sábado, 4 de febrero de 2017

PERDIDOS EN EL CAMINO

(Mc 6,30-34)
Es bueno, de vez en cuando, perderse en el camino. Perderse con la intención de descansar y, tranquilos y en paz, reflexionar. La reflexión es la luz que alumbra el camino y lo pone en orden. Pero, siempre y cuando el indicador y guía sea la Luz del Espíritu Santo.

Lo que ocurría en tiempo de Jesús puede estar pasando también hoy. La gente anda perdida y sin brújula. Necesitan orientación y mucha luz. Quizás tú y yo, en nombre y por la Gracia del Señor, podemos ayudar. Claro, para eso, primero tenemos que orientarnos nosotros, para luego orientar a los demás. Y, no cabe ninguna duda que, la brújula, en la que buscamos orientación es el Espíritu Santo. Lo hemos recibido en nuestro Bautismo y ha venido para alumbrarnos a seguir los pasos de Jesús, el Señor que nos guía y nos salva.

Sólo, desde esa unión con Él podemos también nosotros ser luz para los demás y ayudar a, encontrándonos, a que también los demás puedan encontrar el camino que lleva al Señor, y por Él, a la Vida Eterna junto al Padre. Y eso nos exigirá mucho trasiego y fatigas. Hoy es uno de esos días que poco he descansado. Los compromisos familiares y los espirituales a veces se encuentran y producen estrés y desasosiego. Son las 22 horas y veinte minutos y estoy escribiendo las reflexiones de mañana. Todavía quedan cosas que hacer de este día. Acabo de llegar de la catequesis de Bautismo, y el cansancio empieza a hace mella. 

Experimento el Evangelio de hoy y adviertes que no podemos hacer todo lo que nos gustaría. Se hace realidad la falta de obreros y lo extenso de la mies. Pero, también se experimenta gozo y la satisfacción del deber cumplido, de darte gratuitamente por hacer el bien y abrir camino para que los demás puedan caminar. Y todo por la Gracia de Dios, que experimenta te llena de sabiduría y te da fuerza para seguir adelante.

viernes, 3 de febrero de 2017

LA FAMA NOS INTRANQUILIZA

(Mc 6,14-29)
Cuando alguien adquiere fama suele ocurrir que genera envidia. Sobre todo en aquellos que ven en peligro su situación o se sienten perjudicados por su presencia. O simplemente por propia vanidad. Somos inclinados a no alegrarnos con los éxitos de otros. Pero, el caso que nos ocupa es el del rey Herodes. Llega a pensar que ese Jesús del que tanto se habla es el espíritu de Juan resucitado. Ese Juan que él mismo había mandado matar por su promesa a la hija de la mujer de su hermano Filipo, Herodías.

Sabemos la historia, pero lo importante es aplicarla a nuestra vida. También nosotros podemos matar a otras personas con nuestra lengua y murmuraciones. Cuántos criticamos y desnudamos a otras personas de su honor con falsos testimonios y mentiras. Se dice; se rumorea. Pero, al final no se sabe nada. Todo queda en un a lo mejor; posiblemente. Tenemos que saber distinguir donde y en qué nos tenemos que comprometer o ser consecuente con nuestra palabra.

Porque no se puede cumplir una promesa haciendo un mal. Nunca se puede satisfacer algo prometido cuando lo pedido y solicitado va y atenta contra el honor y la dignidad de la persona. ¡Y menos aún cuando se trata de la vida! Pero esas cosas ocurren cuando anteponemos nuestro prestigio y nuestra soberbia a la verdad, a la justicia y al sentido común. Y cuando no valoramos la vida de las demás personas.

Hoy también ocurre con muchos niños asesinados en el vientre de sus madres. Porque priorizan sus intereses, ya sean económicos, profesionales, de comodidad o de satisfacer sus pasiones y apetencias. Se mata a la criatura, porque, ¿cómo voy yo a perder mi vida? ¿Qué le digo a mi jefe, o qué hago con mi profesión? Hay muchos Herodes en el mundo y conviene mirar para adentro y reflexionar, porque también muchos católicos somos cómplices con nuestros votos a permitir el aborto.

Pidamos luz, fortaleza, sabiduría y voluntad para poner delante de todo, la vida y los valores de la justicia, la verdad y la dignidad de la persona humana.

jueves, 2 de febrero de 2017

PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO

(Lc 2,22-40)
También nosotros hemos sido presentados. Por un lado han dado justificación en el juzgado de lo civil de tu nacimiento. Y también hemos sido registrado y empadronado en el Ayuntamiento de nuestro pueblo o ciudad. Son los tramites que la ley exige y prescribe.

Pero, también, si nuestro padres son cristianos creyentes, nos han bautizado en la Iglesia. Para ello solicitan el Bautismo y nos presenta a la comunidad de la Iglesia. Jesús también, como cualquier hijo de Israel, fue presentado en el Templo de Jerusalén, según la Ley de Moisés, para su consagración al Señor. 

