(Lc 10,1-9) |
Hay muchas verdades que son reivindicadas y encienden el corazón de toda persona que se precie del buen gusto de querer y amar la verdad. En ese sentido el comunismo es muy válido. En este año, donde se pone énfasis en la Misericordia del Señor, me parece obvio destacar el esfuerzo de todas aquellas personas que verdaderamente han luchado por la justicia, la verdad y la paz. Y, supongo, que en muchos lugares, y desde luego, también en el comunismo, hubo muchos.
Lo que ocurre es que el comunismo se desmarca de Dios, y ese es su fracaso y pecado. La justicia y la verdad llevan implícita la paz, porque sin paz se sembrará más odio y, en consecuencia, guerras. Y sin Dios, excluyes la paz y siembras el odio y la venganza. Y eso se gestó dentro de la revolución de los pobres, que sufrían el yugo y la opresión de aquellos burgueses, ricos instalados en el bienestar del esfuerzo de los pobres y esclavos. Y hoy continúa la lucha. La lucha es justa y buena, pero la respuesta de odio, venganza y guerra no da frutos, sino engendra más guerra y luchas, y originan fascismo y dictaduras. Es el resultado y la experiencia que la vida nos presenta.
Se necesita diálogo, diálogo apoyado en la búsqueda de la verdad, porque en la verdad está la justicia. No puede haber nada verdadero que sea injusto, porque entonces dejaría de ser verdad. Pero una verdad apoyada en la fraternidad, en la comprensión, en la paz y en la misericordia con los más débiles y necesitados. Nunca en la productividad y la eficacia, porque eso nos llevaría a excluir y borrar a los más débiles e indefensos. Y eso, de hacerlo así, que muchos pretenden, deja de ser verdad y justicia.
Jesús, el Señor, no responde al insulto, al rechazo, al aprovechamiento, al poder y la fuerza con la misma arma, sino con el Amor. La Cruz es la respuesta que proclama la victoria del Señor, y su resultado es sembrar la paz. Ante el odio y la venganza, los discípulos de Jesús, como el Maestro, responden con amor, que les devuelve la paz: «En la casa en que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’».
Se necesitan obreros sembradores de amor y de paz. Claro que eso duele porque quedamos a merced del poder y la fuerza, y de la ambición y avaricia de los hombres, pero la fe en el Señor nos fortalecerá y encenderá la esperanza de que, ese camino de Cruz, tendrá la última palabra. En Él todo se ha cumplido.
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