Lc 4, 16-30 |
Hay momentos en que me siento mal. No acepto el
sufrimiento de tanta gente en tantas partes del planeta, cuando hay pueblos que
podrían evitarlo. No me parece justo.
—¿Tú qué piensas, Manuel?
—Que estamos llamados a la solidaridad. Son seres humanos que, unos por sometimiento de otros, y otros por falta de recursos, viven en la miseria y sin lo necesario para subsistir.
—Me parece un gran problema.
—Sí, porque el hombre insiste en no escuchar a Jesús. Cree que es superior a otros, que tiene más derechos. No entiende que todos somos hijos del mismo Dios, y que Jesús vino a anunciárnoslo.
—También pienso que ese es el problema.
—Si lees el pasaje, Pedro, verás cómo Jesús explica que Elías fue enviado a una viuda de Sarepta, en territorio pagano, y que Naamán, el sirio, fue curado en tiempos de Eliseo. Y es que sus paisanos reclamaban una exclusividad que Jesús no comparte. Desde la perspectiva de Dios, todos somos sus hijos. Solo los últimos y olvidados reciben trato preferencial, porque necesitan más atención y cuidado.
—Realmente lo es, Pedro. Jesús vino para eso. Lo
dice claramente en Lc 4,16-30:
—¿Tú qué piensas, Manuel?
—Que estamos llamados a la solidaridad. Son seres humanos que, unos por sometimiento de otros, y otros por falta de recursos, viven en la miseria y sin lo necesario para subsistir.
—Me parece un gran problema.
—Sí, porque el hombre insiste en no escuchar a Jesús. Cree que es superior a otros, que tiene más derechos. No entiende que todos somos hijos del mismo Dios, y que Jesús vino a anunciárnoslo.
—También pienso que ese es el problema.
—Si lees el pasaje, Pedro, verás cómo Jesús explica que Elías fue enviado a una viuda de Sarepta, en territorio pagano, y que Naamán, el sirio, fue curado en tiempos de Eliseo. Y es que sus paisanos reclamaban una exclusividad que Jesús no comparte. Desde la perspectiva de Dios, todos somos sus hijos. Solo los últimos y olvidados reciben trato preferencial, porque necesitan más atención y cuidado.
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a
evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos
la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del
Señor».
Y comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír». Jesús ha venido precisamente a eso: a señalarnos el
Camino, la Verdad y la Vida. A instaurar una fraternidad universal que socorra
a los pueblos más necesitados.
—Pero… ¡no pasa nada! ¡Siguen muchos pueblos sufriendo! —exclamó Pedro
preocupado.
Todo quedaba claro: Jesús es el enviado del Padre
para dar vida a los oprimidos, el amigo de los desechados. Y, como sucede hoy,
son sus propios paisanos los primeros en rechazarlo.
Ningún profeta es aceptado en su tierra.
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