martes, 9 de febrero de 2016

LA FACILIDAD DE ENGAÑAR O DEMAGOGIA

(Mc 7,1-13)


Distorsionamos con mucha facilidad la realidad, y nos justificamos auto engañándonos. Nos agarramos a las normas y prácticas, y damos con eso por zanjado el tema. Es mucho más fácil dar una limosna, que atender realmente las necesidades del indigente. Y, al mismo tiempo de ser fácil, aparentamos ser buenas personas y fieles cumplidores. Pero la ley no es lo realmente importante, sino el espíritu de la ley.

Porque, ponemos a nuestros padres en una residencia y nos quedamos tan tranquilos y satisfechos. Hemos cumplido con nuestro deber, nos decimos, y nos liberamos de esa responsabilidad y cuidados. Nos fijamos en lo externo, en las leyes y los cumplimientos, pero olvidamos el espíritu, la verdadera intención del corazón y el amor. Es verdad que hay momentos, situaciones y circunstancias que nos obligan a delegar los cuidados de nuestros padres en residencias u otras asistencias, y, posiblemente sea lo mejor, pero eso no nos exime de estar atentos y pendientes de ellos.

Podemos dedicar mucho tiempo, de nuestro tiempo, a estar con ellos. Podemos hacerle compañía y oírle con paciencia de escucha; podemos compartir sus inquietudes, su vejez, sus últimos momentos y estar a su lado. No se trata de cumplir lo exigido, sino de vivir la misma vida que ellos han dado por nosotros. Porque si no somos capaces de responder a ese amor y vida que ellos nos han dado, ¿cómo seremos agradecidos y con la respuesta que nuestro Padre Dios espera de nosotros?

Las leyes escritas son obras de hombres, porque la Ley de Dios está inscrita y sellada en nuestros corazones. No podemos, con las leyes de los hombres, sustituir la ley de Dios, dejando su Voluntad por la voluntad de las leyes humanas. Leyes humanas imperfectas, viciadas por la debilidad humana que miran más sus intereses egoístas que el lado fraterno del amor. 

Nos gustan recetas y normas que den un detallado cumplimiento de la ley, que duerman nuestra conciencia y, aparentemente nos presentan como buenos cumplidores, y nos libran del verdadero amor del compartir, del permanecer al lado del que sufre, llora y necesita nuestra compañía, no nuestro dinero o cumplimiento.

Quizás sea esa hoy nuestra verdadera plegaria, para que el Señor nos dé la Gracia de vencernos y darnos tal y como nos enseña Él. Porque hemos sido creados a su imagen y semejanza.

lunes, 8 de febrero de 2016

HOY ESTAMO MÁS CERCA

(Mc 6,53-56)

El Señor está con los brazos abiertos y a disposición nuestra. Sólo tienes que atravesar la puerta de una capilla de adoración perpetua, o iglesia y visitarlo en el Sagrario. Jesús está allí presente de forma espiritual bajo la especie de pan. Él se da  para convertirse en nuestro alimento y fortalecernos en el espíritu para vencer y liberarnos de la esclavitud del pecado.

Quizás ayer lo teníamos más difícil. Había que buscarlo, y aunque nos parecía estar más cerca porque está presente como Hombre en su Naturaleza Humana, no era fácil seguirle por los caminos y saber donde estaba. El Evangelio nos dice que dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que les dejara tocar la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.

Sin embargo, hoy está al alcance de nuestra mano. Podemos tocarlo en la Eucaristía, bajo la especie de Pan, y entrar en contacto con Él alimentándonos con su Cuerpo espiritualmente. Y ser curados de la esclavitud corporal de nuestro cuerpo, de sus apetencias y su humanidad pecadora. El Señor puede transformarnos y convertir nuestro corazón apegado y débil, en un corazón despegado, libre y entregado al servicio de los demás. Un corazón amoroso esforzado en amar al estilo y semejanza de Jesús.

Buscar al Señor para ser curado, hoy está más al alcance que ayer, porque Jesús se ha quedado entre nosotros para que le toquemos y, creyendo en Él, seamos curado de nuestros egoísmos individual y capaces de vivir en fraternidad y desprendimiento. Ese es nuestro reto, y podemos conseguirlo permaneciendo junto al Señor y creyendo en Él. 

Y lo hacemos si tratamos de vivir según su Palabra y permanecemos junto a Él, para, alimentándonos de su Cuerpo y su Sangre, dejarnos convertir y curar de nuestras heridas egoístas.

domingo, 7 de febrero de 2016

EL PODER DEL SEÑOR

(Lc 5,1-11)


La Palabra de Jesús atrae, entusiasma y siembra deseos de escucharle. Jesús atrae multitudes y en el Evangelio de hoy pide a Pedro que retire un poco la barca para, subida en ella, predicar y enseñar a la gente, que se agolpaba en torno a Él. La Palabra del Señor gusta de ser oída y la muchedumbre se agolpa junto a Él para escucharle.

Sucede que cuando Jesús acabó de hablar, dice a Pedro: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. 

