martes, 31 de enero de 2017

ES CUESTIÓN DE FE

(Mc 5,21-43)
¿Tú crees que también tocando al Señor puedes curarte? ¿Piensas que Él ya no está aquí para que le puedas tocar? Te equivocas, pues está más cerca que antes, y disponible en cualquier momento, a tu horario y tus posibilidades. No tienes que ir detrás de Él como aquella mujer. Lo tienes en el Sagrario. Allí te espera, y allí puedes tocarlo con tu corazón, cara a cara. Habla y cuéntale todos tus problemas.

Te escucha y te siente cercano, como ocurrió con aquella mujer con flujos de sangre. Y sólo te pide fe. Fe a ti y a mí. Nos pide que creamos en Él. Él todo lo puede y, ante el asombre de los que están presente, aquella mujer se cura de su flujo de sangre, y la hija de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, a pesar de que ha recibido la noticia de que su hija ha muerto, Jesús, que ha oído esa noticia, le calma y le dice que no temas, solamente ten fe.

Esas palabras no son sólo para Jairo, sino también para ti y para mí. "No temas, solamente ten fe". Eso es lo que nos pide el Señor. Tener fe en Él. Porque, Él nos salva y nos perdona todas nuestras faltas; porque Él está entre nosotros para darnos su Misericordia y para fortalecernos. En Él podemos hacer maravillas y hasta curaciones, pero sólo para su Gloria. Por eso, conviene mantenerse en el anonimato y no pregonarlo, porque la fe necesita abandono y confianza en aquel en que se cree. Se nos ha dado libertad y la libertad exige compromiso. Amar es un compromiso, porque amar cuando todo es hermoso y bueno es de sentido común, pero cuando la vida se complica y hay problemas, amar es sinónimo de fe. Hay que fiarse y apostar.

Así nos quiere Jesús, entregado y confiados a su Amor. Él nos ama con un Amor comprometido y perseverante. No nos abandona ni en los momentos que nosotros le rechazamos. La lección de su Amor es clara y transparente. Ha dado su Vida por nosotros. Creamos en Él y veremos maravillas en nuestra vida. Jesús, el Señor, no nos miente y cumple siempre su Palabra. Tengamos fe y paciencia, porque sus planes no son nuestros planes.

lunes, 30 de enero de 2017

CUANDO PRIMA LO ECONÓMICO

(Mc 5,1-20)
Estamos manchados y heridos por el pecado. No encontramos salidas a nuestras miserias y, atormentados, desesperamos y buscamos la muerte. Sólo la fe y confianza en la Misericordia del Señor puede darnos la paz que necesitamos para alcanzar nuestra liberación. Jesús nos libera de todo aquello que nos somete y esclaviza.

Hoy, el Evangelio nos habla de un endemoniado al que nadie podía sujetar. Encontrándose con Jesús es liberados de los espíritus inmundos que le atormentaban, y son expulsados a una piara de cerdos que pacían por allí, que se precipita acantilado abajo al mar, muriendo todos los cerdos ahogados.

La cuestión es la siguiente: Los presentes quedan impactados por lo que ven, pero dolidos por la riqueza material y económica que han perdido con la muerte de los cerdos. Les interesan más la pérdida económica que les supone la muerte de los cerdos, que la liberación del hombre endemoniado. Priman los intereses económicos ante los de las personas.

Las consecuencias son que Jesús les molesta y le piden que se vaya. ¿No nos recuerda esa forma de proceder a algo que también sucede ahora en nuestro tiempo? ¿No se parece esa actuación a muchas que ocurren también ahora? El hombre busca la felicidad, pero la busca en el poder económico. Y se equivoca. Así ocurre que pasa toda su vida buscándola donde no la puede encontrar.

Y eso se repite constantemente en nuestro tiempo de hoy. El hombre valora mucho más sus intereses económicos que el tiempo dedicado a la reflexión, al encuentro con el Señor y al servicio a los que lo necesitan. Desesperamos por la pérdida de nuestros intereses materiales, pero no tanto por el sufrimiento de aquellos que carecen de todo y pasan hambre y sed.

