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sábado, 11 de septiembre de 2021

SEGÚN EL ÁRBOL SERÁN LOS FRUTOS

 

No se puede esperar frutos buenos de unos árboles malos, y, de la misma forma, frutos malos de un árbol bueno. La calidad del fruto está en la misma raíz del árbol. De un corazón mal intencionado nacerán actos malos y con malas intenciones. Y, de la misma forma, de un corazón bien intencionado, sus actos serán buenos y llenos de buenas intenciones y bondadosos.

Digamos que el corazón es la sala de maquina del cuerpo humano. Es decir, dependiendo de cómo funciona el corazón serán sus frutos. Se suele decir a modo de refrán: "De lo que reboza el corazón habla la boca". Las apariencias engañan y los frutos que aparentan tener un buen aspecto, luego no parecen ser tan buenos como aparentan. 

En el corazón - centro de donde nacen las buenas y malas intenciones del hombre - se cultivan todos los ingredientes para que sus actos sean buenos o malos. Lo que da carácter de bueno o malo es la intención que anida en el corazón. El pecado - ya lo dijo Jesús - Mc 7, 21 - nace de dentro del corazón del hombre. En consecuencia, necesitamos fundamentar y apoyar nuestra vida en el Señor, porque, en Él, encontramos esa fortaleza y firmeza para sostenernos ante las tempestades a las que el mundo nos somete y las seducciones que nos ofrece con tal de que nuestra fortaleza y firmeza se debilite y desplome. Él es la Roca que nos sostiene y nos preserva de todas esas tempestades que nos amenazan con derribar nuestra fe.

viernes, 24 de julio de 2020

PREOCUPADOS POR HACER Y DAR FRUTOS

La causa de nuestro pasotismo, muchas veces, está en que no valoramos lo que hacemos. Entendemos que dar frutos es hacer obras y conseguir solucionar muchos problemas. Luego, ¿qué ocurre? Ocurre que cuando los problemas son insalvables o no podemos encontrarles solución, no desanimamos y arriamos nuestra voluntad. Entendemos que nuestros frutos han sido estériles y nos apartamos de mantener y perseverar en la actitud de esforzarnos por dar buenos frutos.

MATEO 13 18-23 |
Mt 13,18-23
La cuestión es entender que el fruto que Jesús nos pide es el de aceptar su Palabra, escucharla y tratar de que, filtrada y purificada en nuestro corazones, vaya transformando nuestra vida conforme a vivirla según esa Palabra, sembrada y cultivada en nuestros corazones, nos mueve. Y no preocuparnos tanto de los frutos o resultados, sino de que nuestros actos tengan buena intención en ser vividos según Dios manda. Los frutos irán dando resultados cuando van acompañados de la acción del Espíritu Santo.

Porque, el verdadero fruto eres tú. Tu vida y tu actitud de ser fiel a la Palabra de Dios, y de actuar en consecuencia con ella. Eso significa que tratarás de ser sincero, defender la verdad y actuar en verdad. Ser justo de la misma forma que quieres que sean justo contigo. Preocuparte por ser solidario; por compartir; por buscar el bien, sobre todo a los más pobres y necesitados...etc. Y actuar lo más parecido a como actuó Jesús cuando, encarnado en Naturaleza humana, pasó por este mundo.

Esos son los frutos que se nos piden y cada cual con sus posibilidades y talentos recibidos. Y esa debe ser nuestra respuesta que, para muchos, será diferente o especial según lo que Dios disponga. Y de esos hay muchos ejemplos. Tratemos pues de escuchar la Palabra de Dios de cada día y esforzarnos en seguir cultivando esa siembra que, sembrada, valga la redundancia, en nuestros corazones la llevemos a la actuación de cada día en nuestra vida.

sábado, 16 de septiembre de 2017

CORAZÓN Y FRUTOS


Lc 6,43-49
La correspondencia es clara, de un corazón bueno se generan frutos buenos, y de uno malo, sus frutos serán malos. Porque, de lo bueno, no puede salir nada malo, y viceversa, de lo malo no puede salir nada bueno. El sentido común deja todo muy claro. De lo que reboza en el corazón, da testimonio la boca.

