lunes, 10 de agosto de 2015

MORIR ES VIVIR

n (Jn, 12,24-26)


La muerte es algo inaceptable. Nadie quiere morir, pero todos se resignan a ese suerte cuando, en el mejor de los casos, llegan a una edad muy avanzada. El cuerpo no resiste el tiempo y tiene su hora. Sin embargo, tenemos sobre la mesa la mejor oferta que podamos encontrar, la Resurrección y la Vida Eterna.

El problema es que no lo queremos aceptar, o nos vendamos los ojos ante las ofertas de este mundo caduco y enfermo. De cualquier forma tendremos que morir, pero no es lo mismo que lo hagamos de una forma o de otra. Morir, sin dar frutos, es no abrirse a la acción del Espíritu Santo y permanecer en la muerte al estar alejado de Dios. 

Vivir es renacer a la Vida al morir a tus pasiones y egoísmos, para ponerte en servicio de los demás y entregarte por amor. Cada día es una nueva oportunidad de dejar morir tu grano de trigo. Hay muchas cosas sencillas y pequeñas que te exigen colaboración y que te mortifican al realizarla, pero que son pruebas de amor, porque amar es eso, un compromiso en ayudar y colaborar por hacer el bien.

Y ese esfuerzo exige salir de uno mismo para mostrarte a los demás. Muchas veces nos quedamos pasivos y dentro de nosotros mismos, y perdemos la oportunidad de mostrarnos atentos, serviciales y cercanos a los demás. Y esos simples detalles ayudan, acercan y dan frutos de amor y servicio. Hay mucha tela que cortar y sobre la que reflexionar. Pero para ello debemos abrirnos a la Gracia del Espíritu Santo, porque solos no llegaríamos a buen puerto.

Hay mucha gente que está dando su vida por ser fiel a Jesús. Muchos cristianos perseguidos y martirizados sufren en sus propias carnes todo tipo de improperios y vejaciones. En el Evangelio de hoy termina diciendo
Jesús: "A quien me sirva, el Padre le premiará".

Hay dos caminos, el camino de la comodidad, del bienestar, de trabajar para procurarte una vida placentera y cómoda, o el camino del servicio, del esfuerzo por estar atentos a las necesidades de los más pobres y necesitados. El primero sería el de renunciar a morir y no dar sino tus propios frutos para tu provecho; el segundo sería el de morir a ti mismo y dar frutos para el bien de los demás.

domingo, 9 de agosto de 2015

SEGUIMOS IGUAL

(Jn 6,41-51)


Seguimos igual, con esas palabras podemos resumir lo que continúa pasando en la actualidad. Después de 2015 años todo sigue exactamente igual. Muchos siguen preguntándose de qué Padre habla Jesús, y quién es ese Pan Vivo que baja del Cielo.

Es verdad que el hombre sigue buscando la eternidad, porque no quiere morir. Ese sería el primer objetivo del hombre: "No morir". Pero el pan que fabrica el hombre es pan de muerte, porque no da la vida. A pesar de los intentos de la ciencia no consiguen fabricar el elixir que dé la eternidad, y, hoy Jesús, nos ofrece esa aspiración que el hombre persigue: Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».

Jesús acierta de pleno. Sabe lo que busca y desea el hombre, y se ofrece como salvación dándonos a comer su Cuerpo y a beber su Sangre. Jesús instituye la Eucaristía. Ese sí es el alimento que nos da la Vida Eterna. Esa Vida que busca el hombre; esa Vida Eterna vivida en gozo y felicidad.

Ahora, ¿cómo se puede ofrecer eso? La única forma posible es siendo el Hijo de Dios bajado del Cielo. Pero volvemos al principio: Necesitamos la fe, porque, sobre todo sus contemporáneos, que le conocían como el hijo del carpintero, no pueden asimilar que sea el Hijo de Dios, el Mesías prometido. Y hoy ocurre igual con los católicos que se bautizan. Siguen celebrándose bautismos en la Iglesia, pero más bien como un acto social y cultura que de fe. Los cristianos, como ocurría en tiempos de Jesús, no le conocen, y menos a su Padre que lo envía. Siguen buscando ese pan de vida entre las cosas caducas de este mundo.

Y ese es el problema, buscan donde no se puede encontrar. Porque la salvación del hombre no está en las cosas de este mundo, pertenecemos a otro. Este mundo lo rige el demonio, él es su príncipe, pero nosotros pertenecemos a otro mundo, el del Reino de Dios, siempre y cuando estemos dispuestos a quererlo, buscarlo y encontrarnos con Jesús. Sabiendo que ha salido Él primero a buscarnos. Sólo tenemos que dejarnos encontrar.