Tratemos de pensar un poco más en eso, en mitigar los sufrimientos de los que no tienen que comer o padecen el sufrimiento de las guerras y de la falta de paz.

domingo, 29 de enero de 2017

LA FELICIDAD, TEMA SIEMPRE DE MODA

(Mt 5,1-12)
El hombre no puede escapar a la felicidad, porque eso es lo que busca y lo que persigue desde que toma conciencia como ser humano. Incluso, desde su nacimiento llora cuando no es feliz. Busca estar bien, a gusto, satisfecho. Y busca estar divertido, entretenido. En una palabra, tú y yo buscamos la felicidad. Ese es el tema de nuestra vida que siempre nos persigue.

Y ese deseo profundo que busca el hombre, la felicidad, es de lo que habla Jesús, el Señor, hoy en el Evangelio. Las Bienaventuranzas no son sino esos caminos hacia la felicidad que el Señor descubre y propone para que el hombre la encuentre. Nada mejor que su nombre: "Bienaventurados" aquellos que sepan recorrer su vida por esos caminos bienaventurados, valga la redundancia.

Porque, bienaventurados serán los pobres. Pobres de espíritu que saben que la vida no se apoya en las cosas materiales, pues son caducas; pobres que descubren que la vida es para compartirla y enriquecerla en el servicio a los demás; pobres que se identifican con el dolor y el sufrimiento de los demás. Pobres, en definitiva, que viven en el desprendimiento de todo aquello que le pueda separar del Camino, la Verdad y la Vida.

Porque, bienaventurados serán los humildes, que entienden que ser humilde no es humillarse, ni tampoco someterse ni acobardarse. Ni experimentarse superior y de más valía que otros. Ser humilde es reconocer que no podemos ser como Dios y que de Él venimos y a Él iremos. Humildes para, sabiéndonos sus criaturas, ponernos en sus Manos.

Y, bienaventurados aquellos que saben ser fieles y perseverantes a su Palabra. Bienaventurados los que, a pesar de las tribulaciones, los problemas, las adversidades, el camino contra corriente y todo tipo de obstáculo, son dóciles a su Palabra y permanecen fieles a su Voluntad. Busquemos esa felicidad que vive y arde dentro de nosotros, porque Dios la ha sembrado, y sigámosle.

sábado, 28 de enero de 2017

LA OTRA ORILLA

(Mc 4,35-41)
Quizás nos convenga a nosotros también ir a la otra orilla. Quedarse instalado y bien aparcado puede anquilosarnos y acomodarnos. Sí, ¡claro!, cambiar de orilla siempre es molestoso, arriesgado y nos complica nuestra existencia. Un viaje exige esfuerzos y preparación, y, quizás, no queremos esforzarnos ni prepararnos. Nos incómoda.

La otra orilla exige cambio y riesgos de tormenta y tempestades, o, quizás, hechos imprevistos. Pero la fe nos da seguridad. Es precisamente eso, seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve. Caminar con el Señor debe darnos seguridad y confianza. Eso no nos exime de ser prudentes y tener sentido común. Pues, el Espíritu no está para arreglar nuestros irrazonables impulsos y caprichos.

La fe es saber que Jesús nos acompaña y actúa cuando es preciso y conviene. Y sólo Él sabe realmente cuando conviene. Claro, posiblemente no le entendamos ni comprendamos, pero siempre ocurrirá lo mejor para nosotros. Porque el Señor ha venido para eso, para salvarnos y ofrecernos un lugar de paz y plenitud eterna.

Como Abrahán, como Isaac y Jacob, sigamos la estela de la fe, confiados en el Señor. Su Espíritu nos guiará y nos llevará por el verdadero camino de salvación. Seguro que quedaremos asombrados y exclamaremos admirados sus maravillas, pues para el Señor todo es posible. Porque merecemos que el Señor nos riña como a los apóstoles. Y posiblemente más, pues ellos todavía no habían recibido el Espíritu Santo, mientras que nosotros si lo tenemos por nuestro Bautismo.

