domingo, 31 de enero de 2016

LA ADMIRACIÓN A JESÚS

(Lc 4,21-30)

Jesús enamora y encanta. Sus Palabras atraen y responden a lo que el hombre busca. Él, el Hijo de Dios, ¿no va a saber lo que necesita el hombre y lo que busca? Mejor que nadie, y mejor que nosotros mismos. Y eso es una gran ventaja, porque el Padre sabe lo que verdaderamente nos conviene y necesitamos.

En muchas ocasiones, reconocemos que nuestros padres de la tierra tenían razón. Y, a posteriori, nos damos cuenta de sus razones, y les agradecemos que se mantuvieran inflexibles y no accedieran a lo que nosotros les solicitábamos. Hubiese sido para nuestro mal. Y nuestros padres están sujetos al error y se equivocan, y muchas veces, también, no aciertan y no saben por qué camino orientarnos. De ahí el refrán: no hay mal que por bien no venga.

Pero con nuestro Padre del Cielo, el que nos presenta Jesús, el Hijo, y del que nos habla maravillas, no se equivoca nunca. Es más, es Infalible, y no puede equivocarse. Pero, además, sabe lo que necesitamos, lo que no nos conviene y nos hace mal. Es una gran ventaja, porque, a pesar de que nos gusta pedir y concretar nuestras peticiones, sobre todas, de salud, de necesidad, nuestro Padre sabe cuales necesitamos y serán mejor para nuestro camino y salvación. Por eso, fiarnos del Señor es nuestra mayor necesidad.

También, la fastidiamos cuando, sin saber qué es lo que nos conviene, le exigimos a Jesús que nos demuestre su Divinidad, y que haga lo que nosotros entendemos que es mejor para nosotros. ¡Qué gran error! ¡Pedirle al Señor que se adapte a nuestras necesidades y que actúe dónde a nosotros nos parece! Es uno de los grandes disparates y pecados del hombre.

Y, sobre todo, cuando es nuestro paisano, nuestro conocido. Nos creemos con derecho de exigir, y de que nos haga demostraciones de su poder. Nadie es profeta en su tierra, manifestó Jesús, y así sucede de generaciones en generaciones. En nuestro ambiente y en nuestras familias se nos exige más, y se nos cree menos. Brilla la misericordia por su ausencia.

Por eso, a la hora de actuar, es siempre más agradecido y dócil aquel que se cree con menos derechos y, humildemente, abre su corazón a la acción de la Gracia del Espíritu del Padre.

sábado, 30 de enero de 2016

¿DÓNDE PONGO MIS SEGURIDADES?

(Mc 4,35-41)


El hombre busca su seguridad, hasta el punto que llega a ser una obsesión en su vida. Se hace seguros de todo tipo: para su casa, su coche, su vida, y hasta para su entierro. Sin embargo, descuida su alma, el valor más grande que posee. Es más, se olvida y vive con indiferencia la salvación de su alma.

Sorprendentemente, lo más valioso e importante lo descuida, y la deja a merced del viento y tempestades, que la sacuden y la vapulean sin más contemplación ni cuidados. Precisamente, el Evangelio de hoy nos habla de una tempestad que, incluso, teniendo a Jesús presente, atemoriza a los apóstoles, invadiéndoles de miedos, desconfianza e inseguridades.

Sorprende a Jesús sus cobardías y desconfianza. Sobre todo su falta de fe. ¿No nos ocurre a nosotros lo mismo? ¿A la menor tempestad en nuestras vidas, no perdemos la confianza en el Señor? ¿Cuántos de nosotros nos hemos alejados de la Barca de la Iglesia por tempestades similares que han azotado nuestras vidas? ¿No nos convendría reflexionar seriamente y en un clima de serenidad, confianza y paz?

Nuestra vida está llena de miedos e inseguridades, y, aún teniendo la promesa de Jesús, y estando presente entre nosotros, sobre todo en la Eucaristía, confiamos más en las seguridades del mundo que en su Palabra. No cabe duda que somos hombres de poca fe, tal y como eran también los apóstoles, pero, al igual que ellos, podemos pedirla y perseveran en el Señor con la esperanza de recibirla.

A pesar de su Palabra, sus prodigios y su testimonio de amor, no respondemos en la misma medida con la fe y confianza debida. El mundo nos puede, y necesitamos permanecer firmes ante las tempestades de este mundo que amenazan nuestras vidas tentándonos y engañándonos.

viernes, 29 de enero de 2016

COMO SEMILLAS PLANTADAS EN TIERRA

(Mc 4,26-34)

No nos damos cuenta, pero queramos o no, la tierra dará frutos sin que nadie pueda impedirlo, y, también, sin que nadie mueva un dedo. Cada día que riego mi pequeño y pobre jardín, observo como crecen de un día par otros pequeñas flores silvestres que no exigen ni riego ni ninguna preparación. Arranco hoy varias, y, luego, a los tres días hay más.

Igual ocurre en nuestro interior, en nuestra tierra particular, la de nuestro corazón. La semilla está plantada, porque somos semejantes a Dios, y eso significa que estamos hechos para amar. Queramos o no somos semillas plantadas en tierra del amor para dar frutos de amor. Y, a pesar de nuestra apatía, desinterés o indiferencia, daremos frutos. Incluso, sin llegar a saberlo.

Quizás, por su pequeñez y poca importancia pasa desapercibida. Nuestros actos no son, muchas veces, ni siquiera advertidos, pero dan su frutos, y crecen hasta convertirse en un testimonio de amor que inunda los corazones y transmiten el verdadero mensaje de amor. Posiblemente no sabremos el alcance de lo que hemos hechos, pero seremos sorprendidos cuando nos descubra el Señor que le dimos de beber, de comer, o que le hemos vestidos y visitado. ¿Qué cuándo lo hemos hecho? Cuando lo hemos realizado con algunos de nuestros hermanos, los hombre, aquí en la tierra.

El Reino de los Cielos está dentro de nosotros, y sólo espera que le dejemos salir para establecerse entre todos nosotros, y dar los frutos que se derivan del cultivo del amor. Es fácil descubrir un pedazo de jardín donde el cultivo principal sea el amor, porque llega a todos los rincones de ese jardín, y hace brillar a todas las demás flores que viven en él. Se nota con diferencia.

¿Cómo está mi propio jardín? ¿El jardín de mi familia, mi trabajo, mi ambiente, mi circulo social, mis amigos...?

jueves, 28 de enero de 2016

EL EJERCICIO DE LA FE

(Mc 4,21-25)

Cuando pasas por la puerta de un gimnasio observas como las personas, que allí se encuentran, se ejercitan, con verdadero esfuerzo, en realizar ejercicios, valga la redundancia, para tonificar el cuerpo y fortalecerlo. Y eso se ve y se manifiesta. No obstante, el gimnasio hace su publicidad, y, de alguna forma, grita con sus asiduos practicantes la necesidad de hacer ejercicios.

