(Mc 6,1-6 |
Sucedió en tiempo de Jesús y también sucede en nuestro tiempo. Nadie es profeta en su tierra. Lo dijo Jesús en su tiempo, y también lo decimos nosotros en el nuestro. Lo conocido, lo cercano y a los que sabemos de dónde viene no le damos valor ni importancia. La palabra de nuestro padre, hermano o amigos nos cuesta mucho obedecer y tomarla en serio.
Nos impresiona más lo extraño, lo desconocido y toda palabra que venga de alguien que no sabemos quién es. Eso lo experimentó Jesús en su propio pueblo. Sus milagros y su Palabra no eran tomadas en serio ni era creída. Siempre se le buscaba una excusa, pues como iba a ser el Mesías el hijo del carpintero y de la joven humilde y sencilla María. No cabía en sus cabezas, aunque reconocían su sabiduría respecto a las cosas que decía y cómo los decía.
« ¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?».
¿No nos ocurre a nosotros lo mismo ahora? ¿Acaso creemos en su Palabra y en sus milagros? Sí, nos merece respeto, dicen muchos, pero de ahí no pasan. No creyéndose ciegos lo están, pues no son capaces de ver la Verdad. Viven en la mentira y en los espejismos de la realidad. Tal como aparecen, todos se desvanecen y vuelve al caos y al sin sentido.
Porque ser ciego no es ver las cosas que hay en el mundo, sino ver la Verdad. Y todos los que no ven la Verdad están ciegos. Cegados por las luces del mundo que los encandila y les impide ver sus propios pecados, sus incapacidades de amar. Y si no eres capaz de amar, nunca serás feliz. Porque la felicidad no te la puede dar sino el amor. Lo habrás experimentado aquellos instantes que has descubierto que estás a bien y en comunión con los que te rodean. Entonces es cuando te experimentas feliz.
Y, tenlo en cuenta, nadie te podrá dar esa capacidad de amar sino Jesús. Porque, tú estás herido por el pecado y vencido por tu naturaleza caída que te pone en manos del Maligno que te somete y vence. Sólo el poder del Amor que viene del Señor te liberará y salvará.
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