¿Dónde está nuestra fe?, nos puede estar gritando el Señor. ¿Es qué no hemos recibido suficiente testimonio para dejarnos guiar y abandonarnos en sus brazos? Pidamos que esa fe aumente en nosotros.

viernes, 27 de enero de 2017

LA SEMILLA LLEVA SU PROCESO

(Mc 4,26-34)
Tenemos un milagro delante de nuestros ojos. Cada día, a poco que caigan unas gotas de agua en la tierra, brotan tallos, espigas y granos. Mientras el hombre descansa, la vida vegetal se mueve silenciosamente, crece y se desarrolla. De dónde saca esa vitalidad es algo misterioso que el hombre no puede explicar. Sí, es posible que explique cómo se origina, pero nunca el por qué de lo que da lugar a eso que la origina. Siempre será un interrogante.

El Evangelio de hoy, la Palabra, nos habla del Reino de Dios: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega». 

También decía: « ¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». 

El Reino de Dios está dentro de nosotros. Por el Bautismo, el Espíritu Santo, se nos ha sembrado esa semilla de santidad que crece dentro de nosotros. Claro, necesita nuestra tierra bien abonada, que lo podemos hacer por los sacramentos, para que dé los frutos esperados. Por eso necesitamos perseverar, tener constancia y sostenernos en la fe. 

El Señor llegará sin retraso. Su Palabra es Palabra de Vida Eterna. Tengamos esperanza y fe, porque el Señor lo que dice siempre lo cumple.

jueves, 26 de enero de 2017

¿SOMBRA O LUZ?

 (Mc 4,21-25)
La cuestión es que podemos dar luz, pero también hacer sombra. En la sombra reina la oscuridad, la penumbra y la confusión. También es lugar de reposo, de descanso o de aletargamiento y pasividad. Es quietud y rutina que nos hace ver siempre lo mismo. Es espacio donde bajamos los brazos y nos sometemos al sueño y descanso y nos rendimos a la decepción. 

Pero también podemos, y para eso estamos llamados, dar luz. Esa luz que recibimos en el Bautismo y que desprende claridad, luminosidad, brillo, resplandor. Y nos mueve a la acción, al camino, a la actividad, al trabajo y a los frutos. Es la luz que no muere, pues está siempre activa. Porque la otra clase de luz no garantiza el tiempo. Es una luz que se gasta, se va oscureciendo con el camino de la vida, y termina por apagarse. Una luz así no interesa ni atrae.

Pero, ocurre, que esa luz es aparente y engaña. Tiene una luminosidad atractiva, de colores y seductora, que puede aparentar gozo, alegría y felicidad, pero luego se vuelve cansina, oscura, sombría y muere dejándonos en la oscuridad y en el vacío. No queremos una luz así, porque no nos sirve. Nos gusta una luz alegre, pura, clara, transparente y de verdad. Una Luz brillante, incandescente y que nos mantenga siempre en la claridad para operar bajo la luz y sin engaños.

Queremos ser luz que camine y alumbre el camino. Luz que contagie y que alegre; luz que sirva para ver y alumbrar los caminos de nuestra vida y nos lleve a la verdadera felicidad que buscamos. Esa es la luz que nos interesa y que queremos ser. Y esa es la luz que queremos dar y transmitir. Una luz de gozo y de felicidad que nos llama a vivir gozosamente y en plenitud. 

Una luz que hemos recibido ya en nuestro Bautismo y que queremos conservar y acrecentar para, no sólo alumbrarnos nosotros sino alumbrar a todos aquellos que nos acompañen. Un luz que nos ayudará a medir con una medida de bondad, de generosidad y de verdadero amor, para que también nosotros seamos medido de la misma forma.

miércoles, 25 de enero de 2017

¡PROCLAMAD EL EVANGELIO!

(Mc 16,15-18)
Por nuestro compromiso de Bautismo estamos consagrados como sacerdotes, profetas y reyes. Y eso nos compromete y exige proclamad el Evangelio. Es de sentido común que todos no podremos proclamarlo de la misma forma, pues cada cual tiene sus talentos y circunstancias que le señalan la forma de proclamarlo. Pero, si es cierto que todos tenemos que proclamarlo desde la verdad, la justicia y el amor.

