma más íntima, por decirlo de alguna forma, en cada Eucaristía. Allí podemos tomarlo como verdadera alimento espiritual y llenarnos de su Gracia.

Previamente, como nos ha dicho el Papa en su audiencia de ayer, tendremos que hacer un acto penitencial. No sólo el que hacemos al comienzo de la Eucaristía, sino más personal con un sacerdote, sacramento de la Penitencia, y disponernos a escucharle y a conocerlo mejor. Él nos atenderá gustosamente, nos llenará de su Gracia y nos confortará y fortalecerá para continuar, sin apartarnos de Él, la batalla diaria contra el pecado y el Maligno que nos acecha a cada instante.

Por lo tanto, no nos quedemos quieto e indiferentes, sino, a la voz del Bautista, salgamos también nosotros al encuentro del Señor, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

miércoles, 3 de enero de 2018

LA GRACIA DEL BAUTISMO

Jn 1,29-34
Muchas personas se sienten como que no son perdonadas. Les parece imposible que sus pecados, errores y fracasos tengan perdón. Y tampoco ellas experimentan deseos de perdonar. Y no están en paz. Tanto unos como otros se muestran insatisfechos, angustiados y ansiosos. Y, a pesar de buscar ansiolíticos que los serenen y tranquilicen, todo sigue igual. Y, al menor descuido, puede aparecer la tragedia.

Hoy, en el Evangelio de Juan leemos: Al día siguiente Juan ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel».

Reparamos en este momento en lo que dice Juan Bautista, "He ahí el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo". Juan lo afirma y no porque lo conozca y lo sepa, sino porque está inspirado por el Espíritu Santo. Él mismo dice: "Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel".

¿Cómo se le puede ocurrir a Juan Bautista todas esas cosas que ha afirmado del Señor? ¿Acaso él tiene sabiduría para eso? ¿No nos damos cuenta de que está guiado e iluminado por el Espíritu Santo? ¿Y todavía pedimos más milagros? ¿No estaba esto profetizado mucho tiempo antes? Todo ha ido ocurriendo tal y como se ha profetizado.

Indudablemente, conviene leer y meditar, casi sin decir palabras, porque todo lo revela Juan Bautista: Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios».

martes, 2 de enero de 2018

¿Y CUÁL ES MI TESTIMONIO?

Jn 1,19-28
Juan Bautista cumplió su misión y dio testimonio de la venida de Jesús presentándolo como el Mesías esperado que había de venir. El Mesías que nos bautizaría con Espíritu Santo y nos ofrecería la salvación. Juan se confiesa a las preguntas de aquellos fariseos negando que él sea el Mesías enviado. También niega que sea Elías, y se presenta como: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías».

Su misión y existencia estaba ya profetizada por Isaías, acontecimiento que no nos debe dejar inmune, sino todo lo contrario. ¿Cómo es posible que todo estuviese previsto tal y como ocurrió? ¿Nos deja eso indiferente? ¿No somos capaces de plantearnos nuestro camino vital y de inquietarnos? Pues, eso es lo que pretende Juan, despertarnos, ponernos en movimiento y rectificar nuestro camino torcido enderezándolo y allanándolo.

¿Y nosotros? ¿Qué hacemos al respecto? ¿Damos también testimonio de la presencia del Mesías entre nosotros? Porque, Juan nos ha dicho eso: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia».

Indudablemente, si no lo conocemos tendremos que tratar de buscarlo, de provocar un encuentro con Él, de interesarnos por conocerle y escucharle, porque en Él está todas nuestras esperanzas y salvación. Y, por supuesto, en la medida que le conozcamos, así será nuestro testimonio y nuestro anuncio. Porque, todos los hombres buscan la salvación eterna, y sólo se encuentra en Él.

Es tiempo de salvación, de dejar que su Palabra nos inunde, nos invada, nos transforme y nos dé la fortaleza y la sabiduría para saber encontrarle y amarle, porque, sólo en Él está nuestra esperanza, nuestra dicha y felicidad.