Casualmente, paso algunos días por allí, y observo a muchos jóvenes haciendo esfuerzos en la bicicleta. No puedo evitar pensar que, a pesar de que eso está bien y es necesario, hay otra parte del hombre, el alma, que merece mayor atención y más cuidados. Y hoy, se me ocurre pensar que esa ingente cantidad de personas son lámparas encendidas que no alumbran sino una parte de sus vidas. Precisamente, la caduca, la que, tarde o temprano se perderá si no se atiende la verdaderamente importante, la espiritual. Y eso en el mejor de los casos, porque, los hay, quienes tapan esa luz, que pueden dar, o la ocultan debajo de la oscuridad de sus vidas.

La vida no se puede perder, porque ha sido creada para siempre. Y la podemos perder porque, quizás no nos dejamos alumbrar, ni tampoco alumbramos. No queremos, que la Luz que nos trae el gozo y la eternidad, nos deslumbre, y preferimos las tinieblas y la oscuridad. Llegamos a pensar que en ella, las tinieblas, nos movemos mejor, y que, incluso, nos sentimos felices. El demonio sabe bien lo que nos gusta, y sabe como engañarnos. Sin embargo, nuestra experiencia nos descubre que al final terminamos mal, y que detrás de toda esa felicidad aparente, sólo queda vacío y caducidad. La promesa demoniaca es falsa. Todo se acaba, y cuando dentro de nuestro corazón no brilla la verdadera Luz, fuente inagotable de felicidad eterna, nos sentimos tristes, apenados y perdidos. Algo nos dice que hemos equivocado el camino.

Necesitamos dejar escapar toda la Luz recibida por la acción del Espíritu Santo. Él sabe lo que se nos ha dado, y todo lo que podemos dar. Y nosotros, sumisos esclavos y siervos del Señor, seremos felices en la medida que dejemos escapar ese torrente de Luz que nos invade, que nos llena y nos fortalece plenamente. Y que en la medida que la damos, nos llenamos de gozo, paz y felicidad. 

Por eso, sintámonos alegres, complacidos, siervos, felices, eternos y agradecidos del Amor del Padre, y pongamos todos nuestros talentos en la tierra de nuestro corazón para que sean fertilizados y abonados por la verdadera Luz que, viviéndola, reflejaremos en nuestra vida alumbrando a los demás.

miércoles, 27 de enero de 2016

SIEMBRA, TIEMPO Y AGUA

(Mc 4,1-20)


Los frutos no nacen de la nada. Necesitan la semilla, donde están contenidos en potencia, y luego una buena tierra que la acoja y le dé tiempo, sol y el agua necesaria para desarrollarse. Luego, abonos que fertilicen la tierra que amasada en el estiércol de la vida den las condiciones necesarias para que se produzca vida y crecimiento, que, más tarde, se transformen en buenos frutos.

Hoy, por la tarde, tendrá que regar mi pequeño y humilde jardín, y tomo conciencia que sin los mínimos cuidados, las plantas no crecerán ni se vestirán con sus mejores galas y vestidos. Necesita el riego, el sol y la tierra. ¿Y tú y yo?, ¿qué necesitamos? Posiblemente, fe, paciencia y confianza en la Palabra del Señor.

Jesús nos enseña en el Evangelio de hoy el recorrido y peligros a los que está expuesta nuestra vida. La Palabra nos exige fe, pero también fidelidad. La vida nos tienta, y si no la preparamos, la Palabra se nos pierde y no la escuchamos. Se la lleva el viento de la vida con sus banalidades y promesas, que nos seducen; ocurre que, otras veces, la Palabra queda desencarnada en nuestra vida, en la superficie y sin raíces. No tiene criterios profundos que la sostenga y, a la menor contrariedad se debilita y se contamina con las cosas del mundo.

Sin embargo, la Palabra es escuchada por otros, que caen entusiasmado y rendidos a su Verdad, pero las tentaciones y encantos de la vida le seducen y la ahogan y terminan por alejarlos. Sólo, la Palabra que se sienta serenamente en el corazón de aquel que la guarda, la medita y la vive en el esfuerzo de cada día con la oración y la reflexión, es capaz de sostenerla y, permaneciendo en Ella, dar frutos.

Seamos semillas capaces de abrirnos a la Palabra del Señor, y, por su Gracia y Misericordia, disponernos a morir en la tierra de nuestra vida, amasados con la arena y el estiércol de nuestras debilidades y pecados, para dar todos los frutos que el Señor espera de cada uno de nosotros.

martes, 26 de enero de 2016

LA DIFERENCIA ENTRE PAZ Y ODIO

(Lc 10,1-9)

Hay muchas verdades que son reivindicadas y encienden el corazón de toda persona que se precie del buen gusto de querer y amar la verdad. En ese sentido el comunismo es muy válido. En este año, donde se pone énfasis en la Misericordia del Señor, me parece obvio destacar el esfuerzo de todas aquellas personas que verdaderamente han luchado por la justicia, la verdad y la paz. Y, supongo, que en muchos lugares, y desde luego, también en el comunismo, hubo muchos.

Lo que ocurre es que el comunismo se desmarca de Dios, y ese es su fracaso y pecado. La justicia y la verdad llevan implícita la paz, porque sin paz se sembrará más odio y, en consecuencia, guerras. Y sin Dios, excluyes la paz y siembras el odio y la venganza. Y eso se gestó dentro de la revolución de los pobres, que sufrían el yugo y la opresión de aquellos burgueses, ricos instalados en el bienestar del esfuerzo de los pobres y esclavos. Y hoy continúa la lucha. La lucha es justa y buena, pero la respuesta de odio, venganza y guerra no da frutos, sino engendra más guerra y luchas, y originan fascismo y dictaduras. Es el resultado y la experiencia que la vida nos presenta.

Se necesita diálogo, diálogo apoyado en la búsqueda de la verdad, porque en la verdad está la justicia. No puede haber nada verdadero que sea injusto, porque entonces dejaría de ser verdad. Pero una verdad apoyada en la fraternidad, en la comprensión, en la paz y en la misericordia con los más débiles y necesitados. Nunca en la productividad y la eficacia, porque eso nos llevaría a excluir y borrar a los más débiles e indefensos. Y eso, de hacerlo así, que muchos pretenden, deja de ser verdad y justicia.

Jesús, el Señor, no responde al insulto, al rechazo, al aprovechamiento, al poder y la fuerza con la misma arma, sino con el Amor. La Cruz es la respuesta que proclama la victoria del Señor, y su resultado es sembrar la paz. Ante el odio y la venganza, los discípulos de Jesús, como el Maestro, responden con amor, que les devuelve la paz: «En la casa en que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’». 

Se necesitan obreros sembradores de amor y de paz. Claro que eso duele porque quedamos a merced del poder y la fuerza, y de la ambición y avaricia de los hombres, pero la fe en el Señor nos fortalecerá y encenderá la esperanza de que, ese camino de Cruz, tendrá la última palabra. En Él todo se ha cumplido.

lunes, 25 de enero de 2016

TODO CONSISTE EN TENER FE

(Mc 16,15-18)

Hay mucha gente que se resisten a creer. Pasan los criterios de su fe por la razón, y no encuentran respuesta firme y clara, porque la fe consiste en fiarse y creer lo que no se entiende ni se explica con la razón. Otra cosa es que la razón te ayude y te diga que necesariamente Dios existe. Pero, eres tú, quien tiene que dar el siguiente paso de creer.

