viernes, 3 de abril de 2015

PRIMER DÍA DEL TRIDUO PASCUAL

(Jn 18,1—19,42)

Primer día en el que empezamos la celebración del Triduo Pascual, el paso de la muerte a la vida. No cabe ninguna duda que en la medida que te entregues a servir a los demás, estás renunciando a servirte a ti, y en esa medida estás amando y entregando tu vida. Jesús llevó ese servicio a tal fin que le costó entregar su vida.

Su pasión, ya empezada desde lo más profundo de su corazón al verse traicionado, encendió la llama del dolor en el huerto de Getsemaní. Allí fue prendido y acusado de proclamarse Dios. No le creyeron, porque creerle suponía cambiar sus corazones y despojarse del hombre viejo que buscaba su servicio, a costa del sudor y el trabajo de los demás. No les interesaba creer, porque el Mesías que ellos esperaban tendría que ser un Mesías fuerte y poderoso, capaz de expulsar a los romanos y hacerlos hombres libres.

Un Mesías enarbolando la bandera del amor y el perdón no podría ser el enviado de Dios, sino un loco. Y así fue tratado. Me pregunto en esta tarde, dentro de unos momentos, si yo hubiese pensado lo mismo de ser uno de aquellos judíos de su época. Y me da miedo pensar que podría ser posible. Por eso, arrepentido y agradecido, te doy gracias Señor por no tener que pasar por esa tentación y por haberme elegido uno de los tuyos.

Gracias Señor por la fe recibida, y por la oportunidad de conocerte. Ahora tomo conciencia de lo privilegiado que he sido, pero también de la responsabilidad y el esfuerzo que debo hacer para sostenerme, como los apóstoles, en tu presencia y en tu Espíritu. Recordando la historia en el cine, que en estos días acostumbran a poner, he recordado, valga la redundancia, la angustia y temores de Pablo y también de Pedro. Me emocionaba pensar el valor que han recibido para soportar tales tormentos y sufrimientos.

¿Seré yo capaz, Señor? Quiero pensar que sí, no por mis fuerzas y valor, sino por el que me infundirá tu Espíritu hasta el punto de soportarlos en Ti, Señor. Dame, Señor, la sabiduría y los sentimientos de vivir el Misterio de tu redención con fervor y fe, y ser fiel reflejo para aquellos con los que comparto mi vida de los Tuyos. Amén.

jueves, 2 de abril de 2015

DENTRO DE CADA UNO DE NOSOTROS, QUIZÁS, HAY UN JUDAS

(Jn 13,1-15)


Posiblemente pensemos que nosotros no traicionaríamos a Jesús. No nos imaginamos ni nos vemos en ese papel, pero nuestra realidad habla de otra manera. Porque, ¿cuántas veces hemos hecho oídos sordos a sus Palabras? ¿Y estamos atento y a la escucha de lo que nos dice? Cuando hacemos nuestra voluntad y no la de Él, ¿no le traicionamos?

Quizás no le vendamos al estilo de Judas, pero le abandonamos y le negamos como hizo Pedro, por miedo, vergüenza o respeto humano. Y eso es una manera también de traicionarle y venderle. Desde esta reflexión y perspectiva podamos comprender a Judas, y también a otros, y, sobre todo, a nosotros mismos.

Somos pecadores, debilitados por la mancha del pecado original, que mantiene nuestra frágil naturaleza humana herida y esclavizada. Y enfrentarnos a ella con nuestras solas fuerzas es un disparate y una garantía para el Maligno que nos desafía. Posiblemente, Judas cometió ese gran error. Alejarse de Jesús fue dejarle el terreno libre al diablo. Sin embargo, Pedro, lejos de desesperarse, lloró su pecado. Ese llorar descubrió su arrepentimiento y dolor reconociendo su pecado, y buscó el perdón en la mirada de Jesús y en su Misericordia.

Posiblemente ese ha de ser nuestro camino. Un camino de esperanza que, reconociendo esa actitud propensa al pecado, humildemente, arrepentido, nos postramos ante el Señor para pedirle perdón. Y adquirimos el compromiso de continuar su camino permaneciendo siempre a su lado. Tanto en los momentos de euforia y gozo, como en los de desanimo y tristeza.

