viernes, 13 de noviembre de 2015

DETRAS DEL PRINCIPIO LLEGARÁ EL FNAL

(Lc 17,26-37)


Nuestra razón nos dice que hay un final. Un final que observamos y vemos en los que nos rodean y en todos aquellos que nos han precedido. También, a razón nos descubre un tanto lo mismo. Todo principio tiene su fin. Luego, lo que nos dice Jesús tiene sentido, y, además, concuerda con lo que sentimos y pensamos. Y también deseamos y buscamos.

No nos debe, pues, extrañar que Jesús nos hable de que lo sucedido con Noé y Lot, también sucederá cuando el Hijo del Hombre se manifieste. Llegará el día señalado en que este mundo acabará y todo será tal y como Dios disponga. 

El día y la hora no la sabemos, pero si es cierto que sabemos que llegará. Lo hemos estado viendo durante toda nuestra vida en nuestras familias y amigos. Vemos como todos tenemos el momento de nuestra hora, de nuestro final, y eso es lo verdaderamente importante. Necesitamos, pues, discernir sobre eso, porque la vida no vale la pena vivirla sin estar en relación con nuestro Señor Jesús. Él nos ha dicho que es el Camino, la Verdad y la Vida. Sin Él no tiene sentido nada.

Por tanto, lo que sí está claro es que, gastar nuestra vida en vivir según nuestras apetencias e ideales es perder el tiempo, porque por muy bien que lo pasemos, eso tendrá un final triste, desolador y de perdición. Se hace imprescindible y necesario buscar el camino, a pesar de que ese camino se nos presente estrecho, difícil, contra corriente y, a veces, amargo. Pero es el que nos dará la felicidad, porque es también el que descubrimos que debemos vivir.

Vivamos siempre pensando como si hoy fuese el último día de nuestra vida. Tengamos siempre la esperanza de que Jesús vendrá a nuestra vida para iluminarla, para darnos esperanza y para llevarnos a ese lugar que no podemos imaginar, y que prepara para cada uno de nosotros.

jueves, 12 de noviembre de 2015

YA HAS VENIDO, SEÑOR

Lc 17,20-25


Sí, aunque esperamos la venida definitiva, Tú, Dios mío, está con y entre nosotros. Y Tú eres el Reino de Dios, porque contigo se ha instaurado en este mundo. Por lo tanto, aunque te esperamos, Tú estás con cada uno de nosotros, porque moras dentro de nosotros. 

Te has quedado, bajo las especies de pan y vino, para alimentarnos y darnos la fuerza de tu Espíritu, y vivimos en Ti cada vez que te comemos en la Eucaristía. Por lo tanto, aunque nuestra camino tenemos que finalizarlo, y tendremos que sufrir como Tú, Señor, tu Reino ya está entre nosotros. Y en esa esperanza vivimos, sabiéndonos resucitados en Ti, por el Amor y Misericordia del Padre, que Tú nos has venido a revelar.

Por eso, debemos estar preparados y vivir cada día como si fuese el día de tu venida o el día de nuestra partida. Y vivir preparados significa vivir en tu Palabra, tratando de cada instante de nuestra vida decidirlo y vivirlo como si del último momento de nuestra vida se tratara. Y eso no es sino vivir en oración y reflexión constante.

Oración para, en tu Espíritu, tener la luz y la sabiduría de saber discernir el mejor camino y verdad para actuar en justicia en relación con nuestros hermanos los hombres, amigos y enemigos, buscando el bien de ellos, es decir, en el esfuerzo de amarlos. 

Y, también, en constante unidad contigo, Señor, para que en Manos del Espíritu Santo nos abramos a su acción y dejemonos conducir por su Voluntad.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

VOLVEREMOS A ENFERMAR DE LEPRA

(Lc 17,11-19)

Quien ha sido curado de una grave enfermedad sabe lo que significa el estar agradecido. Es un sentimiento e impulso irrefrenable que surge desde lo más profundo del corazón en forma de agradecimiento. Supongo que aquellos leprosos que no volvieron a agradecer la curación a Jesús no fue intencionado sino producto de la alegría y la emoción.

De todas formas, el leproso agradecido, siendo incluso el menos inesperado para ellos, pues era extranjero, y nada o poco sabía de Jesús, respondió a ese impulso de gratitud que nace en el corazón de cada hombre. Sin embargo, esta curación no es la definitiva, porque volverás a enfermar de lepra y no tendrás a nadie que te vuelva a curar. Morir habrá que morir.