Y eso se corresponde con la realidad. Las personas tienen un áurea que las delatan como buenas personas y sus frutos lo corrobora. Se ganan la confianza de todo el mundo y rebozan de buenas obras. Todo lo contrario a aquellas otras que guardan segundas intenciones y miran para sus propios intereses. La experiencia nos lo demuestra a cada instante, y todos sabemos de quienes nos podemos fiar y de quienes no. Y eso tiene su consecuencia en los actos de cada cual.

No se entiende que se diga esto y se haga aquello. Muchas personas descubren las intenciones de su corazón cuando hablan y dicen y, hasta prometen, y luego sus palabras no se corresponden con sus actos. Parece que aquello que en su día dijeron o prometieron no tiene ningún valor. De esas actitudes no se puede confiar, es decir, esas personas no generan confianza ni sus frutos son buenos.

Jesús, el Señor, termina exponiéndonos una parábola que deja bien claro la actitud de esas personas: «¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que digo? Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente...

No deja duda, eso a lo que ser refiere el Señor pasa a cada instante. Decimos que creemos, pero, luego nuestra vida va por otro camino. ¿Qué nos sucede? ¿Mentimos? ¿Edificamos nuestra casa sobre arena? ¿Nuestras obras salen de un corazón acomodado, instalado, viciado, corrompido, hedonista...? Podemos reflexionar seriamente sobre esto.

viernes, 28 de abril de 2017

CONFIADOS POR LA FE

(Jn 6,1-15)
Sabemos, o debemos saber, que todo depende del Señor, y es Él quien hace todo. Pero eso no nos exime de esforzarnos y poner todo lo que está de nuestra parte. El Señor sabe lo que nos hace falta y lo que realmente necesitamos. Y, para Él, todo es posible. Pero, quiere contar con nosotros y comprobar nuestra fe. En esa actitud debemos de esforzarnos y trabajar con confianza y confiados en Él. Es nuestra fe la que nos salva y hace el milagro.

Hoy hay muchos panes y peces que repartir. No sabemos cómo hacerlo, pero eso no nos debe dejar pasivos, lánguidos y perezosos, sino todo lo contrario, animarnos y esforzarnos en hacer y poner todo lo que esté a nuestro alcance. Hoy, incluso, nos rechaza el pan espiritual que les damos. Organizamos encuentros, charlas y provocamos circunstancias para hablar y conocer al Señor, pero la respuesta es siempre la misma. Vamos los que ya estamos y queremos e intentamos seguirle. No se suman ni responden nuevos hermanos en la fe.

Y eso nos desanima en muchos momentos y nos tienta a dejarnos ir. Pero no debemos dejarnos vencer. Confiemos en el Señor. Él sabrá repartir su Pan espiritual y saciar a todos aquellos que le busquen y tengas sed y hambre de su Amor. El hombre es libre y dueño de hacer lo que quiera, pero, se supone, que buscará la felicidad y la verdad, porque están escrita dentro de su corazón. En esa búsqueda encontrará al Señor, porque es el único que le salvará.

Sin embargo, hacemos las cosas de forma desinteresada y sin buscar resultados. Porque ellos pertenecen a Dios. Así como Jesús, el Señor, se esconde y desaparece cuando descubre que le buscan para hacerle Rey, impresionados y asombrados por sus prodigios y milagros. Por lo tanto, no miremos los frutos, sino tratemos de cultivarlos y ponerlos en Manos de Dios. Él es el verdadero autor y dueño de todo.

sábado, 10 de septiembre de 2016

FRUTO BUENO, ÁRBOL BUENO

(Lc 6,43-49)


Es de sentido común que lo bueno procede de lo bueno, y viceversa, de lo malo, lo malo.  Los buenos frutos se cultivan con y en la tierra, rica en abonos y mezcladas con buen estiércol. Y, las malas, están rodeadas de malas tierras y sin el abono necesario para e buen desarrollo y crecimiento de las semillas en ella plantada.

Siempre me he preguntado que no hay frutos malos, porque parto de que Dios, nuestro Padre, no puede crear nada malo. Y si todo ha sido creado bueno y en orden al bien del hombre, algo tuvo que haberlo estropeado. El pecado. El pecado tiene el poder al ser libre el hombre, y, por esa libertad con la que puede elegir, puede ser engañado y seducido por el demonio. Señor del pecado y príncipe de este mundo.

De tal manera que, sometido y dominado bajo su poder, el hombre da la espalda a Dios y establece el mal en el mundo. Es difícil entender la soberbia y el cinismos de muchos que su perdición no tiene cura, y nada se puede hacer en su recuperación, porque son árbol de mala planta y no tienen cura. (Eclesiástico 3, 17-18. 20-28).