Y siempre confortados por la oración y alimentados por la comunión de su Cuerpo y Sangre. Porque pretender seguirle a nuestro ritmo y voluntad, es perderle de vista. Bien, es verdad, que nuestros pasos son lentos y torpes, pero el Señor cuenta con ello. Nos conoce mejor que nosotros mismos, y sabe de nuestra torpeza. Pero nos espera, nos conforta, nos levanta y nos anima, siempre y cuando tú te esfuerces en seguirle.

Y el seguimiento a Jesús pasa por el servicio de lavarnos los pies. Lavarnos los pies desde el maestro al discípulo, desde el jefe al subordinado, desde el de arriba al de abajo. Porque la humildad se descubre en el gesto del que manda con el que sirve. Invertir los papeles es lo que nos enseña y muestra Jesús, pues lo natural es que el siervo sirva al amo. Y eso no significa humildad sino cumplimiento. La humildad exige libertad y gratuidad del que mereciendo ser servido se abaja a servir.

Pidamos al Espíritu de Dios que nos infunda la sabiduría, la paz y fortaleza de no desesperar, y confiar pacientemente en su respuesta y su protección, porque nuestro Padre Dios nos ha demostrado su Amor en su Hijo Jesús.

miércoles, 1 de abril de 2015

TRES ACTITUDES FUNDAMENTALES

(Mt 26,14-25)


Una actitud de lejanía. No podemos permanecer en el Señor desde la distancia. No desde la distancia física, pues no lo vemos, sino de la distancia espiritual, de la distancia del corazón, de la distancia de dejar de sentir y experimentar su presencia espiritual en nuestro corazón. Porque en cuanto nos alejamos de su presencia y dejamos el trato más íntimo a través de la oración, el enemigo nos invade y nos tienta.

¡Jesús, el Señor, Vive, ha Resucitado! Y no lo ha hecho para estar lejos de nosotros, sino para acompañarnos en nuestro camino hacia la Casa del Padre. La experiencia nos dice que en la medida que le abandonamos, como ocurrió en la parábola del hijo prodigo, el Maligno nos sale al paso ofreciéndonos una vida cómoda, fácil, placentera, y prometedora de felicidad. Y pronto caemos en sus redes, de las que difícilmente nos costará salir.

Somos libres y el Señor respeta esa libertad. Es el esfuerzo que nos corresponde a nosotros realizar y que, el Señor, deja a nuestra entera disponibilidad y libertad. Por eso, ejercitarnos y permanecer cerca del Señor es el esfuerzo que debemos exigirnos, y la petición que debe estar siempre en nuestra boca: "Dame Señor la fuerza de permanecer en Ti".

La segunda actitud es la escucha abierta y disponible. Una escucha a entender lo que el Señor nos pide. Hace dos días, en la catequesis penitenciaria, un recurso asistió sin saber por qué a la misma. Me dijo que se apuntó porque como era Semana Santa debería venir, pero no imaginaba que era catequesis. Pensé inmediatamente que los caminos del Señor, como quizás ese que brindó su casa para la cena Pascual, son inexplicable. Pero ese joven asistió, y pronto, unos minutos más tarde confesaba, ante mi asombro, con el capellán. Creo que eso deja clara esta actitud: "En el silencio de este día que empieza vengo a pedirte Señor paz, sabiduría y fortaleza.

Y la tercera actitud quizás duerme dentro de nuestro corazón. Es la mentira, la mentira del pecado. Las malas intenciones que nos tientan y que, vencidos por el mal, tratamos luego de enmascarar y disimular, escondiéndolas ante los demás y también ante Dios. ¿Creemos que podemos engañar a Dios? Posiblemente pensamos que no, pero quizás no nos lo tomamos en serio. Nuestra debilidad humana nos engaña y nos confunde. No somos conscientes de la realidad ni de la gravedad de nuestros actos. Ocurrió con Adán, Caín y ahora con Judas. Y se continúa en cada uno de nosotros. Nuestra oración debe ir dirigida a la súplica misericordiosa de la Infinita Misericordia de Dios.