En tu Palabra echaré las redes. Quizás esa sea la lección que debemos guardar en nuestro corazón. Pedro estaba cansado de pescar toda la noche, y sin resultados. Igual nos ocurre a nosotros. Estamos cansados de la lucha de cada día sin resultados. A la menor debilidad tropezamos y caemos en las redes del pecado. Por otro lado, nos cansamos de proclamar y experimentamos que no damos la talla, o que no conseguimos ni un pez que entre en nuestra red. ¿Qué hacer, y qué camino tomar?

La pesca milagros nos despierta y nos levanta nuestra mirada: Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

También nosotros nos sorprendemos y quedamos asombrados. Pero, el Señor nos calma porque Él sabe quienes somos y ha venido precisamente para salvarnos y liberarnos del pecado. La pesca milagrosa nos despierta y nos dice que todo depende del Señor. Sin Él no pescaremos, y, por eso, no debemos desesperar por nuestro aparente fracaso, tanto en lo que se refiere a nuestro lucha propia, sino también en cuanto a los resultados de nuestra evangelización. El Señor está con nosotros, y si creemos en su Palabra, como Pedro, la pesca será abundante cuando el Señor lo crea oportuno.

Porque el hombre busca realmente el alimento que Jesús proclama, el Pan de Vida Eterna que nos regala el gozo y la plenitud junto a su lado.

sábado, 6 de febrero de 2016

DESCANSAR PARA TRABAJAR

Mc 6, 30-34


El esfuerzo supone y exige descanso. Pero no un descanso cualquiera, ni de cualquier forma, porque muchas veces descansamos cansándonos más. Me explico: tomamos vacaciones con la intención de descansar, pero resulta que nos cansamos más al vivir unos días intensos de fiestas, visitas y viajes, y eso da como resultados cansancio y agotamiento.

Pero lo peor es que nos descentramos y desorientamos saliendo de nuestro entorno fundamental en cuanto al Señor se refiere, y alejándonos de su presencia. Sin darnos cuenta, nuestro descanso nos desubica y nos aleja del Señor, buscando el relax y el relajamiento en y con las cosas del mundo, que, no siendo malas, si pueden distraernos y acomodarnos durmiendo nuestra relación con el Señor.

El mundo puede convertirse en un peligro con sus ofertas tentadoras y persuasivas, porque no nos hablan de Jesús, sino que nos ofrecen vivir nuestra propia vida, placentera y cómoda, sin preocuparnos de los demás, y sólo poniendo el énfasis en tu propio bienestar. Ganar la vida de este mundo, desprende la consecuencia de perder la verdadera y eterna del otro.

El Evangelio de hoy nos enseña y descubre como Jesús invita a los apóstoles a retirarse a descansar a un lugar tranquilo y solitario, en su presencia. El descanso es necesario, pero nunca lejos del Señor. Porque en Él encontramos la paz que buscamos y que nos repone nuestras fuerzas, esperanzas y nos conforta para de nuevo emprender la lucha. Se hace necesario descansar del ajetreo de la lucha diaria, pero con un descanso centrado en el Señor. Apoyado y confiado en su presencia y abandonado a su Bondad y Misericordia.

No nos dejemos influir por las ofertas del mundo y el descanso, apoyados en fiestas, juergas, alcohol y excesos que desembocan en pérdida de nuestra identidad y alejamiento de Dios. El verdadero gozo y alegría no está en las fiestas y descansos según el mundo, sino en apoyarnos en el verdadero gozo del Espíritu de Dios.

viernes, 5 de febrero de 2016

JESÚS NO PASA DESAPERCIBIDO

Mc 6, 14-29

Jesús no es un cualquiera ni pasa desapercibido. Su fama es notoria, y cuando alguien tiene fama debe ser por alguna causa. En el caso de Jesús se debe a la autoridad con la que habla y a sus muchas curaciones y milagros. Sin embargo, nadie sabe quién es o de donde viene. Muchos creen que es Juan el Bautista resucitado; otros que Elías, y otros, algún nuevo profeta.

La pregunta está en tu cabeza: Y tú, ¿quién crees que es Jesús? Porque eso es lo importante y lo que dará respuesta a tu vivir y actitudes. Sabemos que le había ocurrido a Juan Bautista por actuar en verdad y denunciar al rey Herodes su casamiento con Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Herodes lo había decapitado a manos de un verdugo.

Jesús se hace notar, y eso debe apercibirnos de que estamos delante de Alguien muy importante. Alguien que despierta inquietud en la gente que le oye y escucha sus palabras, o que son curadas por Él. Jesús no pasa desapercibido y nos invita al arrepentimiento, a la conversión y a creer en Él. Por lo tanto, fuera de todos esos acontecimientos, lo que queda es nuestra decisión y discernimiento. ¿Es Jesús un nuevo profeta, Elías o Juan Bautista?

Fuera de toda duda, Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías esperado, porque los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son curados y los muertos resucitan. Jesús viene, enviado por el Padre, a rescatarnos y a salvarnos del pecado. Es el anunciado por Juan Bautista, y por el que él da su vida anunciando la Verdad y la Justicia.