Hemos recibido el Espíritu Santo e, igual que Jesús en su Bautismo, quedamos revestido por su fuerza y su poder. Jesús nos lo dice en el Evangelio de hoy: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien». 

Y por la acción del Espíritu Santo  podemos, como Jesús, expulsar demonios, hablar en lenguas nuevas, imponer las manos sobre los enfermos y se pondrán bien. Todo está en que nos lo creamos y creamos en el Espíritu Santo. Ya nos lo dice Jesús: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: Desarráigate y plántate en el mar. Y os obedecería.

Avivemos nuestra y creamos en la Palabra del Señor. Por El Espíritu Santo, recibido en nuestro Bautismo, podemos hacer lo que el Señor nos ha mandado. Tengamos fe y confianza en Él.

martes, 24 de enero de 2017

HERMANOS EN LA VOLUNTAD DE DIOS

(Mc 3,31-35)
Indudablemente que todos estamos hermanados en Xto. Jesús, porque estamos llamados a la salvación. Tenemos un mismo Padre común e invitados a salvarnos por los méritos del Hermano Mayor, nuestro Señor Jesús. Pero, también es verdad que sólo tendrán esta posibilidad aquellos que, no sólo escuchan la Palabra del Señor, sino que se esfuerzan y trabajan en cumplirla. Porque esa es la Voluntad del Padre.

Hoy, en el Evangelio, Jesús nos enseña esta lección. No son su madre, hermanos, hermanas los que llevan el vínculo de parentesco, sino aquellos que cumplen la Voluntad del Padre que está en los cielos. Jesús deja muy claro que no es el vínculo de la sangre lo que nos hace hijo de Dios, sino el vínculo del amor reflejado en el servicio y la entrega a los pobres y excluidos. Porque esa es precisamente la Voluntad de Dios.

Sus Palabras no dejan lugar a duda: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Y siguiendo la reflexión, observamos que, en lugar de dejar en mal lugar a su Madre, la exalta y la alaba, porque ella es la bienaventurada por haber creído. Y porque todo lo que hace va dirigido a cumplir la Voluntad de Dios. María es señal y orientación para todos aquellos que vamos perdidos y confundidos por los olores que el mundo nos suelta para confundirnos y sembrar dudas en nuestro corazón.

María es la Madre que soporta y ora en silencio, y camina al lado de su Hijo, a pesar de las críticas, desprecios y obras que sus propios parientes no entienden hasta el punto de no dejarle tranquilo. Es posible que muchos de nosotros estemos pasando por esas mismas pruebas y lleguemos a desesperar y hasta a pensar en abandonar. Caminemos y recemos junto a María, para que nuestro corazón fortalecido en el Espíritu se sienta hermanado con el de Jesús haciendo la Voluntad de Dios.

lunes, 23 de enero de 2017

DIVIDIRSE ES DESTRUIRSE

(Mc 3,22-30)
Las divisiones nacen en los enfrentamientos provocados por la envidia, el poder, la ambición, los privilegios y egoísmos. Una familia dividida está llamada a desaparecer. Lo mismo podemos decir de los pueblos y naciones. Hoy acusan a Jesús de estar proclamando en nombre de Beelzebul, y quienes lo dicen son los escribas, los entendidos y los que se supone sabían de las cosas de Dios para ayudar al pueblo.

No se entiende nada. Tienen delante a la misma Bondad en persona, Jesús, y no se dan cuenta. Se atreven a decir: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios». No tiene ningún sentido decir esto, pues uno mismo no se puede expulsar ya que no podría subsistir. como tampoco un hombre forzudo, si no está atado, no dejará entrar a nadie a zaquear su casa. Jesús les explica y les dice en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno».

