jueves, 11 de septiembre de 2025

AMAR ES LA SOLUCIÓN

Lc 6, 27-38

    Lo había pensado en otras ocasiones: «la solución del mundo es el amor». Cuando somos capaces de amar, los problemas se desvanecen y nacen la paz y la concordia.

     La cara de Pedro reflejaba gozo y alegría, en coherencia con lo que pasaba por su mente. Pero reconocía lo duro que resulta amar a quien te hace daño. No encontraba fuerzas para vivir ese amor ni lo entendía del todo.

    Viendo llegar a Manuel, su inseparable amigo, decidió consultarle la cuestión.

    —Buenos días, amigo. Estaba pensando en lo difícil que es amar al que te hiere. ¿Te parece también duro?
    —Buenos días, Pedro. ¡Claro que sí! A todos nos cuesta. Pero ahí está la clave.
    —¿De qué clave hablas? —preguntó Pedro, sorprendido.
    —De la necesidad del Espíritu Santo. Sin Él, nunca podremos amar como nos ama nuestro Señor. Incluso a los que hacen el mal.
    Pedro frunció el ceño, sin comprender del todo.
    —Mira, a mí me pasa lo mismo. Parece que va contra nuestra naturaleza. Y, sin embargo, así nos ama Dios. Esa es nuestra salvación: un amor que no se rinde ante el mal.
    —Pero, ¿cómo puedo amar al que me hace daño? —dijo Pedro, con voz furiosa.
   —Con la fuerza que el Espíritu Santo te da. En el Evangelio de Lc 6, 27-38 lo dice Jesús: «A ustedes que me escuchan les digo: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen…». Si Él lo pide, es porque, con Él, es posible.
    —Pero… —Intentó replicar Pedro.
   —No hay peros que valgan. Jesús no exige lo imposible. Claro que nos pide renunciar a nosotros mismos, pero ya nos había advertido que ese era el camino.
Pedro bajó la voz, resignado y convencido.
    —Es verdad. Amar así no es fácil.
   —No lo dudes, Pedro. Amar de este modo genera resistencias interiores, pero al vencerlas se abren los corazones y nacen comunidades nuevas. Solo el perdón y el amor pueden romper las espirales de violencia que amenazan la paz y la justicia del mundo.
 
La vida, para asemejarnos más al Padre, consiste en permitir que el amor invada cada rincón de nuestro ser. Un amor que no se limita a familiares y amigos, sino que alcanza a todos, incluso a quienes nos calumnian, maldicen u odian.

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