Y esa posibilidad pasa por abrir nuestro corazón de hombre viejo y caduco, para dejar entrar al Espíritu Santo, a ayudarnos a transformarlo en un corazón nuevo, de niño, joven, disponible y dispuesto a liberarnos y despojarnos de los apegos, vicios, malos hábitos, pasiones y apetencias que nos esclavizan y encadenan alejándonos del verdadero Tesoro que es encontrarnos y abrirnos a la Gracia del Señor.

sábado, 8 de agosto de 2015

PARA GANAR HAY QUE JUGAR

(Mt 17,14-20)


No hay otro camino, para ganar tienes que entrar en la partida y arriesgar. Ganar o perder te obliga al esfuerzo de estar preparado para tener más posibilidades de ganar. La vida es eso, ganar o perder. Pero, por la Gracia de Dios, nosotros criaturas de Dios, hemos sido creados para la Vida Eterna y para gozar de ella en la presencia del Padre.

Porque no tendría ninguna gracia vivir, la mayor parte con fatigas, tristezas y sufrimientos. Sabemos que en el camino de esta vida si hay penas y alegrías, pero al que nos dirigimos sólo encontraremos gozo y felicidad. Es el lugar al que ha ido Jesús a prepararnos.

Nuestra apuesta está garantizada y avalada por la Palabra de Dios, Nunca podemos perder, aunque de forma aparente resulte que perdemos, porque quien juega es Jesús usando nuestro nombre y persona. Es Cristo quien vive en mi y no nosotros en Él. Claro, para eso necesita esa libertad que nos ha regalado y que ha puesto en nuestras manos. Nos la pide y para ello necesitamos confiar en Él y ponernos en sus Manos.

Y lo hace a través del Espíritu Santo, que nos acompaña y nos asiste si le dejamos. Claro, hay una condición vital e imprescindible: el compromiso, que descubre y exige la fe. Porque sin fe nuestra partida puede salir mal y tiene todas las de perder. Y, ¿cómo vemos y descubrimos la fe?

La fe se hace visible en el compromiso del amor. Si te comprometes es porque tienes fe. Y si tienes fe tus obras serán Obras de Dios, y para Dios nada hay imposible. Por lo tanto, tu fe moverá montañas si esta apoyada en el Espíritu de Dios.

Pongamos todo nuestro esfuerzo a disposición de la Gracia del Señor para que, devolviéndole la libertad que nos ha dado, en sus Manos dé frutos que correspondan a su Amor.

viernes, 7 de agosto de 2015

EL AMOR EXIGE SACRIFICIO Y RENUNCIA, Y ESO ES CALVARIO

(Mt 16,24-28)


No se puede amar cómodamente ni sin arriesgar todo y toda tu vida. Porque en la medida de lo que arriesgues, así amarás. Quien arriesgue poco, amará poco, y quien mucho, amará mucho. Así, aquella mujer pecadora que le lavó y perfumó los pies, fue perdonada porque amó mucho.

Seguir a Jesús significa amar, pues de no estar dispuesto a hacerlo, tampoco podrás seguirlo. Y amar exige dar todo lo que tienes y puedes, al máximo, sin cortapisas ni medianías. No hay excusas, porque Él te ha y te ama así. Te lo ha dado todo, hasta tu libertad y la posibilidad de negarle y rechazarle. 

Ahora, ten paciencia, porque el amor no se agota en un día ni se puede dar todo en un día. Necesita tiempo y camino. Y Jesús es el Camino, así que lo primero y lo único es caminar con Él. Él te irá enseñando, en ese día a día, como caminar y superar la dureza del camino, sus obstáculos y las tentaciones que el Maligno tratará de ponernos para que tropecemos. Paciencia, mucha paciencia y confianza. Confianza en el Señor, porque no nos ha dejado sólo. 

Está con nosotros, con la Mano tendida y atento a nuestras suplicas y ruegos. Así que no dejes de rogar, de suplicar, de pedir. Nos lo ha dicho por activa y pasiva: Pidan y recibirán; toquen y se les abrirá. Y ha enviado al Paráclito, el Espíritu Santo, para que nos asista y nos defienda. Así que parodiando el argot deportivo, y con el permiso de nuestro Padre Dios, tenemos el mejor Tridente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, el único, el más poderoso y el que nos puede dar lo que buscamos: la plenitud eterna.

