martes, 24 de octubre de 2017

VIVIENDO EXPECTANTES A TU LLEGADA

Lc 12,35-38
Lo verdaderamente importante en la vida eres Tú, Señor, y, para mí, lo más grande que puedo hacer es estar atento a tu venida, que será el día de mi hora final en este mundo. Ni que decir tiene que será el día más glorioso de mi vida. ¡Qué dicha esperar así la hora de la muerte!

Sí, sé ciertamente que eso pocos lo entienden, y que me tacharán de loco, incluso en mi propia familia. La gente está atenta a las cosas del mundo, un mundo caduco que desaparecerá. No significa esto que, mientras estemos aquí abajo, no tengamos que estar pendiente, luchar y trabajar por las cosas de este mundo. Sobre todo tratar de mejorarlo, pero otra cosa diferente es estar pendiente de él como si nos fuera la vida en ello.

Quien importa es el Señor y Él es lo primero, porque de Él depende todo lo que está y no está contenido en el mundo. Precisamente, nuestro principal y verdadero mundo empieza cuando le abramos la puerta de nuestra vida a Él. Y eso ocurrirá en el momento final de nuestra vida en este mundo. Entramos en el otro, y eso dependerá mucho de cómo hayamos gastados nuestro tiempo y de cómo lo hayamos empleado. Nadie podrá abrir la puerta por ti. Estás solo ante Él, y sólo a Él rendirás el empleo de tu tiempo y de tu amor.

¡Que importante será estar preparado y vigilante! Y eso significa estar atento a su Palabra y al esfuerzo de cada día por vivirla. Vamos deprisa el encuentro con Él. Nuestra vida corre velozmente y su recorrido por este mundo se acaba. Llega la hora de empezar el verdadero tiempo eterno de nuestra verdadera vida, y eso dependerá mucho de cómo hayamos gastado nuestro tiempo. Y, para gastarlo bien, necesitamos estar pendiente del Señor, de su Palabra y de la acción del Espíritu Santo en nosotros.

Estar atento es vivir pendiente de la puerta, de esa puerta de nuestro corazón entregado al Señor y vigilar para estar preparado para cuando nos llame. Y nos preparamos tratando de vivir cada instante en el esfuerzo de amar entregando la vida en beneficio del bien, la verdad y la justicia.

lunes, 23 de octubre de 2017

LA AMBICIÓN ROMPE EL SACO

Lc 12,13-21
La sabiduría popular es, valga la redundancia, sabia y acierta con sus refranes y sentencias. La ambición rompe el saco es una sentencia cierta, y la experiencia e historia de la vida nos lo corrobora en cada momento. Seguramente, ahora en muchas partes del mundo hay bastantes familias enfrentadas por el reparto de la herencia que han recibido. Pero, no sólo familias, sino también empresas, pueblos y naciones.

La ambición rompe el saco y el hombre se disputa y arriesga su vida por bienes materiales que no le llevan a ninguna parte. Porque, cuando más fuerte y poderoso se cree, todo se acaba en un instante. Luchamos hasta el punto de enfrentarnos por bienes caducos que, tan pronto como los poseemos desaparecen. La parábola que Jesús nos pone hoy nos lo aclara meridianamente: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?’. Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis...

Sabemos, si leemos la parábola, como termina. Posiblemente la conocemos, pero, la pregunta es, ¿nos la aplicamos? Porque, de nada nos vale conocerla si luego no tratamos de aplicarla a nuestra vida. Nuestra vida, como también todo lo que poseemos no nos pertenece. Si lo tenemos es para compartirlo en función de las necesidades. Ese desprendimiento nos ayudará a amar, porque el amor es darse, y darse consiste en desprenderse en favor de los demás.

Tengamos en cuenta que nuestra vida depende de un hilo. Un hilo que puede cortarse en cualquier momento, y conviene estar agarrado al verdadero hilo que nos sostiene. Ese hilo que nos une con Dios y nos salva de quedar desligado de su Misericordia y quedar precipitado a la condenación eterna. Sólo vale una cosa, y es aquella que pone todo en orden a enriquecernos de Dios. Porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida. 

domingo, 22 de octubre de 2017

A CADA CUAL LO SUYO

Mt 22,15-21
Hay muchas malas intenciones que esconden trampas para descubrir y dejar en evidencias a otros. Sobre todo cuando ese otro dice cosas que molestan y delatan a aquellos que actúan mal intencionadamente. Es el caso que nos ocupa hoy. El Evangelio describe como los fariseos quisieron sorprender a Jesús y tratan de ponerlo en un aprieto.

«Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas. Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?».