Los niños se fían y dan ese paso fácilmente. Son obedientes, bien intencionados, y se dejan conducir por los mayores confiados en su bondad. Sin embargo, de mayores, nos volvemos desconfiados, desobedientes y resistentes a dejarnos conducir. No sólo comprendemos, sino entendemos que para alcanzar el Reino de los Cielos tenemos que ser como niños.

En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. 

Las Palabras de Jesús no dan lugar a duda. Están muy claras. Necesitamos la fe y el Bautismo para salvarnos. Es de recibo que aquel que cree, pedirá el Bautismo, por el que recibirá la Gracia del Espíritu Santo para ser asistidos y fortalecido en la lucha diaria contra el pecado y las tentaciones. Pero, esto no es un mero cumplimiento. Es decir, no porque recibir el Bautismo y decir que creo, todo está hecho, sino que la fe hay que vivirla y manifestarla con las obras. Para eso es la Gracia recibida en el Bautismo.

Porque, puede ocurrir, y de hecho ocurre, que nuestro Bautismos se queda estancado, diríamos dormido y casi muerto, dentro de nuestro corazón, y nuestra fe apagada y pasiva. Luego, a pesar de creer y estar bautizado, ni nuestra fe se ve, ni nuestras obras se realizan. La fe vive en y con las obras, que corresponden a la Gracia recibida en el Bautismo.

domingo, 24 de enero de 2016

¿TE DEJAS TÚ CONDUCIR POR EL ESPÍRITU DE DIOS?

(Lc 1,1-4;4,14-21)

Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Jesús se deja guiar para cumplir la Voluntad del Padre, por quien ha sido enviado. No hace su voluntad, sino la Voluntad del Padre, y guiado por su Espíritu acomete su Misión: La proclamación de la Buena Noticia, el Mensaje de salvación.

Deja las cosas claras, muy claras: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor».

Ocurre que, a pesar de la claridad y nitidez del Mensaje, y del enviado para proclamarlo, el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesús, siempre hay quienes se obstinan en no ser dócil a la Verdad, e imponer su verdad. En la vida ordinaria de nuestro mundo observamos como, en pleno siglo XXI, hay dictadores que imponen su voluntad, sometida a sus egoísmos, a pueblos y naciones. Experimentamos como la ambición ciega la razón de las personas y las conduce a cometer verdaderos disparates con la vida de los demás.

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy». Más claro agua. Jesús afirma su Divinidad y su Misión. Es el Hijo de Dios, enviado para proclamar la Palabra de Salvación para todos los hombres.

La pregunta está en el tejado: ¿Realmente este es el Hijo de Dios? Su Vida, su Palabra, pero sobre todo sus Obras no dejan lugar a duda. Se percibe que está en Él el Espíritu Santo, manifestado precisamente en aquel momento de su Bautismo en el Jordán. Ahora, ¿me dejo yo también conducir por el Espíritu Santo?

sábado, 23 de enero de 2016

JUNTO A ÉL, PARA PENSAR COMO ÉL

(Mc 3,20-21)

Jesús no pasaba desapercibido, su fama era notoria y, enterados de su presencia, le cercaban de tal manera que no le dejaban ni comer ni descansar. Pero, siguiendo el proverbio, "nadie es profeta en su tierra", sus parientes, enterados de la algarabía que producía su presencia, fueron a buscarles, pues decían: «Está fuera de sí».

Los criterios de Jesús no coinciden con los nuestros. Y eso, o lo aceptamos, o nos resultará extraño y de locura. El hombre tiene una lógica, donde la Palabra de Jesús no se entiende, porque es contraria a su forma de ver y de entender el mundo. Para el hombre, dar significa recibir, y cada cosa tiene su valor y precio. El hombre mide su valor por lo que tiene, posee y sabe. De forma que, su éxito en la vida dependerá de su poder económico, intelectual y espiritual.

Y Jesús no va por ahí. El más pequeño de los hombres puede ser el más grande en el Reino de los cielos. Porque la grandeza del hombre no reside en el poder, ni en la belleza, ni en la riqueza o conocimiento, sino en el amor. El hombre es grande en la medida que se entrega al servicio de los demás, con todo lo que ha recibido y de forma gratuita, desinteresadamente y por amor. Un amor apoyado y como fuente en Jesús, y desde Él al Padre Dios.

Llevar ese estilo de vida, semejante a Jesús, es algo contradictorio en el mundo que vivimos. Y, según el criterio del hombre, de locura, porque no se entiende con la lógica humana. Y cuando, por la Gracia de Dios, logramos entender algo, nos arrimamos a su lado, extasiados y maravillados, perseverando en su compañía diariamente. Le necesitamos para, por su Gracia, pensar como Él.

No estamos lejos de esta actitud profética en cuanto a ver a Jesús como un loco. Hoy, en la actualidad, hay muchos que critican negativamente al Papa Francisco, y tambíén lo han hecho con otros Papas, tal es el caso de san Juan Pablo II. ¿Cuál es nuestra actitud? Convendría reflexionar sobre ello. Jesús sigue clavado en la Cruz esperando nuestra adhesión y confianza, y perdonándonos cada día, a pesar de nuestro rechazo y critica.

viernes, 22 de enero de 2016

EL SEÑOR PROPONE

(Mc 3,13-19)


Es el Señor quien llama, y no eres tú quien dispones ser llamado. Jesús elige a aquellos que quiere que le acompañen. No nos lo exige, sino que nos llama y nos deja libres para decidir. La propuesta de Jesús está hecha, y a ti y a mí nos toca ahora responder.

De los doce elegidos, uno no consumó esa llamada, pues desencantado le traicionó. Posiblemente, también nosotros no le respondemos. Puede ocurrir que, quizás, no le oigamos bien, o no le escuchemos como se debe escuchar, o, quizás, no hagamos el necesario silencio para, atentos, encontrar su Palabra y enamorarnos de ella. Pueden ocurrir muchas cosas, pero, a pesar de todo eso, su llamada está ahí.

Tenemos un recorrido en este mundo. Hemos nacidos y sabemos que llegará un día nuestra muerte. Ese espacio de vida debe tener una finalidad. Porque hemos salido de un lugar para llegar a otro. ¿Y tiene esto sentido? En lo más profundo de nuestro corazón encontramos respuestas que nos alumbran a comprender que llegaremos a algún lugar. Y ese lugar no puede ser otro sino Dios.

Un Dios Padre que nos ha hablado por su Hijo Jesús. Se nos ha revelado, hecho Hombre, y nos ha mostrado el Rostro de su Padre en Él mismo. Jesús es el Rostro de su Padre Dios. Él nos ha amado sin condiciones y nos ha entregado su Vida para que entendiésemos la locura de amor de su Padre por cada uno de nosotros. Y ese amor pide ser correspondido, porque la corriente amorosa, al encenderse, devuelve también amor.