El seguimiento, y eso es de sentido común, implica estar a las duras y a las maduras. Eso significa que habrá momentos placenteros, alegres y agradables, y otros que exigirán lucha, sacrificio, sufrimiento y dureza, pero nunca tristeza, porque estar triste es perder toda esperanza, y lo que nunca perderemos es la esperanza de que Dios nos quiere, y nos quiere salvar, Y tiene poder para ello.

Esa es la alegría más grande que podemos tener, la de sabernos salvados, a pesar de los aparentes peligros, sufrimientos y muertes que nos puedan amenazar, pero que nunca podrán matarnos, Porque Dios nos ha creado para la Vida, Vida Eterna que ha puesto en tus manos y que te ha regalado la posibilidad de que tú elijas: salvación o muerte.

Pidamos al Padre, confiados en su Misericordia, que nos dé la sabiduría de perseverar con paciencia y fe su segunda venida donde establecerá su prometido Reino de Dios. Un Reino de Justicia, de Amor y de Paz.

jueves, 6 de agosto de 2015

NO ENTENDÍAN NADA

(Mt 17,1-9)


El Misterio de la Transfiguración no se puede entender. No se puede entender como tampoco no entendemos la Resurrección. Jesús les hace un adelanto a aquellos tres apóstoles y no se enteran de nada. Se sienten bien, muy bien, hasta el punto de pedirle hacer tres tiendas sin contar ellos y quedarse a contemplar lo que veían: El Rostro de Jesús transfigurado, un Cuerpo glorioso, junto a Moisés y Elías.

Qué bien se tiene que pasar junto al Señor que nos olvidamos de nosotros. Perdemos la sensibilidad física de nuestro cuerpo y nos sentimos como flotando llenos de gozo y paz. Me imagino que fue algo así lo que tuvieron que experimentar Pedro, Santiago y Juan al no advertir su presencia física y olvidándose de sí mismos propusieron tres tiendas para los otros.

Sin embargo, descubrimos nuestras miserias a no darnos cuenta de tan alta experiencia. Jesús se nos muestra transfigurado, es decir, transformado, Resucitado. Como va a suceder después de morir en la Cruz. Jesús les está revelando el Misterio de la Resurrección. Jesús les quiere animar, darles fuerza y esperanza para que ellos, lleno también del Espíritu Santo, encuentren la fuerzas para cargar también con su cruz. Por eso les advierte que no digan nada hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.

Pero seguimos sin enterarnos, y hasta ponemos en duda las palabras de los apóstoles. Ellos experimentaron lo mismo que nosotros, pero su proximidad a Jesús resultó alumbradora e iluminadora. Y llegaron a entenderlo, hasta el punto de entregar también sus vidas conscientes de su resurrección como Jesús les había prometido y se les había mostrado. La estrategia está clara: proximidad a Jesús, frecuencia de los sacramentos y oración. Es lo que hicieron las primeras comunidades.

Pues bien, hoy seguimos mirando para arriba sin darnos cuenta. Tenemos que equilibrar nuestra mirada y bajar de la montaña. Tal y como Jesús les indica y señala a los apóstoles  Hay que volver a bajar y continuar el camino, pero ya animados porque hemos visto a Jesús Transfigurado (Resucitado) en el testimonio de los apóstoles, tal y como nos ha prometido Jesús, que a nosotros, los que en Él creemos, nos ocurrirá igual.

Y cada día, los que en Jesús creemos, experimentamos esos momentos de Tabor en las palmaditas que muchos de nosotros nos damos al compartir nuestra fe. Porque la fortalecemos cada vez que comentamos, compartimos y nos asombramos en el Espíritu Santo las maravillas que, de la Tradición y de la Palabra, vivimos en el camino de nuestra vida hacia la Casa del Padre.

Por eso, es bueno y necesario compartir, vernos de vez en cuando y darnos un fuerte abrazo en el Señor para, fortalecidos, continuar el camino. Gracias a Internet podemos compartir espiritualmente estas experiencias, y como el Tabor, dejarnos asombrar por las maravillas del Señor. Amén.

miércoles, 5 de agosto de 2015

CUANDO PIENSAS QUE ESE AFAMADO JESÚS ES TU ÚNICA OPORTUNIDAD

(Mt 15,21-28)


La fe empieza por ahí. Experimentas desespero, angustia y temes caer en una depresión. Sería terriblemente peor. Buscas a tu derredor, pero el mundo ya ha agotado tu paciencia y tus medios. Necesitas abandonarte en manos de alguien que te dé confianza, pero sobre todo que dé respuesta a tu problema.

