Pedro se sentía compungido. El periódico daba la
noticia de la muerte inesperada de un joven, sin causa aparente, mientras se
bañaba en una piscina natural.
«La muerte no avisa —pensó—; te sorprende en el momento menos esperado».
—Buenos días, Pedro. Una hermosa mañana que invita a
dar gracias a la vida y disfrutarla con un buen café. ¿Te apetece?
—No parece tan hermosa para todos.
—¿Por qué dices eso? ¿Te ocurre algo?
—Acabo de leer la triste noticia de la muerte de un
joven. Imagino el dolor de su madre.
—Sí, de su madre y de toda su familia. La vida no
sonríe igual para todos. Sin embargo, siempre hay esperanza. Aquí no termina
todo.
—Será difícil animar a esa madre. Sus esperanzas de
tener a su hijo han terminado.
—La esperanza nunca se pierde. Para un cristiano, la
muerte no es el final. Recuerda lo que hizo Jesús con su amigo Lázaro. Y lo que
dijo en Mt 24, 42-51. Léelo y verás cómo se levanta tu ánimo.
—Sí, pero eso no le arregla nada a esa madre.
—Le arregla todo si estamos preparados. Nuestra verdadera esperanza está en
Jesús.
—¿Qué es eso de estar preparados?
—Vivir en gracia de Dios.
—Me dejas en babia…
—Vivir en gracia de Dios es ser consciente de su
presencia en tu vida. Es esforzarte en amar misericordiosamente, tal y como
Dios te ama. Y eso solo lo sabe Dios. Las apariencias engañan, pero su
misericordia es infinita. Eso debe darnos siempre esperanza.
El Señor puede presentarse de muchos modos: como
fortaleza en la adversidad, como compromiso que moviliza y desinstala, como
esperanza en tiempos oscuros. Siempre nos sorprende de una forma nueva,
llamándonos a una actitud activa.
Las exigencias del Reino nos impulsan, más allá, a vivir una disponibilidad
constante que nos aleja de la seguridad paralizante de quien cree que ya lo
tiene todo hecho.
Nuestra actitud debe ser la de permanecer vigilantes para responder con
prontitud a las demandas del Dios de la vida.
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