Quizás nosotros nos cerramos a que sea encendida, no dejándola penetrar en las profundidades de nuestros corazones. Cerramos nuestros grifos de amor y no correspondemos al amor de Dios. Y obviamos nuestras respuestas y nuestros compromisos y misiones a las que estamos llamados. Necesitamos abrirnos a la llamada del Señor, y a responderle a su Amor.

jueves, 21 de enero de 2016

TODOS CONFESAMOS CREER Y SEGUIR AL SEÑOR, ¿PERO DE QUÉ MANERA?

(Mc 3,7-12)


Podemos engañarnos, y, de hecho, lo estamos. Porque, es posible que confesemos nuestra fe en Dios, pero eso es sólo una confesión, que luego hay que refrendar con la vida. Y la realidad no nos dice que eso sea exactamente así.

Ocurre que hay personas que rechazan a Dios, no se andan con vaguedades. No creen en Él y lo rechazan, y organizan su vida según ellos mismo. Otros, dicen creer en Dios, pero lo colocan detrás de ellos, porque son ellos los que dirigen su vida. Dios, aunque confiesan creer, no pinta mucho en su vida. La tercera actitud está en aquellos que creen, ponen a Dios delante, y hasta practican, pero al final siempre hacen lo que ellos piensan y quieren. Dios es un mero espectador honorífico.

Y la cuarta actitud se encuentra en aquellos que confiesan su fe y responden a ella poniendo a Dios en el centro de sus vidas y esforzándose en dejarse dirigir por los impulsos del Espíritu Santo. Caminan haciendo al Señor el director de sus vidas y buscando el camino que el Señor les traza. Y no es fácil, por eso le buscan y tratan de estar a su lado, Eucaristías, penitencia, oración, para encontrar luz que les ilumine y les indique el camino por donde ir.

El Evangelio de hoy nos presenta a un Jesús asediado por el gentío. No le dejaban tranquilo y acudían a Él para que les aliviara y sanara sus enfermedades. Nos dice, incluso, que hasta los espíritus inmundos al verlo se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.

Quizás, Jesús, quiere nuestra cercanía, no por intereses y beneficios de salud y bienestar, sino porque descubramos que Él es el Hijo de Dios, que viene a ofrecernos y comunicarnos la noticia de salvación, locura de amor, de su Padre,

miércoles, 20 de enero de 2016

EL SILENCIO DESCUBRE TU MENTIRA

(Mc 3,1-6)



Cuando te ves imposibilitado, porque no tienes razones para responder, haces silencio. No puedes hacer otra cosa, porque no tienes argumentos que te ayuden a responder y replicar los hechos que tú rechazas. Se te acaban las razones y las palabras para sostener que el sábado debe anteponerse al bien del hombre.

Eso es lo que hace Jesús. Llama al hombre que tenía la mano paralizada y le invita a ponerse de pie en medio de todos. Y allí, pregunta: « ¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?». El sentido común nos revela que lo lógico es hacer el bien. El sábado debe respetarse, pero siempre anteponiendo el bien del hombre. No el beneficio o interés, que muchas veces puede ser excesivo, pernicioso y malo, sino el bien, aquello que le sirve para aliviarse del dolor o la enfermedad y estar saludable.

Sin embargo, el silencio, porque no puedes hacer otra cosa, no te sirve para reflexionar y recapacitar tu empecinamiento soberbio y erróneo. No admites tu error, sino, al contrario, te empecinas más en seguir con él y tratar de, demagógicamente, defender que tienes razón, o poder, para hacer que se cumpla la ley sin más, porque es la ley y está por encima del hombre. Sabes que eso no es justo ni verdad, pero tu soberbia te ciega.

Si no somos capaces de que la reflexión nos sirva para mejorar y descubrir la verdad, estamos perdidos. Será difícil crecer y madurar como personas. Todos somos pobres personas, que necesitamos madurar. Pero ese madurar no se logra sólo, hace falta buena tierra y buen abono. 

La tierra, por la Gracia de Dios, puedes ser tú, pero el abono no. No lo puedes auto ponértelo tú, necesitas que la Gracia del Señor te abone, y la acción del Espíritu Santo te ilumine y te purifique, para que, abajándote humildemente, tu corazón se transforme por la Gracia de Dios, en un corazón humilde y comprensivo. Sólo así irás creciendo en la verdad y la justicia.

martes, 19 de enero de 2016

LA LEY, ES LEY, CUANDO SIRVE PARA HACER EL BIEN EN FAVOR DEL HOMBRE

(Mc 2,23-28)

No podía imaginarse una ley que perjudicara al hombre, ni tampoco que no sirviera para serle útil. Las leyes son puestas para el buen uso del bien común, y beneficiar a toda la comunidad. Unas leyes que no sirvan para esto, y sí para beneficio de unos cuantos, serían leyes mal puestas.

Y eso es lo que Jesús va incumpliendo y denunciando. El sábado, lleno de leyes absurdas que obstaculizan  y perjudican la vida del hombre, es objeto de denuncia por Jesús en favor del hombre. El hombre es la criatura por excelencia de la creación. Es la locura de amor de Dios, ¿cómo va a imponerse el sábado antes que él? Todo debe quedar sometido al bien del hombre, y el sábado, por supuesto, debe estar en función del beneficio y bien del hombre.

La ley tiene su espíritu, y ese espíritu debe estar dirigido al bien del hombre, por encima de otros fines secundarios de menor importancia. No puede anteponerse a la subsistencia del hombre el precepto del sábado, porque eso es de menor importancia. 

La Ley está impregnada de amor, y es ese amor el que debe regirla. Una ley que pierda de vista, para su cumplimiento, el amor, es una ley que pierde todo su sentido. Porque legislar exige justicia y verdad, pues no se legisla para obtener beneficios y productividad, sino para el bien del hombre, para lo que aquello es bueno. De modo que todo lo que, aun siendo productivo, perjudica al hombre, debe ser borrado del cumplimiento de la ley.

Hoy, Jesús, nos lo enseña en el Evangelio de hoy. Deja claro que la actitud de la ley debe ser siempre para el bien del hombre, porque la ley está hecha por amor al hombre. No puede haber una ley que vaya contra el amor y perjuicio de los hombres, porque, ellos, son lo que Dios más ama. Luego, ir contra los hombres es ir contra Dios. 

Y esas leyes que así lo transparentan son leyes impuestas por los hombres que rechazan a Dios y buscan sus propios intereses y beneficios. Es lo que ocurre con el sábado.

lunes, 18 de enero de 2016

RITOS Y COSTUMBRES: VIDA NUEVA

(Mc 2,18-22)

La vida está cargada de costumbres y ritos. Todo se compara en el tiempo con lo anterior. Y hacer algo diferente parece extraño y cuesta aceptarlo. Así, a los discípulos de Juan y a los fariseos les cuesta entender que ellos guardan el ayuno, mientras los que están con Jesús no lo hacen. ¿Qué ocurre entonces? ¿Por qué no guardan el ayuno?