¡Necesitas creer, esa es la cuestión! Necesitas confiar en Alguien que te dé esperanza, que te escuche, que esté dispuesto a apostar por ti y que te traiga una Palabra de consuelo, de amor y de esperanza de curación. ¡Caramba!, has oído que hay un tal Jesús que parece responder a eso que tú buscas. Y te confías a Él. No lo piensas dos veces y te pones en camino. Sin saber cómo ni cuándo has empezado a creer.

Y ese impulso te empuja a caminar, a moverte, a buscar y, quien busca encuentra. Claro, das con Jesús pero, sintiéndote indigna de hablarle al no ser ni siquiera judía, optas por atreverte a tocarle. Apuestas que tocándole, tu hija puede quedar curada. Y lo intentas, y se produce el milagro. Tu fe ha tenido respuesta. El Evangelio de hoy nos narra ese encuentro de Jesús con la mujer cananea.

Podríamos reflexionar sobre los pasos de esa fe hasta encontrar a Jesús y recibir la respuesta pedida. Quizás yo no tenga necesidad, ni nadie enfermo, o quizás no crea que exista alguien que pueda cambiar el curso de una irremediable enfermedad. Luego, si pienso así no me pondré a buscar a nadie, o a rezarle. Mi fe termina con la opinión del último médico, o con la resignación al curso de mi acomodada vida. El encuentro no se produce, y no hay ni diálogo ni respuesta.

Jesús, entonces, pasa de largo, y no lo veo ni me entero de su cercanía. No advierto el ritmo y ruido de sus pasos. Quizás estoy despierto, pero dormido o ciego. Así será imposible descubrirle. Necesito despertar y querer buscar. Repetir la experiencia de la cananea con Jesús siempre será posible, porque Él ha Resucitado para que tú le descubras y le pidas. Si no, ¿qué sentido y razón tiene Él para estar ahí en la Eucaristía? Seríamos unos tontos, los primeros nosotros, por estar perdiendo el tiempo. ¿A qué esperamos?

Decídete a tocarle la túnica a Jesús y a decirle que quieres y crees que Él te puede salvar. No te importes quién seas ni de dónde vengas, Jesús te conoce y sabes quién eres. Y si se ha quedado lo ha hecho también por ti. No pierdas más tiempo. El Señor vive y está entre nosotros para salvarnos, no para perder el tiempo. No pierdas el tuyo.

martes, 4 de agosto de 2015

SEÑOR, SOSTÉN MI FE

(Mt 14,22-36)


Esa experiencia que tuvo Pedro puede servirnos para experimentar que la fe es un don de Dios. Porque no podemos tener fe si el Señor no nos la sostiene. Por cualquier circunstancia, la más mínima que sea, nuestra fe se viene abajo. Perdemos la fe en amigos de toda la vida por detalles insignificantes, dudamos a la menor sospecha y nuestra confianza queda resquebrajada al menor error.

Somos débiles y muy frágiles. ¿Cómo vamos a creer en el poder de Dios? Incluso experimentándolo nos ocurre que nos cuesta creerle. Tal fue la experiencia de Pedro que al verse sostenido sobre las olas y al menor soplo de viento dudó de que pudiera sostenerse. Sin lugar a duda que la fe es un don de Dios. Un don que debemos pedir con insistencia y esperarlo con mucha paciencia.

Conocemos a muchas personas que han recibido un buen testimonio de amor y servicio. Los hay también malos, pero también, valga la redundancia, muchos buenos. Y si los malos valen para alejarnos, los buenos difícilmente sirven para acercarnos. Son muy pocos los que recibiendo un buen testimonio se interpelan y despiertan a la fe.

Por eso hay que pedirla con insistencia. El mismo Jesús nos lo dice: Pidan y recibiréis; toquen y se les abrirá. Y lo más importante es creer. Porque abiertos a la fe entregaremos nuestro corazón al Señor, y, el Señor, nos tenderá su Mano como hizo con Pedro.

Jesús nos pide que creamos en Él. No nos pide pruebas ni obras, sino que creamos en Él y lo demás, las pruebas y obras, vendrán por añadidura. Nuestra fe es tan pobre que necesitamos ver signos y milagros que nos la avive y despierte. Pero no sólo eso, sino que nos la sostenga y la acreciente.

¿De qué, entonces, nos vamos a gloriar por nuestras buenas obras? ¿De qué podemos sentirnos orgullosos y presumir si todo depende y es regalo del Señor? Simplemente, como Pedro, debemos decir: «¡Señor, sálvame!»