Es esperanzador escuchar del mismo Señor que todos los pecados y blasfemias, por muchos que sean, serán perdonados. Sin embargo, quien blasfeme contra el Espíritu Santo no será perdonado. Y es que si no dejamos actuar al Espíritu Santo en nosotros no podremos tener perdón y, por lo tanto, salvación. Y es que para creer y hacer la Voluntad de Dios tenemos que dejar entrar al Espíritu Santo en nosotros y dejarnos conducir por sus impulsos y acciónes. Él será el que nos da la fuerza para vencer al mal y hacer la Voluntad de Dios.

domingo, 22 de enero de 2017

LA PRUDENCIA DE JESÚS

(Mt 4,12-23)
No conviene provocar el peligro, y Jesús, con buen sentido común, se aleja de la amenaza que le pone en peligro. Ya habían matado a Juan y Jesús, no por miedo sino por prudencia, se aleja y retira a Galilea. Y dejando Nazaret, vino a residir en Cafarnaúm junto al mar, en el término de Zabulón y Neftalí; para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: «¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido». Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado». 

El Reino de los Cielos está entre nosotros, ha llegado. Jesús es el Reino de Dios, y se ha hecho presente entre nosotros para enseñarnos el camino de salvación. Jesús va a proclamar el mensaje de salvación con su Palabra y con su Vida. En su Bautismo, el Padre nos ha invitado a escuchadle y a imitarle. Él es el Hijo predilecto en el que el Padre se complace.

Desde entonces estamos invitado a convertirnos, a cambiar la forma de ver la vida y de pensar según nos la enseña Jesús. Un estilo de vida diferente donde el amor es la centralidad del mensaje y el arma a utilizar en todos nuestros actos. Y para eso, Jesús escoge a unos discípulos, Andrés y su hermano Simón. A Santiago y su hermano Juan. Va formando su grupo predilecto y les encargará, junto con otros que escogerá más tarde la misión de seguir proclamando su mensaje. Es la Iglesia que 2016 años más tarde sigue en pie proclamando su mensaje.

Hoy también te elige a ti y a mí. Todos por nuestro Bautismos somos elegidos para continuar la misión. Quizás lo que tenemos que descubrir es el cómo y dónde. Ya hemos sido colocado en el tiempo, en un lugar, en una familia y en unas circunstancias concretas. Ahora, conducidos por el Espíritu encontraremos el camino y la forma.

sábado, 21 de enero de 2017

UN BIEN QUE NO SE ENTIENDE

(Mc 3,20-21)
Cuando nuestra vida hace el bien, para muchos es molestia y les causa problemas. Muchos no quieres que tú hagas o vivas de otra forma, porque puede ser que esa forma, si nace y vive en la verdad, les descubra y les denuncie. Ese remordimiento les molesta y tratan de buscar razones que le justifiquen su rechazo y su defensa alegando que estás loco o perturbado. Y es en tu propia familia, como le ocurre a Jesús, donde encuentras más dificultades y tropiezos.

No se entiende la caridad y el amor desmedido de Jesús por hacer el bien. Todos acuden a Él porque, en Él, buscan y esperan encontrar la solución y el remedio a sus problemas. Y eso molesta a otros, a los cercanos, a los que no le valoran porque son de los suyos y no entienden su Divinidad. "Nadie es profeta en su tierra". Y ahí está María, en medio de esa encrucijada, y también señalada. Comprenderemos el camino de una Madre y su dolor hasta llegar al pie de la Cruz. Pero también descubriremos su firmeza, su fe y su perseverancia.

Esta humilde reflexión nos puede ayudar a considerar cuál es nuestra actitud. Porque también nosotros podemos encontrar exagerada la exigencia de la Palabra de Dios. También nosotros podemos discutir que el Evangelio es muy radical, muy exigente y que Jesús se pasa un poco. Y, posiblemente, tratemos de buscar algunas justificaciones. Caemos en el autoengaño.

Es posible que estemos incluidos en esa gente que no le deja tranquilo, ni siquiera comer. Le seguimos crucificando y exigiéndole que nos demuestre con su poder que es el Hijo de Dios, que baje de la Cruz y se salve, y nos sorprenda. No somos mejores que aquel ladrón de la izquierda. Una vez más, exigimos un dios hecho a nuestra medida, a nuestras verdades, a nuestras miradas por el estrecho embudo. Un dios que se acomode a nuestra manera de pensar.