Jesús rompe con todos esos cánones y ofrece un cambio, una vida nueva. El ayuno nos sirve como preparación y entreno para renunciar a todo aquello que nos ata e impide amar. Pero no como ley ni como costumbre. Si estamos con el Novio e invitados a su boda, ¿cómo podemos ayunar? 

La vida es para disfrutarla, porque nuestro Padre Dios nos la ha regalado para eso. Dios ha creado el mundo para nuestro bien y disfrute. Otra cosa es que el hombre, infestado y contaminado por el pecado, lo destruya y lo administre en el bien de unos, perjudicando a otros. Y es entonces cuando tendremos que actuar, y ayunar, y prepararnos para establecer un Reino de justicia, de verdad, de amor y de paz.

En ese sentido debemos luchar contra nosotros mismos, porque dentro de nosotros está el mal del pecado, y las inclinaciones que nos amenazan con destruirnos. Necesitamos preparanos y hacernos fuertes ayunando y fortaleciéndonos para no dejarnos vencer por las tentaciones y comodidades del mundo que nos tienta.

Necesitamos el ayuno para que el mal y tentaciones no nos aparten del Novio. Ni tampoco de la Esposa, la Iglesia y el pueblo. Necesitamos ayunar para, fortalecidos y preparados, podamos, contando con la Gracia del Señor, mantenernos firmen y fieles a su Palabra.

Ese es el sentido, más que simples normas y cumplimientos. Es verdad que la Iglesia nos anima y nos ayuda con celebraciones y tiempos que nos invita a esa preparación recordándonos no olvidarnos ni despistarnos en un mundo que se esfuerza en desviarnos y alejarnos del Señor.

domingo, 17 de enero de 2016

ERAN AMIGOS

(Jn 2,1-12)

Se supone que aquellos esposos, al menos sus familiares, eran amigos de la familia de Jesús, José y María, y del mismo Jesús. Y hasta de sus discípulos. Alguien conocido del lugar que los invita a la boda de sus hijos. Y están ellos allí, sucede que por algún despiste se acaba el vino. María consciente del problema, invita a Jesús a intervenir: «No tienen vino». Jesús le responde: « ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga».

Se me ocurre pensar que María sabía que había llegado la hora para que su Hijo, Jesús, el Mesías enviado, entrara en la historia de la salvación con sus hechos y palabras. Se me ocurre pensar que María, inspirada por el Espíritu Santo, sabía la misión del Hijo y le da el pistoletazo de salida, usando el símil de las carreras. Y sabemos lo que ocurre después. Jesús convierte aquellas tinajas, llenas de agua, en vino. Y al parecer un vino excelente que sorprende al maestresala, elogiando este al novio y extrañándole que guardara el mejor vino para el final.

Jesús empieza a hacer señales de su Divinidad para que crean en la Palabra de Dios. Nuestro mundo necesita señales para convertirse y creer. Necesitamos ver para creer, y difícilmente creeremos lo que se nos diga si no tenemos señales que lo demuestren. Jesús, el Hijo de Dios, aprovecha las necesidades y carencias humanas para demostrar que el Hijo de Dios tiene poder sobre la naturaleza y las leyes que la dominan.

Dios, por medio de su Hijo, Jesús, se hace presente entre los hombres y se comunica con ellos. Y les enseña el verdadero camino para llegar a Él. Les habla con Palabras y Obras, que Jesús se encarga de ir haciendo en los momentos puntuales que le son pedidas o necesarias. Jesús va dando respuestas a todas las súplicas y necesidades que los hombres le plantean.

El Hijo de Hombre ha venido para salvar, para establecer la paz y hacer el bien a todos los hombres. Dónde Él se encuentra, allí se respira aroma y perfume que proclaman la paz y la fraternidad entre todos los hombres.

sábado, 16 de enero de 2016

LA SOBERBIA DE CREERSE MEJOR

(Mc 2,13-17)


El hombre es un ser en relación, y esa relación le lleva a la comparación. Crecemos al compararnos. Sé que no soy el más alto cuando encuentro otros más altos que yo; distingo lo bueno de lo malo cuando observo que unos hacen cosas que perjudican a otros.

Sin embargo, la comparación debe servirnos sólo para aprender, y no para creernos mejores que los que, comparados con ellos, comprobamos que podemos ser más virtuosos o mejores. Eso sólo debe servirnos para sentirnos agradecidos por la Misericordia de Dios, y disponibles a servir y ser misericordiosos como Él. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y eso significa que estamos llamados a amar y ser misericordiosos, porque Dios es Amor y Misericordia sin posibilidad de irrevocabilidad.

El Evangelio de hoy nos presenta una escena que refleja esa actitud. La invitación a Mateo (Leví) de seguir al Señor suscita en los escribas fariseos envidia y justificación para despacharse a gusto. Se consideran mejores y con derechos a sentarse a la mesa con Jesús, pero consideran indigno a los otros porque son pecadores. ¿No nos ocurrirá a nosotros lo mismo? ¿Qué pasaría si viene Jesús y pasa de largo ante nosotros? ¿Estaríamos de acuerdo con los escribas fariseos?

Posiblemente, sí. Jesús viene a salvar a los que están en peligro y condenados a morir eternamente. No necesitan médicos los sanos, sino los enfermos. Y si nos consideramos enfermos, comprenderemos que también, otros enfermos, puedan tener la posibilidad de salvarse. El problema radica en pensar que sólo nosotros tenemos ese derecho, y que somos superiores a los demás.

En esa actitud, nos creemos sanos y limpios, y, por supuesto, nos alejamos de la Misericordia del Señor. Y nos excluimos de la mesa del Señor.

viernes, 15 de enero de 2016

LO BUSCAN POR EL BIEN MATERIAL

(Mc 2,1-12)

Supongo que aquella fama de Jesús era debida más a sus curaciones que a sus palabras. Le era difícil pasar desapercibido, y conocida su presencia se veía rodeado de mucha gente. Algo parecido puede ocurrir hoy. Nuestras iglesias se llenan, sobre todo en las fiestas y celebraciones litúrgicas, pero más llevados por las tradiciones y prestigios, que por la Palabra de Dios.

Sucedió, que viéndose imposibilitados de acercar a Jesús un paralítico, por el gentío a su alrededor, decidieron abrir el techo encima de donde estaba Jesús y por allí descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». 

¿Qué hubiésemos pensado nosotros? Porque esa es la pregunta que debemos hacernos. ¿Coincidimos con ellos? Nos resulta fácil pensar como pensamos ahora, pero, puestos en el lugar de aquellos hombres no resulta tan fácil. «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?».

Obligamos a Jesús a proceder de otra manera. Su amor es tan grande que se ve obligado a realizar el milagro de curar al paralítico para mover nuestros corazones y abrirnos a la fe. Al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma tu camilla y anda?’ Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». 

