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Lc 6, 20-26 |
Todo tiene su principio, pero también su fin. Nada,
al menos en este mundo, es eterno. Sin embargo, dentro de nosotros llevamos una
chispa de eternidad. Nuestra máxima aspiración es la vida eterna.
Obsesionado con estas elucubraciones, Pedro se
debatía interiormente buscando respuestas al camino que debía tomar mientras
caminaba por este mundo. Su meta era alcanzar esa vida eterna con la que
soñaba.
Levantó la mirada, y su alegría fue repentina: sus
ojos contemplaban la llegada de su amigo Manuel. Con él —pensó— aclararía ese
interrogante que tanto le apremiaba.
—Buenos días, querido amigo. Bienvenida tu llegada.
Estaba reflexionando sobre la eternidad. ¿Qué piensas al respecto?
—Todos buscamos la eterna juventud. Nadie quiere
envejecer, y eso llena los gimnasios de quienes desean mantenerse jóvenes.
—Pero, quieras o no, la vejez llega —respondió Pedro
con gesto convencido.
—Sin lugar a duda, pero esta vida no termina aquí. Se transforma, y seguirá
eternamente.
—¿Cómo es eso? —suspiró pacientemente Pedro.
—Todos seremos eternos, pero no todos felices. Esta
vida nos sirve para ganarnos esa felicidad eterna.
Pedro, con cara de asombro, dijo:
—¿Cómo es eso?
—Como lo oyes. No lo digo yo, lo dice Jesús en el
Evangelio (Lc 6, 20-26). Habla de que serán bienaventurados los pobres, porque
de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que ahora tienen
hambre, porque serán saciados… Y al final dice: “Alégrense ese día y salten de
gozo, porque su recompensa será grande en el cielo”.
—¿Es que hay una recompensa en el cielo? —añadió
Pedro, algo extrañado.
—Sin lugar a dudas —respondió Manuel—. Hay vidas
generosas, honradas, abiertas, entregadas, que son una verdadera bendición para
el mundo, un verdadero reflejo de la presencia de Dios entre nosotros y en la
historia.
—Ahora entiendo a qué te refieres —interrumpió
Pedro, convencido de lo que escuchaba.
—Pero también hay vidas codiciosas, ansiosas de
caprichos y privilegios, arrogantes y soberbias, que ahogan y se aprovechan de
los demás o maltratan la naturaleza. Unas nos acercan a la presencia de Dios y
la experiencia de su Reino; otras, nos alejan y nos lo ocultan. ¿Lo entiendes,
Pedro?
—Sí, ahora me parece correcto —respondió Pedro,
mostrando una expresión conforme y paciente.
—Esa es la elección. ¿De qué lado estás? ¿Del de la
vida y la luz, o del de la clandestinidad y el engaño? Las bienaventuranzas nos
muestran el verdadero camino.
—Creo —dijo Pedro con convencimiento— que la
elección está clara.
Jesús nos indica
dónde podremos descubrir alegría y consuelo, sentido y luz, paz y solidaridad.
A nosotros nos ofrece libertad para que podamos decidir.
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