(Mc 2,13-17) |
El hombre es un ser en relación, y esa relación le lleva a la comparación. Crecemos al compararnos. Sé que no soy el más alto cuando encuentro otros más altos que yo; distingo lo bueno de lo malo cuando observo que unos hacen cosas que perjudican a otros.
Sin embargo, la comparación debe servirnos sólo para aprender, y no para creernos mejores que los que, comparados con ellos, comprobamos que podemos ser más virtuosos o mejores. Eso sólo debe servirnos para sentirnos agradecidos por la Misericordia de Dios, y disponibles a servir y ser misericordiosos como Él. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y eso significa que estamos llamados a amar y ser misericordiosos, porque Dios es Amor y Misericordia sin posibilidad de irrevocabilidad.
El Evangelio de hoy nos presenta una escena que refleja esa actitud. La invitación a Mateo (Leví) de seguir al Señor suscita en los escribas fariseos envidia y justificación para despacharse a gusto. Se consideran mejores y con derechos a sentarse a la mesa con Jesús, pero consideran indigno a los otros porque son pecadores. ¿No nos ocurrirá a nosotros lo mismo? ¿Qué pasaría si viene Jesús y pasa de largo ante nosotros? ¿Estaríamos de acuerdo con los escribas fariseos?
Posiblemente, sí. Jesús viene a salvar a los que están en peligro y condenados a morir eternamente. No necesitan médicos los sanos, sino los enfermos. Y si nos consideramos enfermos, comprenderemos que también, otros enfermos, puedan tener la posibilidad de salvarse. El problema radica en pensar que sólo nosotros tenemos ese derecho, y que somos superiores a los demás.
En esa actitud, nos creemos sanos y limpios, y, por supuesto, nos alejamos de la Misericordia del Señor. Y nos excluimos de la mesa del Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.