De esta forma y por esta causa, hay árboles malos y buenos. Árboles que dan buenos frutos y malos que los dan malos. Y todo depende del cuidado que cada uno dedique a sí mismo, a su propia tierra sembrada con la Palabra de Dios. Es lo que nos dice Jesús hoy en el Evangelio cuando nos habla de aquellos que se le acercan y se esfuerzan en vivir su Palabra. Construyen sobre roca, porque viven cada día de la oración y la escucha de la Palabra, poniéndola por práctica, al menos intentándolo, y alimentándose en la Eucaristía.

Por el contrario los que se alejan son los que cierran sus oídos a la Palabra y viven según sus pensamientos e impulsos construyendo sus vidas sobre arenas que al menor contra tiempo se remueven y se derrumban hundiéndose en la perdición. Tratemos de construir nuestra vida según la Palabra de Dios, dejándonos invadir por la acción del Espíritu Santo.

jueves, 23 de junio de 2016

NO SOBRAN LAS PALABRAS, PERO NO BASTA CON ELLAS SOLAS

(Mt 7,21-29)


Lo decimos de nuevo, aunque somos los primeros en caer. Seguir a Jesús no consiste en oírle, visitarle y hasta estar de acuerdo con Él. No, se trata de eso y algo más. Y ese algo más tiene que ver con las obras. Si no hay obras, las palabras quedan huecas, en el vacíos y se las lleva, como dice el refrán, el viento.

"No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial". Se trata de hacer, no de decir, aunque el dicho y las palabras se necesitan y por ellas nos entendemos. Pero el broche de oro lo ponen las obras. Es decir, la vida. Porque tampoco se trata de hacer y hacer; acumular y acumular. No, se trata de poner la sal y la luz necesaria a todas las obras de nuestra vida. Desde la mañana hasta la noche.

Se trata de vivir con amor, con el mayor amor que puedas. El Espíritu Santo pone lo que a ti te falta. Y no de hacer grandes cosas, ni ponerte grandes retos. El Señor sabe de tus posibilidades y de tus talentos. Sólo nos pide que los utilicémos bien, para el bien y con amor. Se trata de vivenciar tu vida con la palabra de expresar al Señor: "Señor, Señor". Las dos cosas son necesarias, la alabanza y oración con las obras de tu disposición y servicio a los demás.

La palabra, tú palabra no llegará nunca al corazón del otro con la posibilidad de transformarlo, sino va impregnada de amor, de verdadero amor., porque sin él pierde toda su fuerza. Todo quedará impregnado de la Gracia de Dios si realmente esta impulsado y motivado por el esfuerzo de vivir el proyecto de amor que Jesús nos enseñó con su testimonio de vida.

Te pedimos, Señor, que nuestra vida, revestida de oración y alimentada por la fe, esté siempre acompañada por la fuerza de la caridad.

viernes, 27 de mayo de 2016

MI CASA ES CASA DE ORACIÓN

(Mc 11,11-25)


En la vida lo importante no es lo que hayas vivido, sino la fe con la que has vivido. Porque es la fe la que te mueve y dirige tus pasos. No importan los pasos que hayas dados, ni tampoco los zapatos que hayas usados, lo verdaderamente importante son las huellas que hayas dejado al pasar.

No se trata de dar frutos, sino del amor con que los das. Cuando se pierde ese ardor y entusiasmo se pierde la fe, porque es precisamente la fe la que alimenta y entusiasma al ardor de vivir y actuar. Así, sin horizontes claros y objetivos concretos, la fe se debilita y se pierde y el sentido de las cosas se distorsiona, y lo que era casa de oración se vuelve ahora casa de mercaderes y cambistas.

Aquello que está destinado a dar frutos, si no los da, se seca y pierde su misión, su objetivo y su sentido. De la misma manera, si tu fe no te da preocupación por crecer en santidad y avivar el esfuerzo de imitar al Jesús, tu manantial de agua viva puede secarse y ocurrirte lo de la higuera. Uno sabe cuando tiene que esperar, porque al final los frutos los recoge el Viñador, pero siempre que el los obreros hayan hecho lo que está en su mano.