La pregunta tiene miga y trampa. Si se admite que no es lícito, consiguen lo que se han propuesto, es decir, poner a Jesús contra el Cesar; si contesta que es lícito, quedan satisfechos al conseguir lo que se proponían. Es una situación difícil y la han pensado muy bien. Pero no se imaginan la respuesta con la que les responde Jesús. Si la moneda lleva la imagen del Cesar, darle lo que le corresponde, y a Dios lo que es de Dios. Todo en su sitio.

Y es que en la vida debemos ser justo y cumplir con nuestras obligaciones y nuestras leyes. Hay unas leyes y tributos que debemos cumplir, pero Dios está por encima de todo y es Él precisamente quien nos invita a ser justos y honrados. Porque, dar a Dios lo que es de Dios es y significa que debemos ser responsables, solidarios, honrados y justos con todas nuestras obligaciones y compromisos.

Y tenemos un gran compromiso desde el día de nuestro Bautismo. Un compromiso de amar. Amar a Dios por encima de todo y al prójimo como Jesús nos enseña a amar. Y es eso lo que debemos de dar a Dios, porque eso es lo que nos pide y lo que quiere que hagamos para darnos y llevarnos a la Gloria Eterna.

sábado, 21 de octubre de 2017

APOYADOS EN EL SEÑOR

Lc 12,8-12
Sería absurdo emprender el camino contra corriente sin la seguridad y protección del Señor. El camino de seguimiento al Señor es un camino duro y lleno de obstáculos. Nos lo ha dicho Él desde el principio y su Vida así nos lo ha demostrado. Sólo describir su Pasión deja todo muy claro. 

Nosotros, los que creemos en Él y queremos seguirle debemos emprender el mismo camino, y no lo lograremos sin Él. Nuestras fuerzas, limitadas y débiles, heridas por el pecado, sucumben ante la seducción que el mundo nos presenta. Necesitamos la fuerza del Espíritu Santo para salir victorioso de esa prueba, porque con Él seremos invencibles.

Hoy, el Evangelio, nos habla del compromiso de Jesús con todos aquellos que se declaren a favor de Él, y que arriesguen sus vidas por defenderle:  En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo: Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios».  Y eso significa que no estamos solos. Nos lo ha dicho muchas veces, pero hoy da la cara por nosotros. Sabernos defendidos por el Señor es algo que nos da mucha alegría y nos llena de fuerza y poder para continuar entregándonos sin condiciones en la medida de nuestras posibilidades.

Es gozoso sentirte defendido por Jesús. Su Palabra y su presencia nos llena de su Gracia y nos fortalece para emprender la misión encomendada. Pero, también nos advierte de lo contrario. Si miramos a otro lugar, si, obedeciendo a nuestros miedos y temores, deponemos nuestra lucha y abdicamos ante las seducciones que el mundo nos ofrece, estamos perdidos. Nos quedaremos sin defensa del Señor y a merced del príncipe del mundo.

También nos aclara que el pecado contra el Espíritu Santo no será perdonado, porque sin Él no podremos salvarnos. Y es que no dejarle entrar en nuestros corazones significa rechazarle y ponernos en manos del mundo. Sería renunciar a la fuerza que nos ayuda a la lucha de cada día contra el mal. Esa fuerza que recibimos en el día de nuestro Bautismo.

viernes, 20 de octubre de 2017

HAMBRIENTOS DE LA PALABRA DE JESÚS

Lc 12,1-7
Realmente, ¿nos pisamos unos a otros ante el ansia e interés por oír la Palabra de Jesús? Es decir, ¿estamos inquietos y deseosos de oír su Palabra? Porque, ese signo externo, nuestra inquietud, descubre nuestras necesidades por escucharle y descubrir el camino para seguirle y recibir su salvación. Es posible que muchas veces no sintamos ganas de escucharle, pero no confundamos el deseo y las ganas con la necesidad de salvación que está en el Señor.

Porque, sólo escuchándole estamos en el camino de salvarnos. Y escucharle con un corazón abierto, sincero, puro, verdadero y sin segundas intenciones. Todo nuestro sentir y obrar debe ser transparente, sin oscuridades y tapujos. Presentarnos como somos, con deseos o sin deseos; con ganas o sin ganas, sin olvidar que es el Señor quien convierte y quien despierta en nosotros las ganas y deseos. 

Él ha sembrado en nosotros la semilla de la verdad y el deseo de salvación. Nuestros frutos son el amor y la verdad. Lo experimentamos cuando hablamos con alguien, sus palabras quieres expresar lo bueno de su conducta y desnudan sus buenos sentimientos y acciones. Todos queremos presentarnos dignos, honrados y justos. Todos experimentamos los deseos bien intencionadas de ser buenas personas de acuerdo con la verdad y la justicia. Pero, el problema empieza cuando escondemos nuestra hipocresía y engañamos autoengañándonos primero nosotros.