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. 

Si observamos las palabras de Simeón, advertimos como describe la misión de Jesús. Como canta la salvación que Dios ha ofrecido a su pueblo enviando al Mesías, al salvador y redentor. Proclama que sus ojos han visto ya al Salvador al contemplar a aquel Niño. ¿No es esto una prueba más que suficiente para todos aquellos que quieren pruebas? ¿Es qué están ciegos?

Y continúan Simeón diciendo que es la salvación que ha preparado el Señor a la vista de todos los pueblos. Luz para iluminar a los gentiles y gloria de Israel. Somos nosotros los destinatarios de esa salvación. Ahora, ¿abrimos nuestros ojos para que esa Luz nos ilumine? O dicho de otro modo, ¿nos dejamos iluminar por esa Palabra que nos salva y nos señala el camino de salvación? Será cuestión de reflexionarlo y meditarlo. Pero también de pedirlo y abrirnos a la Gracia del Espíritu Santo.

miércoles, 1 de febrero de 2017

¿PROFETA EN TU PUEBLO?

(Mc 6,1-6)
Se hace difícil ser reconocido en su propio pueblo o ciudad. Allí, donde te conocen tus méritos no son valorados. Serás siempre el hijo de fulano o mengano, y tu labor será criticada. Más, sobre todo, si eres un hijo de un carpintero y de María, una mujer sencilla y humilde. Y es que la convivencia desnuda tu vida y los que la conocen no la valoran. 

A pesar de tus milagros y sorprenderse por lo que dices y haces, remitirán siempre sus criticas a tus orígenes y, en base a ella, no serás escuchado ni valorado. Por eso, dice Jesús: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio».

Jesús mismo lo sufrió, y tuvo que alejarse de su pueblo para ser reconocido y valorado. Allí siempre sería el hijo del carpintero y de María. Y a pesar de admirarse de las cosas que hacía, no podían olvidar que allí estaba su familia y parientes. Luego, ¿de dónde le viene este poder? Indudablemente, nadie es profeta en su tierra. Esa experiencia la vivimos todos y nos sucede a todos en nuestras propias familias. Incluso, muchos santos son criticados y rechazados en sus mismos ambientes.

Se intensifica más ese rechazo cuando esas personas destacan en sus trabajos o carreras. Reconocemos las criticas que hacemos a nuestros vecinos y amigos. Nos cuesta reconocer la labor de otro. Sobre todo cuando progresa. Es como un virus que tenemos dentro que nos sienta mal lo que de bueno y mejor tienen otros. Incluso, sucede dentro de la misma Iglesia. Es un veneno mortal la crítica que genera la envidia, la venganza y hasta la honra. Y se murmura y mata con la lengua para poner en tela de juicio la buena labor de otros.

Jesús sufrió ese escarnio con el que intentaron mermar su autoridad alegando que conocían su origen: Un joven, hijo de un carpintero y una humilde María. ¿No nos ocurre a nosotros lo mismo? Quizás tenga razón el Papa Francisco cuando llama terroristas a aquellos que murmuran, critican y extienden infundios. Tratemos de darnos cuenta y reconocer el valor de las personas sean de donde sean y pertenezcan a las familias que pertenezcan. Pues el Espíritu de Dios sopla donde quiere.

martes, 31 de enero de 2017

ES CUESTIÓN DE FE

(Mc 5,21-43)
¿Tú crees que también tocando al Señor puedes curarte? ¿Piensas que Él ya no está aquí para que le puedas tocar? Te equivocas, pues está más cerca que antes, y disponible en cualquier momento, a tu horario y tus posibilidades. No tienes que ir detrás de Él como aquella mujer. Lo tienes en el Sagrario. Allí te espera, y allí puedes tocarlo con tu corazón, cara a cara. Habla y cuéntale todos tus problemas.

Te escucha y te siente cercano, como ocurrió con aquella mujer con flujos de sangre. Y sólo te pide fe. Fe a ti y a mí. Nos pide que creamos en Él. Él todo lo puede y, ante el asombre de los que están presente, aquella mujer se cura de su flujo de sangre, y la hija de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, a pesar de que ha recibido la noticia de que su hija ha muerto, Jesús, que ha oído esa noticia, le calma y le dice que no temas, solamente ten fe.

Esas palabras no son sólo para Jairo, sino también para ti y para mí. "No temas, solamente ten fe". Eso es lo que nos pide el Señor. Tener fe en Él. Porque, Él nos salva y nos perdona todas nuestras faltas; porque Él está entre nosotros para darnos su Misericordia y para fortalecernos. En Él podemos hacer maravillas y hasta curaciones, pero sólo para su Gloria. Por eso, conviene mantenerse en el anonimato y no pregonarlo, porque la fe necesita abandono y confianza en aquel en que se cree. Se nos ha dado libertad y la libertad exige compromiso. Amar es un compromiso, porque amar cuando todo es hermoso y bueno es de sentido común, pero cuando la vida se complica y hay problemas, amar es sinónimo de fe. Hay que fiarse y apostar.