Los que olvidaron dar gracias, quizás pensaron iniciar un nueva vida al sentirse curados de la lepra sin contar con Jesús. Posiblemente se sintieron agradecidos, pero eso no les impulsó a regresar para darle gracias, ni a contar con Jesús para emprender un nuevo camino. 

Sí lo hizo el extranjero, el que menos le esperaba, glorificándolo y agradeciéndole en alta voz su curación. Y recibió de Jesús, por la fe, la  salvación. La verdadera y única salvación, la que verdaderamente todos los leprosos de la vida buscan. Porque a todos nos alcanzará, hoy o mañana, la lepra. La lepra que puede privarnos de la verdadera Vida, la Eterna.

Y esa es de la que necesitamos ser curados, la lepra que puede arrebatarnos la Vida Eterna. Por eso, necesitamos regresar agradecidos al Señor, y confiar en su Palabra, y seguir sus pasos cada día de nuestra vida glorificándole y agradeciéndole todo los que nos da a cada instante. Y fortaleciéndonos en su Palabra gracias a su Amor y Misericordia.

martes, 10 de noviembre de 2015

HACER LO QUE DEBEMOS SIN ESPERAR RECOMPENSA

(Lc 17,7-10)


Muchas veces pensamos que merecemos recompensa por hacer las cosas bien. Entendiendo por bien actuar según la justicia, la verdad y la honradez. Y es que no descubrimos que ya hemos sido recompensados con la salvación Eterna. Porque Jesús murió en la Cruz para la redención y el perdón de todos nuestros pecados.

Lo que procede ahora es actuar como Dios manda, y darle gracias por todo lo que nos ha dado. Estamos vivos. Hemos recibido el don de la vida, y se nos da el Infinito Amor de Dios, que nos salva y nos hace eternos. ¿Cómo nos atrevemos a creernos merecedores, y a exigirle a Dios esos derechos?

Y ocurre que muchas veces recriminamos al Señor que no nos atiende, o que no nos ha dado aquello que le hemos pedido. Y nos creemos con derecho de enfadarnos y hasta rechazarle. Es como si pretendiéramos que, sentados a la mesa, Él nos sirviera. Pidamos perdón al Señor por nuestra ignorancia y osadía.

Esa es la intención que el Evangelio de hoy nos quiere descubrir, la necesidad de darnos cuenta que tenemos que servir de manera gratuita y desinteresada. No hacemos nada por lo que merezcamos recompensa, porque ya nuestro Padre del Cielo nos ha recompensado con todo lo que nos ha regalado. Somos siervos que debemos actuar sin ánimo ni esperanza de recompensa, porque ya el Amor de Dios nos llena de gozo y satisfacción.

Servir por amor es servir en la alegría y en el gozo de la plena felicidad. Y eso lo experimentamos cuando lo vivimos en la familia. Los padres, no sólo dan, sino se dan por amor a sus hijos, y en ese dar y darse encuentran la verdadera felicidad. Y es que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y Dios es Amor Infinito y gozoso, por lo que nuestro mayor anhelo es llegar a identificarnos con Él.

lunes, 9 de noviembre de 2015

SOMOS TEMPLOS DE DIOS

(Jn 2,13-22)


Se hace difícil imaginar a Jesús echando a aquella gente del templo, y volcándole las mesas donde hacían todo tipo de operaciones. Habían convertido el templo en un lugar de transacciones comerciales y de todo tipo de interés económico. Su finalidad, dar culto y alabanza a Dios, se había pospuesto.

No cabe ninguna duda que el acto de Jesús descubre valentía, y, sobre todo, compromiso con su Misión, la de revelar a los hombres la Buena Noticia de salvación que, en Él, se cumplía. El verdadero templo de Dios queda fijado en el interior de cada hombre. Somos templos vivos de Dios, y en Cristo seremos, como Él, resucitados.

El templo físico, hasta ahora, lugar donde los creyentes se reunían, no era sino el espacio dedicado a celebrar el culto y la alabanza a Dios. Lugar que ya se estaban profanando dedicándolo a otros menesteres de tintes económicos. Jesús, lo descubre e instituye el templo espiritual que cada uno somos al quedar configurados por Jesús, en nuestro Bautismo, como profetas, sacerdotes y reyes.

