jueves, 21 de enero de 2016

TODOS CONFESAMOS CREER Y SEGUIR AL SEÑOR, ¿PERO DE QUÉ MANERA?

(Mc 3,7-12)


Podemos engañarnos, y, de hecho, lo estamos. Porque, es posible que confesemos nuestra fe en Dios, pero eso es sólo una confesión, que luego hay que refrendar con la vida. Y la realidad no nos dice que eso sea exactamente así.

Ocurre que hay personas que rechazan a Dios, no se andan con vaguedades. No creen en Él y lo rechazan, y organizan su vida según ellos mismo. Otros, dicen creer en Dios, pero lo colocan detrás de ellos, porque son ellos los que dirigen su vida. Dios, aunque confiesan creer, no pinta mucho en su vida. La tercera actitud está en aquellos que creen, ponen a Dios delante, y hasta practican, pero al final siempre hacen lo que ellos piensan y quieren. Dios es un mero espectador honorífico.

Y la cuarta actitud se encuentra en aquellos que confiesan su fe y responden a ella poniendo a Dios en el centro de sus vidas y esforzándose en dejarse dirigir por los impulsos del Espíritu Santo. Caminan haciendo al Señor el director de sus vidas y buscando el camino que el Señor les traza. Y no es fácil, por eso le buscan y tratan de estar a su lado, Eucaristías, penitencia, oración, para encontrar luz que les ilumine y les indique el camino por donde ir.

El Evangelio de hoy nos presenta a un Jesús asediado por el gentío. No le dejaban tranquilo y acudían a Él para que les aliviara y sanara sus enfermedades. Nos dice, incluso, que hasta los espíritus inmundos al verlo se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.

Quizás, Jesús, quiere nuestra cercanía, no por intereses y beneficios de salud y bienestar, sino porque descubramos que Él es el Hijo de Dios, que viene a ofrecernos y comunicarnos la noticia de salvación, locura de amor, de su Padre,

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