Así nos quiere Jesús, entregado y confiados a su Amor. Él nos ama con un Amor comprometido y perseverante. No nos abandona ni en los momentos que nosotros le rechazamos. La lección de su Amor es clara y transparente. Ha dado su Vida por nosotros. Creamos en Él y veremos maravillas en nuestra vida. Jesús, el Señor, no nos miente y cumple siempre su Palabra. Tengamos fe y paciencia, porque sus planes no son nuestros planes.

lunes, 30 de enero de 2017

CUANDO PRIMA LO ECONÓMICO

(Mc 5,1-20)
Estamos manchados y heridos por el pecado. No encontramos salidas a nuestras miserias y, atormentados, desesperamos y buscamos la muerte. Sólo la fe y confianza en la Misericordia del Señor puede darnos la paz que necesitamos para alcanzar nuestra liberación. Jesús nos libera de todo aquello que nos somete y esclaviza.

Hoy, el Evangelio nos habla de un endemoniado al que nadie podía sujetar. Encontrándose con Jesús es liberados de los espíritus inmundos que le atormentaban, y son expulsados a una piara de cerdos que pacían por allí, que se precipita acantilado abajo al mar, muriendo todos los cerdos ahogados.

La cuestión es la siguiente: Los presentes quedan impactados por lo que ven, pero dolidos por la riqueza material y económica que han perdido con la muerte de los cerdos. Les interesan más la pérdida económica que les supone la muerte de los cerdos, que la liberación del hombre endemoniado. Priman los intereses económicos ante los de las personas.

Las consecuencias son que Jesús les molesta y le piden que se vaya. ¿No nos recuerda esa forma de proceder a algo que también sucede ahora en nuestro tiempo? ¿No se parece esa actuación a muchas que ocurren también ahora? El hombre busca la felicidad, pero la busca en el poder económico. Y se equivoca. Así ocurre que pasa toda su vida buscándola donde no la puede encontrar.

Y eso se repite constantemente en nuestro tiempo de hoy. El hombre valora mucho más sus intereses económicos que el tiempo dedicado a la reflexión, al encuentro con el Señor y al servicio a los que lo necesitan. Desesperamos por la pérdida de nuestros intereses materiales, pero no tanto por el sufrimiento de aquellos que carecen de todo y pasan hambre y sed.

Tratemos de pensar un poco más en eso, en mitigar los sufrimientos de los que no tienen que comer o padecen el sufrimiento de las guerras y de la falta de paz.

domingo, 29 de enero de 2017

LA FELICIDAD, TEMA SIEMPRE DE MODA

(Mt 5,1-12)
El hombre no puede escapar a la felicidad, porque eso es lo que busca y lo que persigue desde que toma conciencia como ser humano. Incluso, desde su nacimiento llora cuando no es feliz. Busca estar bien, a gusto, satisfecho. Y busca estar divertido, entretenido. En una palabra, tú y yo buscamos la felicidad. Ese es el tema de nuestra vida que siempre nos persigue.

Y ese deseo profundo que busca el hombre, la felicidad, es de lo que habla Jesús, el Señor, hoy en el Evangelio. Las Bienaventuranzas no son sino esos caminos hacia la felicidad que el Señor descubre y propone para que el hombre la encuentre. Nada mejor que su nombre: "Bienaventurados" aquellos que sepan recorrer su vida por esos caminos bienaventurados, valga la redundancia.

Porque, bienaventurados serán los pobres. Pobres de espíritu que saben que la vida no se apoya en las cosas materiales, pues son caducas; pobres que descubren que la vida es para compartirla y enriquecerla en el servicio a los demás; pobres que se identifican con el dolor y el sufrimiento de los demás. Pobres, en definitiva, que viven en el desprendimiento de todo aquello que le pueda separar del Camino, la Verdad y la Vida.

Porque, bienaventurados serán los humildes, que entienden que ser humilde no es humillarse, ni tampoco someterse ni acobardarse. Ni experimentarse superior y de más valía que otros. Ser humilde es reconocer que no podemos ser como Dios y que de Él venimos y a Él iremos. Humildes para, sabiéndonos sus criaturas, ponernos en sus Manos.

Y, bienaventurados aquellos que saben ser fieles y perseverantes a su Palabra. Bienaventurados los que, a pesar de las tribulaciones, los problemas, las adversidades, el camino contra corriente y todo tipo de obstáculo, son dóciles a su Palabra y permanecen fieles a su Voluntad. Busquemos esa felicidad que vive y arde dentro de nosotros, porque Dios la ha sembrado, y sigámosle.