martes, 2 de septiembre de 2025

ENSEÑANZA QUE ASOMBRA

Lc 4, 31-37

    Estaba desesperado; no podía controlarse y por su cabeza entraban y salían múltiples pensamientos por segundo. Pensó:
    «Estoy dispuesto a cometer una locura. ¡Dios mío!, ¿qué me pasa?»
    Eso le decía un amigo a Pedro mientras tomaban un café en la terraza. No entendía cómo podían ocurrirle esas cosas. Pedro, con los ojos abiertos como lamparones, permanecía atento, sin parpadear. No asumía lo que le contaba su amigo, ni sabía qué decirle. Al ver llegar a Manuel, se apresuró a llamarlo:
    —Manuel, escucha lo que dice este amigo.
 
    Enterado Manuel de la situación que sufría aquel compañero, hizo una pausa, como queriendo dar tranquilidad. Tomó su café y, con aire de serenidad, comentó:
    —Es lo típico del maligno: ataca a quienes ve más cerca del Señor. Y cuando ve que los puede perder, trata de seducirlos o enemistarlos con Él.
     —¿Y crees que —dijo Pedro— eso le está pasando a él?
    —No puedo asegurarlo, pero suele ser la táctica demoníaca para alejar a las personas del Señor. Esto me recuerda el pasaje de Lc 4, 31-37:
    Jesús estaba enseñando en la sinagoga cuando un hombre poseído por un espíritu inmundo gritó con voz fuerte:
    «¡Basta! ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ...»
    —¿Y qué sucedió? —exclamó Pedro.
    —Jesús le increpó diciendo: «¡Cállate y sal de él!». Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño. Todos, dice el Evangelio, quedaron asombrados y decían:        «¿Qué palabra es esta? Ordena con autoridad y poder a los espíritus inmundos, ¡y salen!»
    —¡Verdaderamente asombroso!
    —Aquel hombre estaba desgarrado interiormente por un espíritu que lo desquiciaba. En la oscuridad de su interior aparece Jesús sanando y devolviendo la armonía perdida. Jesús desata y libera, ayudando a que la persona recupere el dominio de sí y su capacidad de comunicarse serenamente con los demás.
 
    El Señor cura nuestro interior dañado por heridas, límites y fracasos, y nos devuelve a una vida pacificada al servicio del Reino.

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