También hoy, Jesús sabe de nuestros pensamientos, y para eso nos ha dejado a sus discípulos, la Iglesia, para que despertemos y creamos. Pues la Iglesia proclama su Palabra y también, en la Iglesia, se producen curaciones y milagros, y buenos testimonios.

Busquemos al Señor, no sólo por el pan material, sino también y fundamentalmente, por el pan espiritual. Porque es ese Pan el que nos da la Vida Eterna.

jueves, 14 de enero de 2016

SUPONGO QUE EL LEPROSO PREPARO BIEN SU PETICIÓN Y ENCUENTRO CON JESÚS

(Mc 1,40-45)


Es lógico suponer que el leproso pasó tiempo pensando y meditando su encuentro con Jesús. No, de repente, se encuentra uno con alguien a quien le pide que lo limpie de su enfermedad sin más. Es de sentido común conocerlo y saber que tiene poder de curarlo. Todo ese entramado mental lleva su tiempo, y lo lógico es pensar que aquel leproso pasó su tiempo meditando y reflexionando sobre su encuentro y petición a Jesús.

¿Gastamos también nosotros tiempo en meditar y reflexionar la Palabra del Señor? Es una buena pregunta para dedicar parte de nuestro tiempo en reflexionarla. No podremos acercarnos al Señor si antes no hemos pensado el motivo por el que queremos acercarnos a Él. Porque todo acercamiento encierra un motivo que te pone en movimiento para acercarte.

El leproso tenía uno, y bastante fuerte. Quería y necesitaba ser curado de esa terrible enfermedad de la lepra, y, oyendo que Jesús hacía prodigios de curaciones, se puso en camino para encontrarse con Él y pedirle su curación. Supongo que tú y yo tendremos también que buscar algún motivo fuerte que nos haga levantarnos y salir de nuestras casas para buscar a Jesús, y para pedirle que nos limpie de todas nuestras impurezas y enfermedades.

Ahora, ¿cuál es ese motivo que me pone a mí en movimiento? Descubro que tengo que reflexionar a ese respecto, porque sin motivo seguramente no me moveré. Y eso me invita a la meditación, reflexión y, sobre todo, al silencio que me dé la oportunidad de escuchar la Voz del Señor. 

Porque ocurre que con mis preguntas y ruidos, quizás nos escuche lo que el Señor me susurra y me indica. Si no hago silencio en mí, posiblemente tampoco oiré la Voz del Señor, porque las distracciones de la propia enfermedad y los ruidos del mundo me impedirán oírlo.

miércoles, 13 de enero de 2016

AHORA ES MOMENTO DE PROCLAMAR LA SALVACIÓN

(Mc 1,29-39)


Una cosa es la proclamación del Mensaje de Salvación, y otro es el deseo inmediato de salvarnos. Está claro que Jesús no curó a todos aquellos que pretendían buscarle para ser curados. Imagino, incluso, que no tuvo tiempo para ello, pero creo que su intención no era curar, sino salvar para siempre. Porque una cosa es curarte hoy, y mañana volver a enfermar.

Lázaro, su buen amigo íntimo, fue resucitado, pero más tarde tuvo que aceptar su muerte. Y así nos ocurrirá a todos. El fin de la Misión de Jesús no es curarnos hoy, que también lo puede hacer si así lo considera, sino el salvarnos eternamente. Para ello tendremos que recorrer el camino de nuestra vida tratando de imitarle en el esfuerzo de cada día por parecernos a Él.

Jesús cura a la suegra de Pedro, y luego, más tarde, a muchos enfermos que le acercan, e incluso expulsó demonios. Jesús viene a salvar, y quien tiene poder para curar todo tipo de enfermedades, hasta incluso resucitar, tendrá poder para darnos la Vida Eterna, ¿no? Esa es, pues, la finalidad de Jesús. Revelarnos el Poder y el Amor del Padre que lo ha enviado para darnos Vida Eterna en plenitud.

Pero también descubrimos en Jesús su dedicación silenciosa a relacionarse con el Padre. Busca tiempo para la oración, porque de esa oración sacará la Luz y la Fuerza para continuar su Misión. Se sabe enviado por el Padre, y le corresponde al Padre en sintonía diaria y dócil en relación con Él. Y busca, no sólo a los que tiene alrededor, sino que se mueve hacia otros lugares porque su Misión es, no tanto curar ahora, sino proclamar la Buena Noticia de Salvación a todos los hombres. 

Porque todos aquellos que la acepten y le sigan, recibirán la Salvación Eterna. Esa es la verdadera e importante salvación, y para la que ha venido fundamentalmente Jesús. No buscamos, que si que nos gustaría, la curación inmediata, sino que lo que nos interesa verdaderamente es la Salvación para Siempre, la Eterna, y junto a la Santísima Trinidad.

martes, 12 de enero de 2016

EL SECRETO DE EVANGELIZAR

(Mc 1,21-28)


Es una contradicción hablar de secreto, porque el secreto es Jesús. Él enseña con autoridad, la autoridad que le da su forma de vivir y la coherencia de su Vida y Palabra. Jesús está seguro de lo que dice, porque cuando lo dice, simultáneamente, también lo hace. No hay mayor autoridad que predicar con el ejemplo.

Nadie puede levantarle la voz; nadie puede criticarle; nadie puede acusarle de decir mentiras o de señalarle que algo no es verdad. Su seguridad de lo que dice es firme, dispuesta y verdadera. No obstante Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y se descubre de sus propias Palabras.

No es extraño que todos queden admirados de sus Palabras y de la forma de hablar y proclamar la Palabra: Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. 

Hacemos mucho ruido buscando métodos, formas o estrategias para que nuestras palabras cundan más en la vida de las personas que nos escuchan. Infinidad de ejercicios, de congresos y reuniones que buscan como hacer que la Palabra de Dios sea más fecunda y fértil. Y, humildemente, me pregunto si es ese el camino. Sí, es bueno reunirnos, pero para compartir y hablar del Señor; para fijarnos en Él y cómo lo hacía y lo hace Él. Porque Él sigue actuando, y el Espíritu de Dios es el verdadero protagonista de nuestros actos.

Esa si, a mi humilde entender, la cuestión y el secreto:  "Ponernos en Manos del Espíritu Santo", y esforzarnos en que nuestras humildes palabras tengan su correspondencia en nuestra humilde vida. De esa forma despertaremos, como Jesús, en los demás ese asombro de autoridad que reflejamos. Porque, sabemos de lo que hablamos porque lo vivimos. 

No es nada nuevo, porque estamos cansados de decirlo. Lo importante es el testimonio, y lo que evangeliza es el testimonio. La palabra sólo caben donde el testimonio no llega. Porque Jesús nos ha dicho que podemos hacer tanto como Él, y aún cosas mayores (Jn 14, 12), y dejarlos pasmados. Entonces veremos los frutos de aquellos que se abran a la acción del Espíritu.

lunes, 11 de enero de 2016

OFERTA DE CONVERSIÓN

(Mc 1,14-20)


Puede parecer, ahora tiempo de rebajas y de cuestas, que el Evangelio aprovecha las ofertas y rebajas de la cuesta de Enero. Y nada sorprendente que las mejores rebajas de nuestra vida sea la oferta que nos hace Jesús totalmente gratis: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva».