El Señor lanza palabras muy duras contra esos hipócritas que, aparentando, tergiversan la realidad y engañan con sus demagogias y bien construidas mentiras. Porque predican una cosa y hacen otra. ¡Cuidado, nos advierte el Señor! No tengamos miedo a esos que solo pueden matar el cuerpo, porque no pasará nada, resucitaremos en el Señor. Tengamos santo temor a nuestro Padre Dios, que, llevados por esa levaduras hipócrita y rechazando sus mandatos y su amor, nos podemos condenar para siempre.

Busquemos la sabiduría que nos viene del Espíritu Santo y tratemos de ordenar nuestra vida para que nuestras acciones coincidan con nuestra fe y vivencia de la Palabra.

jueves, 19 de octubre de 2017

COMO ESTATUAS QUE ESCUCHAN

Lc 11,47-54
No sé como empezar esta reflexión. El mismo título lo descubre, pues me parece que somos como estatuas que escuchamos, pero nada más. Todo queda en la simple escucha, pero no trasciende al mundo en el que vivimos. Y, por lo tanto, no se ven sus efectos.

Nos han sido enviados profetas y, muchos, después de oírles y no hacerles caso, han sido muertos por los destinados a escucharle. Recordamos la parábola de la viña dada en alquiler, y como los inquilinos recibieron a los siervos y hasta el propio hijo enviado a recoger los frutos correspondientes. ¿No está ocurriendo hoy lo mismo? Cuantos buenos testimonios nos han dejado, sin embargo, el mundo sigue igual y cambia muy poco.

Y, eso sí, hacemos grandes mausoleos y celebraciones recordando sus obras y memorias, pero nada más. Al instante volvemos a sumergirnos en nuestro mundo siguiendo nuestros proyectos y ambiciones. ¿De qué nos vale honrar sus nombres, si luego vivimos según nuestras pasiones y egoísmos?  No nos valen sino después de muertos, porque mientras viven nos molestan e incordian y tratamos hasta de quitárnoslo delante. Así hay muchos contemporáneos que delatan nuestra hipocresía: Madre Teresa, Juan XXIII, Monseñor. Romero... ¿nos acordamos de lo que denunciaban, de lo que reclamaban, de lo que nos decían?

¿Nuestros programas de educación están impregnados de esas sugerencias y propuestas? ¿Nuestros medios, radios, prensa... recogen ese sentir y tratan de extenderlo y concienciarlos en nuestros pueblos? Supongo que ahora podemos entender mejor el título que preside esta humilde reflexión, "como estatuas que escuchan", pero nada más.

No obstante, se nos pedirá cuenta de todas nuestras actuaciones. Tanto de los que han callado la boca de muchos que proclaman la verdad, como de los que impiden que otros puedan proclamar y tener la oportunidad de hacerlo.

miércoles, 18 de octubre de 2017

¿A DÓNDE Y CÓMO HE SIDO ENVIADO YO?

Lc 10,1-9
No pasas desapercibido para el Señor. Él te ha creado y eso tiene un significado y sentido, te ha creado para que desempeñes una misión. ¿Cuál?  Eso ya es misión tuya, porque eres tú quien tiene que encontrarla tras la escucha de la Voz de Dios. Claro, hay una gran dificultad, el pecado. Nos ciega y nos tapa los oídos e impide que le escuchemos. Nos seduce con las cosas del mundo e impide que seamos dueño de nosotros mismos e incumplimos nuestras responsabilidad.

El pecado de nuestra materialidad, de nuestras pasiones, de nuestros egoísmos, de nuestras apetencias. Nos captura y nos somete, y conociendo que actuamos mal nos experimentamos incapaces de liberarnos y hacer lo que sabemos que tenemos que hacer. Es lo que Pablo decía cuando expresaba que hacía lo que no quería y no lo que quería - Rm 7, 19-21 -.

La escucha al Señor necesita disponibilidad y limpieza. No puedes escuchar cuando tu vida está llena de ruidos que te atraen y te apasionan. Piensa en María y en su escucha y obediencia a la Palabra y Misión que Dios le encargó. Y también en José. Necesitas aislarte y tomar una actitud de disponibilidad.  Lo necesitas tú, pero también yo. ¿A dónde he sido enviado?

Ahora, después de querer abrir mis oídos a su Palabra y andar por algunos sitios, me encuentro en esto. Reflexionando contigo, querido y hermano lector en la fe, y ayudándonos en compartir y descubrir nuestras respectivas misiones. Porque, el Señor cuenta contigo, y, si cuenta, cuenta para algo concreto. ¿Será este medio para el que el Señor me ha preparado? ¿Será la catequesis en la cárcel? Será la visita a algún enfermo?

Posiblemente serán esas u otras misiones las que Dios quieres que hagas, pues Él ha repartido los talentos y espera recoger el cien por cien, porque también dará el ciento por uno. Abramos nuestros oídos y nuestros ojos para estar atento a la llamada del Señor.