Necesitamos alimentar nuestra fe, y la alimentamos en la medida que intimamos con el Señor. ¿Y cómo intimamos? Pues con la oración, la frecuencia de la escucha de la Palabra, la Eucaristía y la Penitencia. Los equivalentes al agua, al estiércol, abono y buena tierra que necesita la higuera para, estando bien cultivada, dar frutos. Quizás lo que necesitemos es que nuestros pasos dejen la huella del amor por donde pasamos, y eso, como la semilla que cae en tierra buena, dará frutos a su debido tiempo.

La lección que hoy podemos sacar de esta Palabra, al menos, la que podemos vislumbrar en este momento que la leemos y reflexionamos, es la necesidad de abrirnos y de pedir fe. Fe para sostenernos en la oración y en el esfuerzo de dar frutos. Frutos que serán por Obra y Gracia del Espíritu Santo, quien transformará nuestros torpes pasos y trabajos en verdaderos actos de amor que, tarde o temprano, darán sus frutos. Porque los buenos frutos nacerán del buen árbol que se riegue con amor.

sábado, 7 de noviembre de 2015

EN LO PEQUEÑO SE DESCUBRE LA VERDAD

(Lc 16,9-15)


Cuando lo que me importa no ocupa el centro de mi corazón, todo lo que se haga es pura apariencia. Las raíces no son profundas, y los frutos salen contaminados y podridos aparentando lo que no son. A veces vivimos auto engañados en realidades distorsionadas, y aparentamos quereres que, realmente, no lo son. A la menor tempestad se derrumban y se descubren.

Esa es la razón de muchas sorpresas, que la propia vida pone al descubierto: matrimonios rotos, separados, enfrentados; familias que se odian; abortos; injusticias, explotaciones, guerras de poderes...etc. Se descubre el dios economía, que suplanta a todo lo demás. El amor queda enterrado, bloqueado y pospuesto al interés económico. 

Experimentamos un dios de conveniencias y en función de nuestros propios intereses. Y, claro, ese dios no es el Dios de Jesús, el Señor. Él nos ha enseñado otro Dios. Un Dios comprometido, fiel y amoroso. Un Dios que nos ama incondicionalmente, pues de no ser así no tendríamos escapatoria, y que permanece a nuestro lado como mendigando nuestro mísero amor. Un Dios que, indudablemente no merecemos, pero que, a pesar de eso, nos llama y nos ofrece la salvación.

A poco que profundizamos en nosotros mismos, descubrimos que nuestra propia raíz de fe no está muy profunda. También que nuestro regadío, y la calidad de nuestra agua no es todavía lo suficientemente pura, pero que, confiados y esperanzados en el Espíritu de Dios, y por su Gracia, lleguen a serlo.

Necesitamos, Señor, que aumentes nuestra fe, y que nuestro corazón vomite toda la basura, superflua y caduca, que lo alimenta. Y que las raíces del amor bueno profundicen y germinen en buenos frutos que sostengan la fidelidad y perseverancia en lo fundamental, el Amor de Dios.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Y ME LO REPITES EN EL EVANGELIO


(Lc 6,43-49)

Hoy he tenido un diálogo con el Señor en el camino hacia la Capilla de oración. La publicaré en el blog vivencia (140914), y ahora, inmediatamente, me lo repites de nuevo en tu Palabra Evangélica. No te amo más, me has dicho por el Espíritu Santo, por mis compromisos y prácticas de piedad contigo que por mis actos de bondad con las personas que convivo y se cruzan en el devenir de mi camino. 

Mi compromiso de amor no se exterioriza sólo en mis palabras, sino especialmente por mis obras. Obras que se concretan en el acontecer de mi vida diaria con las personas que me rodean y con las que conviven por el camino de mi propia vida. 

No estoy contigo, Señor porque te lo diga, sino porque mis obras en los demás lo certifican y corroboran. Dame la sabiduría, fuerza y voluntad de que mi piedad y cumplimientos vayan acompañados y refrendados por mis obras. Y acepta, Señor, mi corazón contrito, humillado y pecador que cada día, a pesar de mis buenos propósitos se hunde en el pecado de su carne y limitaciones. 

Inunda mi corazón Señor de buena semilla para que dé buenos frutos, porque de buena semilla sólo saldrá buenos frutos. Llena la tierra de mi vida de tu Palabra, para que escuchándola, no sólo la cumpla sino que también la viva apoyado, como casa en roca, en la fuerza y asistencia del Espíritu Santo.