Una oferta que no tiene tiempo de caducidad, pues se mantiene la totalidad de nuestra vida, y siempre con el mismo precio: "Totalmente gratis", y una oferta que incluye, de tomarla y aceptarla a vivir, la Vida Eterna, donde ya nos hace falta estar pendiente de más rebajas. ¿Se puede encontrar algo mejor?

La Conversión que nos propone Jesús supone un giro de trescientas sesenta grados a nuestra vida. Propone un cambio de rumbo pleno y seguirle. Él es la Brújula que nos orienta y que nos indica el rumbo a seguir. Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida.

Convertirse es preparar nuestra vida hasta el punto de respirar con y al ritmo de Cristo; convertirse es poner mis pensamientos en la misma corriente que los de Cristo; convertirse es olvidar mi vida, para entregarla como la entregó Cristo; convertirse es parar mi corazón, para iniciarlo en la misma diástoles y sístoles que el movimiento del Corazón de Cristo. Convertirse es perdonar lo imperdonable, pero, sobre todo, al enemigo. Convertirse es vivir en, con y por Cristo, pasando todo lo demás a un plano secundario y de simple añadidura.

Convertirse es vivir en la esperanza de la Misericordia del Padre Dios, que en su Hijo Jesús nos perdona y nos rescata para el gozo de la Vida Eterna en su plenitud y en su presencia. Convertirse es dejarse llevar por la acción del Espíritu Santo y sabernos pobres, débiles, limitados y pecadores indigno de merecer todo ese amor inconmensurable que el Señor Jesús  nos entrega ofreciendo su propia Vida por cada uno de nosotros.

Convertirse es comprender y aceptar la pequeñez de nuestra vida y la incapacidad de poder entender todo ese gran misterio de amor que nuestro Padre Dios nos regala. En tus Manos, Señor, pongo todo lo que soy y todo lo que Tú me has regalado.

domingo, 10 de enero de 2016

JESÚS INICIA EL CAMINO COMO UNO MÁS

(Lc 3,15-16.21-22)


No ocupa un lugar privilegiado. Se pone en cola y cumple como uno más. El Padre lo proclama como su Hijo predilecto, y el Espíritu Santo se hace presente en Él. Ha llegado el momento de su Misión y, Jesús, no la esquiva, sino que la acepta voluntariamente entregándose a la Voluntad del Padre.

Queda investido como Mesías. El Mesías esperado que había de venir según las señales mesiánicas que describía Isaías. Empieza el tiempo de salvación. El Plan de Dios tiene su plenitud, porque en Jesús se cumple todo lo que estaba previsto para nuestra salvación. Con Él llega el Reino de Dios, y en Él se cumple todo lo profetizado.

Jesús inicia su Camino de la misma manera que ha venido. Sin ruidos, sin ostentaciones, sin honores. De forma sencilla y humilde. Es el Mesías, que ha venido para salvarnos, pero no hace ostentación ni ruidos. Ni tampoco utiliza la violencia, aspereza o gritos. Todo lo hace desde la serenidad, silencio o suavidad. Su arma es el amor, porque Él es amor y misericordia.

Nuestro compromiso de Bautismo nos descubre esa exigencia que heredamos como discípulos de Jesús. Porque al bautizarnos nos hacemos sus discípulos, y eso significa que nos comprometemos a dar testimonio de la Buena Noticia de Salvación. Quedamos, por el Bautismo, configurados como sacerdotes, profetas y reyes, y asistidos por la Gracia del Espíritu Santo para transmitir el Mensaje de Salvación.

Dios, nuestro Padre, nos hace herederos de su gloria. Es decir, eternos en plenitud de gozo y felicidad. Esa es la esperanza que tenemos y que vive en nuestros corazones. Y eso empieza con la aceptación del regalo del Bautismo.

sábado, 9 de enero de 2016

LA IMPORTANCIA Y NECESIDAD DE LA ORACIÓN

(Mc 6,45-52)


Después de la acción, Jesús se retira a orar. Parece lógico que sienta deseos de gratitud por la obra bien acabada. Jesús se retira, supongo, entre otras cosas, a dar gracias al Padre por todo lo acontecido, y para enseñarnos la forma de proceder y la Fuente de donde viene todo: El Amor del Padre.

Posiblemente, a nosotros, se nos escapen estos detalles de agradecimiento. No advertimos las maravillas que se nos han dado, y nos distraemos con las caducas luces con las que el mundo, nuestro mundo, nos deslumbra. La vida, los talentos y cualidades recibidos y que la adornan; las circunstancias y el bienestar  la rodean; la libertad y los derechos humanos que la protegen. Pero, sobre todo, la dignidad de ser sus hijos. Se nos escapa todo eso, recibido gratuitamente, hasta el punto de pensar que nos lo merecemos y tenemos derecho a ellos.

Le perdemos de vista muchas veces afanados en trabajos y buenas obras que nos difuminan su Rostro, y también sus Huellas. E incluso, hasta perdemos la actitud y el deber de corresponderle y darle gracias. Llegamos a pensar que nos merecemos, tanto lo que hemos recibido, como los reconocimientos de todo lo que hacemos.

 Sin embargo, hoy, Jesús, nos para para advertirnos nuestra obligación y necesidad de dar gracias al Padre por todo lo recibido, como, también, por todas nuestras obras. Porque, es Él el Verdadero Protagonista de todas ellas, y, por supuesto, de nuestra vida.

Él es la Luz que nos ilumina y nos serena. La Luz que nos alumbra el camino y nos da esperanza. La Luz que nos llena de paz y nos fortalece, y nos embriaga de esperanza y de sentido el camino de nuestra vida. Sí, Señor, quiero subir a la Barca que Tú me has señalado y me indicas con tu Vida y tu Palabra, y dejarme guiar por el rumbo que Tú trazas y marcas. Porque sólo Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida.

viernes, 8 de enero de 2016

DISCERNIR SOBRE LO PRIORITARIO

(Mc 6,34-44)


Muchas veces nos paramos ante las disyuntiva de escoger el camino a seguir, o de elegir que atender primero, si esto o lo otro. Y la mayoría de las veces hemos optado por lo que más nos interesa, o por lo que menos complicación tiene. El Evangelio de hoy nos plantea una de esas circunstancias entre las muchas que se nos presenta en esta vida.

Jesús contempla la multitud de gente que lo ha seguido. Y, en lugar de ser indiferente a ello, escoge aprovechar la ocasión para enseñarles, pues experimenta, y se compadece, que están a la deriva, sin pastor y sin saber a qué atenerse. Pero, también, Jesús advierte de la necesidad de comer. El cansancio de la caminata y la hora pasada despiertan el hambre y dan sed.