Somos templos del Espíritu Santo, y como Jesús, nadie podrá destruirnos, porque, en Él, resucitaremos al final de los tiempos, cuando venga a establecer su Reino. En esa esperanza caminamos por este mundo contra las tempestades, soportando las adversidades y sufrimientos, porque sabemos de nuestra victoria final.

Allí, donde haya una o más personas reunidas en el nombre de Dios, allí hay un templo santo de Dios. De tal manera que nunca, mientras haya un creyente, se podrá destruir el verdadero Templo de Dios, que somos cada uno de sus hijos.

domingo, 8 de noviembre de 2015

LA CUESTIÓN NO ES DAR, SINO DARSE

(Mc 12, 38-44)


No se trata de hacer muchas obras, ni de estar en todas partes. No se trata de ser un filántropo, ni tampoco de contribuir al bien común. Tampoco estoy diciendo que eso no sea bueno hacerlo, y que viene muy bien al bien común. Lo que intento decir es que hacer esas cosas no significa nada.

Y no significa nada porque lo verdaderamente importante es la intención del corazón. Eso, lo de hacer y dar, lo hacían y hacen muchos que se precian de ser grandes y buenas personas. Eso lo hacían, en tiempo de Jesús, los escribas: «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa».

Y hoy ocurre exactamente igual. Muchos aprovechan sus puestos privilegiados para lucir sus aparentes imágenes de bienhechores, de filántropos, de personas buenas y de bien, pero eso, aunque no las tachamos de malas acciones, no es el corazón del amor. Jesús lo deja hoy muy claro en el Evangelio: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir».

Esa es la cuestión, no simplemente dar, sino darse. Porque, puede ser que lo que estés dando hasta sea una molestia para ti, y quitándotela de encima aparentas que la compartes. Simple apariencia, que persigue dejarte bien sin ningún esfuerzo, deshaciéndote de lo que no quieres.

La cuestión es otra, y cada uno debe discernir hasta dónde puede llegar. No se trata de quedarte desnudo y sin nada, pero sí compartir, no sólo tu dinero, que quizás no es lo más importante, sino tu tiempo, tus talentos y cualidades, tu vida al servicio de aquellos que la necesitan. Tal y como Jesús la ha compartido contigo, y la ha entregado para que tú vivas.

sábado, 7 de noviembre de 2015

EN LO PEQUEÑO SE DESCUBRE LA VERDAD

(Lc 16,9-15)


Cuando lo que me importa no ocupa el centro de mi corazón, todo lo que se haga es pura apariencia. Las raíces no son profundas, y los frutos salen contaminados y podridos aparentando lo que no son. A veces vivimos auto engañados en realidades distorsionadas, y aparentamos quereres que, realmente, no lo son. A la menor tempestad se derrumban y se descubren.

Esa es la razón de muchas sorpresas, que la propia vida pone al descubierto: matrimonios rotos, separados, enfrentados; familias que se odian; abortos; injusticias, explotaciones, guerras de poderes...etc. Se descubre el dios economía, que suplanta a todo lo demás. El amor queda enterrado, bloqueado y pospuesto al interés económico. 

Experimentamos un dios de conveniencias y en función de nuestros propios intereses. Y, claro, ese dios no es el Dios de Jesús, el Señor. Él nos ha enseñado otro Dios. Un Dios comprometido, fiel y amoroso. Un Dios que nos ama incondicionalmente, pues de no ser así no tendríamos escapatoria, y que permanece a nuestro lado como mendigando nuestro mísero amor. Un Dios que, indudablemente no merecemos, pero que, a pesar de eso, nos llama y nos ofrece la salvación.

A poco que profundizamos en nosotros mismos, descubrimos que nuestra propia raíz de fe no está muy profunda. También que nuestro regadío, y la calidad de nuestra agua no es todavía lo suficientemente pura, pero que, confiados y esperanzados en el Espíritu de Dios, y por su Gracia, lleguen a serlo.

Necesitamos, Señor, que aumentes nuestra fe, y que nuestro corazón vomite toda la basura, superflua y caduca, que lo alimenta. Y que las raíces del amor bueno profundicen y germinen en buenos frutos que sostengan la fidelidad y perseverancia en lo fundamental, el Amor de Dios.