Padre Bueno, no permitas que me aleje de Ti, ni de que cierre mis oídos a tus Palabras, ni que esconda mis pecados, para no dejar que tu Misericordia los limpies. Amén.

martes, 31 de marzo de 2015

¡QUÉ OCURRE EN NUESTRO INTERIOR?

(Jn 13,21-33.36-38)


Conocemos lo que pasó según la Escritura. Y lo hemos leído y oído muchas veces, sobre todo si celebramos la liturgia de la Semana Santa. Pero lo importante no es eso, sino lo que pueda ocurrir en nuestro interior. Surgen varias preguntas, que cada año nos pueden ayudar, de darle respuesta bien intencionada, a dar un paso más en nuestra propia conversión.

No es el pecado lo más importante, ni el que tiene la última palabra en mi vida. Recordamos que Pedro pecó después de afirmar que no abandonaría al Señor. Igual nos ocurre a nosotros, le abandonamos después de prometerle fidelidad en confesión. Pero, tenemos dos caminos que nos señalan, a) uno Judas, y otro, b) Pedro. 

El primero, a) no es bueno, porque es de perdición; el segundo b) es de perdón y esperanza de Misericordia, porque nuestro Padre Dios nos quiere y en Jesús nos perdona. Ya nos lo enseñó Jesús cuando nos habló del hijo prodigo para decirnos cuanto nos quiere nuestro Padre.

Jesús se prepara para su Pasión. Está dispuesto por su propia Voluntad a hacer la Voluntad del Padre. Y todo para perdonarnos nuestros pecados, siempre que estemos arrepentido, no por cuantas caídas tengamos, sino por nuestra actitud contrita y dolorosa, como Pedro, de sabernos pecadores y derramar lágrimas de dolor y arrepentimiento. 

Quizás sea esa la actitud que tengamos que descubrir y vivenciar en nuestra vida, la contrición y el dolor de ofender al Señor, pero, sobre todo, la esperanza de que el Señor no ha venido a juzgarnos y condenar, sino a perdonarnos y salvarnos. Y esa debe ser nuestra actitud, la de estar dispuesto a aceptarla, a recibirlo y a creer en Él.

Miremos a Pedro que, siendo un pobre pecador, su actitud de arrepentimiento, confiado en la Misericordia de Señor, le devolvió la paz y la alegría de sentirse verdadero hijo de Dios.

lunes, 30 de marzo de 2015

TESTIGOS DEL AMOR

Jn 12,1-11):


La gente acude curiosa a ver a Jesús, pero también atraídos por comprobrar la resurrección de Lázaro, el amigo que Jesús había resucitado. Lázaro era el testigo del amor de Jesús, y la causa de que, muchos admirados por ese prodigio de poder, creían en Jesús.

El Evangelio de Juan nos dice al final de este pasaje (Jn 12,1-11):  Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

Cerca de la Pasión y Muerte que le espera a Jesús, que los sumos sacerdotes ya traman y preparan, la vida se hace presente en Lázaro que representa el triunfo sobre la muerte. Por lo tanto, si Jesús ha hecho posible la resurrección de Lázaro, su Muerte será un paso para demostrarnos que la Vida triunfará sobre la muerte. Y nada hay que temer.

El problema de sus discípulos es que no lo sabían, y la suerte nuestra hoy es que, por ellos como testigos, nosotros sí lo sabemos. María, la hermana de Marta, anticipa la preparación, con la unción del perfume de nardo en los pies de Jesús, el acontecimiento, que está próximo a suceder, la Muerte de Jesús. Pero, sin embargo, la esperanza de la Resurrección nos llena de paz y de alegría ante la inminente Pasión del Señor.

Es posible que muchos de nuestros actos sean equivocados. Somos imperfectos, y nuestro amor cargará con esa debilidad. Estamos sujetos al error. Sin embargo, nos salva la buena intención de nuestros actos, como lo que hizo María al lavar los pies de Jesús. Muy diferente a la intención de Judas al protestar por el elevado gasto del perfume, que quería dejarlo para él.