Jesús no se evade, ni del sentimiento, ni del problema, y trata de, interesado por ello, implicar también a los apóstoles. Hace gestos de darles de comer y pregunta a los apóstoles sobre lo que disponen para compartirlo. Sabemos lo acontecido, y cómo Jesús hace gala de su poder para dar respuesta a esa necesidad que todos tenemos de compartir. Ese es el criterio. No tanto de lucirse, sino de satisfacer lo necesario e imprescindible para vivir.

Compartir es la noticia. Compartir lo necesario, y que a nadie le falte lo imprescindible y necesario para vivir dignamente. Pero eso exige correspondencia mutua, porque tan indigno es no compartir, como querer aprovecharse de esa actitud, justa y honrada, de los que comparten. Se hace necesario generosidad, pero también justicia y honradez, y no aprovechamiento.

Y eso, a la Luz del Espíritu Santo, es lo que tenemos que discernir. Ver si la necesidad existe, es prioritaria y depende de nosotros. Y pasar a la acción. Si actuamos así muchas necesidades estarían resueltas. El mundo estaría mejor. Necesitamos dar todos lo bueno que llevamos dentro de nuestro corazón. No sólo los que pueden dar pan material, sino también aquellos que lo necesitan recibir. Sólo en la Verdad podemos encontrar vida abundante para todos.

jueves, 7 de enero de 2016

Y LAS PROFECÍAS NO CESAN DE CUMPLIRSE

(Mt 4,12-17.23-25)


Hoy se cumple una profecía más: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz». 

Podríamos decir que la Vida de Jesús está escrita y profetizada. El Plan de Dios, su Padre, lo tenía todo previsto, y enviado su Hijo, en Él se va cumpliendo todo lo planeado. Jesús se retira a Cafanaúm y empieza a proclamar el Evangelio del Reino: «Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca».

¿Qué habría sucedido si el Señor no hace los milagros que la gente le pedía? ¿Le hubiesen seguido? Porque sanaba todas las enfermedades y dolencias del pueblo. Ahora comprendemos que era necesario hacerlo. Y que Jesús no lo hacía para presumir de su poder, sino porque era necesario. No le hubiesen hecho caso de no sanar las enfermedades que padecían.

Y hoy nos ocurre lo mismo. Nos acercamos al Señor cuando nos duele algo. Ayer mismo escuchaba en la televisión a un famoso que se acercaba a la fe en momentos críticos de su vida. Mientras la vida vaya bien será difícil escuchar la Palabra de Dios. Porque la Palabra compromete y complica la vida. Sólo la fe descubre que debajo de esa aparente muerte subyace la verdadera felicidad y Vida Eterna.

Y eso es lo que nos dice Jesús. Quién pretenda ganar su vida, ésta que le ha sido dada, la perderá para siempre. Pero, quién la pierda en este mundo, dándose y regalándola a los demás en servicio y entrega, en caridad y amor, la ganará para siempre. 

Ese es el secreto, que Jesús nos desvela con su Vida dándonos testimonio y ejemplo hasta entregar su propia Vida por la salvación de todos.

miércoles, 6 de enero de 2016

TODO ESTABA PROFETIZADO

(Mt 2,1-12)

‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel’». Todo estaba profetizado y así se cumplió. Jesús nació en Belén, una aldea pequeña y sin importancia. Tal y como quiso venir Jesús al mundo. Sin ruidos ni honores, y sin paradero conocido, porque los reyes venidos de Oriente le buscaban según el anuncio de una estrella: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle».

Su nacimiento fue comunicado a los pobres, sencillos y excluidos de la sociedad, los pastores. Pasaban la noche a la intemperie cuidando de sus rebaños. Son los necesitados, los que esperan todo de todo, y están vigilantes y avidos a cualquier noticia. La necesitan, porque buscan salvación.

Otros se mantiene saciados, instalados, cómodos y avidos de placeres, de pasarlo bien, y no necesitan noticias que les importunen. Tienes sus ideas y sus dioses, y no necesitan más. Están satisfechos. Por lo tanto, cualquier noticia que les ponga en peligro, es inoportuna, y trataran de borrarla de su vida. Así le ocurrió a Herodes. La noticia del nacimiento de un nuevo rey le importunó, y sintiéndose en peligro se propuso quitar del medio a ese rey nacido.

Urdió un plan con los Magos, que no le salió como él quería, pues los Magos avisados en sueños de las malas intenciones de Herodes, optarón el regreso por otro lugar diferente. Antes, y siguiendo la estrella, encontraron el lugar donde estaba el Niño, y postrándose ante Él le adoraron, ofreciéndole dones de oro, incienso y mirra.

Siendo sencillo el nacimiento de Jesús, el Señor, no deja de presentar las notas esenciales de la Gloria de ser el Hijo de Dios. Los pastores son anunciados por los ángeles de su nacimiento, y unos Magos, venidos de Oriente, le buscan y le adoran. Jesús es el Hijo de Dios, encarnado, por obra del Espíritu Santo, en el seno de María, y tomada como esposa por José, avisado también en sueños, del Misterio de Dios.

Y nace, haciendo hombre como nosotros, menos en el pecado, para mostrarnos el Camino, por el que debe transcurrir nuestra vida, para alcanzar la salvación que anhelamos y bulle dentro del corazón de cada hombre. Descubramos, pues, el sentido de nuestra vida y preparemos nuestros corazones para que el Hijo de Dios, el Niño de Belén, nazca en nosotros.

martes, 5 de enero de 2016

¿ESTÁS DISPUESTO A BUSCARLO Y CONOCERLO?

(Jn 1,43-51)


En la mayoría de las veces nos encontramos con personas que dicen no creer, pero que tampoco buscan ni se acercan a mirar. Mi pregunta es, ¿cómo se puede no creer cuando no se conoce? Es sabido que lo que no se conoce no se puede amar. Luego, ¿cómo no crees si no sabes nada de Jesús?

Hoy, en el Evangelio, se nos habla de unos discípulos que, llamados por Jesús, se acercan y le conocen. Incluso alguno convencido que de Nazaret no podía salir nada bueno. Lo lógico es, cuando te proponen algo que parece interesante y bueno, conocerlo. Y conocerlo implica acercarte y escuchar. Es el caso de Felipe y de Natanael, que avisado por el primero, se acercan a Jesús.

Y, cercanos ambos, se produce el encuentro y la admiración: Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: varéis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre». No sé cómo será eso que nos ha prometido Jesús, pero, dicho por Él, lo creo profundamente. Su Palabra tiene cumplimiento y será tal y como Él dice. 

Además, si me fío en Felipe, el amigo que alegre y gozoso quiere compartir conmigo el júbilo de haber encontrado a Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, y me lo comunica para que también yo goce de su encuentro. ¿Cómo no voy a creer en la Palabra de Jesús?

Sí, creo en Ti, Señor, que eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, y quiero compartirlo y comunicarlo a todos los hombres y mujeres que busquen la felicidad, el gozo, la paz y la Vida Eterna. Decirles que no la busquen en las cosas de este mundo, sino que te busquen a Ti, porque Tú eres El Camino, la Verdad y la Vida.