También nosotros estamos llamados a proclamar esa verdad, sin tapujos, sin oscuridades, sin miedos. Dispuestos a dar nuestras vidas por proclamar el Reino de Dios. Y es que cuando conocemos al Señor, no podemos defraudarle sino seguirle y esforzarnos en parecernos a Él.

jueves, 4 de febrero de 2016

ENVIADOS A EVANGELIZAR

(Mc 6,7-13)


No vamos a evangelizar por nuestra cuenta o decisión. Somos enviados a evangelizar por el Señor: En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Eso supone que nosotros, por nuestro Bautismo, también somos enviados por la Iglesia a cumplir con el mandato del Señor. Cada cual en el lugar que ha sido colocado y en el ambiente en el que se mueve.

Y no vamos de cualquier manera, sino auxiliados por el Espíritu Santo que nos acompaña y nos asiste. Eso nos conforta y nos da seguridad. Y pone en nuestra boca las palabras que necesitamos para proclamar el Evangelio. Es posible que todos no estén destinados a evangelizar de la misma forma, pero sí que todos estamos llamados a evangelizar. Cada uno con sus dones, talentos y circunstancias, pues la mies es mucha, y se necesita muchos obreros para atenderla y de diversas formas.

La escuela, el hospital, la parroquia, el trabajo profesional, el tiempo de ocio, el deporte, la familia, la cárcel, la política...etc., son campos y circunstancias donde podemos proclamar el Evangelio con el servicio de nuestra propia vida, actuando como todos esperan de nosotros. La verdadera evangelización se hace con la vivencia propia de la vida, y cuando sea necesario, también con la palabra.

Quizás estemos ciegos y no apreciemos la alegría, la esperanza y las renovadas ganas de vivir que damos cuando compartimos nuestra fe. ¿No es eso curar? ¿No es eso expulsar demonios? ¿Cuántas personas se han levantado y renovado su vida al oír una palabra o observar un buen testimonio? El Espíritu de Dios va con nosotros y nos ilumina, nos da poder para expulsar demonios y curar enfermedades, porque es Palabra de Dios. Y se realiza en todos aquellos que, abandonados a su Espíritu, abren su corazón y se ponen en sus Manos.

Es posible que no ocurra como nosotros deseamos, pero testimonios no faltan de muchos que, de repente experimenta un impulso en su interior que le hace volver de nuevos a la vida y a la esperanza de que estamos llamados a la eternidad.

miércoles, 3 de febrero de 2016

UNA FE DESCAFEINADA

(Mc 6,1-6)

Nuestra fe no debe ser mucha, porque nos cuesta creer en Jesús. Es verdad que decimos que creemos, pero luego nuestra vida no refleja claramente esa fe. Posiblemente, no somos capaces de cambiar el mundo o superar las leyes naturales, porque nuestra fe es débil. Jesús nos ha dicho que si tuviéramos la fe de un grano de mostaza, moveríamos montañas. Luego, ¿quién falla? ¿La Palabra de Jesús o nosotros?

Está claro, somos nosotros, hombres de poca fe, los que no terminamos de creer en Jesús. Al menos lo suficiente y necesario para transformar nuestras vidas y transmitir el Evangelio. Las situaciones se repiten, y también, en su tiempo, Jesús vivió esa experiencia. Sus propios paisanos no le creyeron, y, por eso, no pudo hacer ningún milagro en su propio pueblo, a excepción de algunos enfermos a los impuso las manos.

Jesús se extraña de esa desconfianza y falta de fe. Ocurre también en nuestro tiempo que no nos dejan ni hablar, y cuesta mucho mover las ideas y sacarlas de las cabezas. El orgullo y la soberbia se encargan de evitar cambios y transformaciones, pero también la falta de fe. Creer en Jesús es fiarse de Él, a pesar de que las cosas en mi vida no mejores, ni el panorama se aclare.

¿Acaso Él l tuvo favorable y fácil? ¿Fue bien recibido y atendido, o criticado e insultado? Hasta el momento de su Muerte, Jesús había sido abandonado por todos, a excepción de su Madre, el apóstol Juan y algunas mujeres. Su fracaso aparente estaba presente. Todos se marcharon o escondieron, precisamente porque les faltaba la fe. ¿Qué hubiéramos hecho nosotros? Seguramente lo mismo. La fe brillaba por su ausencia. Sólo María se mantuvo firme al pie de la Cruz.

No nos debe extrañar que nuestra fe sea incipiente y débil. No nos debe extrañar que Jesús se retire al ver nuestra apatía, inmovilismo y desinterés. Nos toca a nosotros mover ficha y abrirle nuestro corazón a Jesús. La fe es reto y riesgo, porque es creer en alguien que no parece que nos arregla los problemas de la vida, pero que nos da la esperanza de vivir plenamente feliz y eternamente.

Y esa es la cuestión. Él venció a la muerte, y nos promete que quién crea en Él, también la vencerá. Ahí está el dilema, creer o no creer. O simplemente, creerlo a media. Y dependiendo de eso, tu vida será más o menos entregada, comprometida o acomodada.