Gracias Señor por tu Misericordia, porque no miras nuestros pecados, sino que nos perdona mirando la intención de nuestro pobre y pecador corazón. Danos la sabiduría de ser siempre bien intencionados y de, guiados por el Espíritu Santo, buscar el bien.

domingo, 29 de marzo de 2015

FALSAS ACLAMACIONES

Mc 11, 1-10


Es fácil imaginarse lo que ocurrió aquel domingo, llamado hoy de Ramos. Y digo que es fácil porque hoy, siglo XXI, sucede lo mismo. Hay muchas manifestaciones donde la gente sale y aclama o protestas, y no sabe bien por qué. Son manipulados hasta el punto que actúan sin saber exactamente por qué.

No hay una conciencia clara del por qué, y lo hacen movidos por los sentimientos o emociones del momento. De eso todos tenemos experiencia, y, cuando pasado el temporal tenemos la oportunidad de reflexionar, advertimos que hemos actuado de forma aparente y falsa sin darnos cuenta. Han sido nuestras emociones e impulsos los que han hablado por nosotros.

Supongo que con Jesús ocurrió algo parecido. Aquella muchedumbre, movida por el ambiente de la promesa de un Mesías, libertador del yugo romano según muchos pretendían, aceleró la emoción  y el impulso de proclamar a Jesús el Mesías esperado. Podemos imaginar todo lo que ocurrió y el alboroto por la proclamación que se montó. Pronto todo volvió a la realidad y las aguas volvieron a su cauce.

Sabemos lo ocurrido, pero quizás más importante es saber que ocurre dentro de cada uno de nosotros. ¿Qué Mesías espero yo? ¿Cuál es mi reacción ante la presencia de Jesús como Hijo de Dios Vivo? ¿Lo proclamo porque creo que es el Mesías que yo espero y quiero? ¿O lo proclamo porque es el Mesías enviado por Dios para salvarme? 

¿Estoy dispuesto a aceptar su Palabra que me descubre la Voluntad del Padre que quiere salvarnos?

sábado, 28 de marzo de 2015

NO SOPORTAN LOS SIGNOS

(Jn 11,45-56)


Les molestaba tanto lo que decía Jesús como los signos que hacía. Observaban impotentes como se les iba el tinglado abajo. Se quedaban sin fieles y eso les disgustaba. No ponían atención a lo que decía Jesús, no le escuchaban. No les interesaba escucharle, porque les comprometía y les estropeaba sus vidas, las que ellos se habían forjado.

Cuando uno no escucha vive según sus ideas. ¡Claro!, si tu no escuchas las de otros, las que prevalecen son las tuyas. No interesa escuchar a Jesús, porque no queremos seguir lo que nos propone. Así de simple, haremos las que conocemos las nuestras. En esa actitud lo que procedía era quitarlo del medio.

Estaban ciegos, llenos de ira y de soberbia. Solo una idea sonaba en sus cabezas: matar a Jesús. Sus signos eran cada vez más conocidos. La resurrección de Lázaro se extendía por todos los lugares y cada día el poder de Jesús sobre la atracción de la gente era más grande. Advertían que la gente empezaba a tomar en serio a Jesús. Y había que decir pronto: o ellos o Jesús. No había otra salida.

No podían situar a Jesús en medio de sus vidas. Compaginar sus planteamientos con los de Jesús no era posible. Igual nos puede ocurrir a nosotros cuando queremos meter a Jesús entre nuestros planteamientos, y adaptarlo a nuestras actitudes y decisiones. Queremos vivir con Jesús y con el mundo, y moldear su Mensaje según nuestras decisiones. Será imposible, porque Jesús es el centro, y todo gira a su alrededor.

Y en estas circunstancias, quizás desesperados porque inclinamos más el oído a las cosas del mundo que a Jesús, optamos por quitarlo también de nuestras vidas y, de alguna manera, podemos convenir que lo matamos también. Tratemos de escuchar a Jesús, y, sobre todo, de seguir su Palabra y sus señales, para que sea Él quien reine en nosotros, y no nosotros en Él.