Reflexionemos en ese sentido, e, injertados en el Espíritu Santo, tratemos de dejarnos conducir por su Luz, confiados en que con su asistencia y poder podemos hacer realidad nuestra correspondencia al amor que el Señor nos da.

viernes, 20 de enero de 2017

LA ELECCIÓN QUE NOS ASUSTA

(Mc 3,13-19)
Tenemos miedo responder que sí, y de entregarnos sin condiciones, tal y como Dios nos quiere y nos llama. Porque no hay excusa ni justificación. Él nos lo ha dado todo y de manera gratuita, sin pedirnos nada a cambio. Y nos pide a nosotros lo mismo. Pero, previamente, nos ha dotado, también gratuitamente, de todo lo necesario para responderle de esa misión que nos ha encargado.

Y no es fácil descubrirla, pero tampoco difícil. Digamos que se necesita estar atento, vigilante y dispuesto a ir dejando lo que entendemos que no debemos hacer y que son apetitos, apegos, comodidades y egoísmos. Digamos que tú sabes cuándo actúas bien y cuando no. Al menos te quedas en duda y no muy conforme. Digamos que hay señales que nos indican lo que Dios quiere de cada uno de nosotros y que también nuestra conciencia nos descubre.

Estar atentos es seguir cada día la Palabra de Dios e ir, en estrecha relación con el Espíritu de Dios, que habita en nosotros desde nuestro Bautismo, dialogando y conociendo lo que Dios quiere de forma concreta de cada uno de nosotros. Iremos descubriendo nuestras cualidades y, sobre todo, poniéndolas al servicio del bien y para el bien de los demás. Entonces iras experimentando y sintiendo lo que Dios quiere de ti y para lo que te ha preparado.

Es posible que sientas cansancio. Muchos incluso se quedan por el camino. Les falta la constancia, la fe y paciencia, la perseverancia y, sobre todo, la esperanza. ¿Qué sacrificios entiendes que Dios te pide? Jesús, el Hijo de Dios, ya los satisfizo todos. Tú no tienes que pagar nada. Entre otras cosas porque tu sacrificio no paga nada. No tenemos talla ni capacidad para poder pagarle a Dios. Todo nos ha sido regalado.

Simplemente, tus sacrificios consisten en el esfuerzo de cada día en hacer lo que Dios quieres que hagas. Es decir, su Voluntad. Y su Voluntad es lo que te ha encargado. Ahí, donde estás, con esas cosas que quizás te cuestan, porque te gusta y desearías hacer otras, pero es esa la que conviene y la que tienes que hacer: "Hacer bien tu trabajo; atender a los tuyos lo mejor que puedas; escuchar, comprender, tener paciencia, soportar al que nadie soporta...etc. Esos son tus sacrificios, los que Dios te pide, y el tiempo dedicado a hablar con Él.

Sí, Dios también nos ha llamado a cada uno de nosotros. Y por nuestro nombre. Y está junto a nosotros, a tu lado y al mío. ¡¡Despertemos y respondámosle!!

jueves, 19 de enero de 2017

ESCUCHAR Y HACER

(Mc 3,7-12)
En el Bautismo Jesús fue presentado por el Padre como el Predilecto, el enviado, el Hijo en el que se complace, y nos invita a escucharle. El escucharle implica también el hacer lo que Él hizo y hace cada día con nosotros, amarnos misericordiosamente y acogernos perdonándonos todos nuestros pecados. En la raíz del perdón se esconden nuestra actitud de amor. Si amamos perdonamos, y si perdonamos es porque amamos.

Jesús, en el pasaje que hoy nos cuenta el Evangelio, es perseguido por la gente. La multitud se agolpa a su lado y le siguen por todas partes. Incluso muchos se lanza a agarrarle, a tocarles con la esperanza de curar sus dolencias. Jesús tiene que tratar de huir para evitar que le aplasten. 

Jesús acoge y cura. Su fama se extiende por toda Judea. Vienen a Él de todas partes buscando ser sanados. Sin embargo, debemos buscar también la sanación del alma, porque el cuerpo solo queda a merced del tiempo y de la corrupción. La salvación, nuestra salvación, es integral, cuerpo y alma, y si queda coja no sirve. Es de sentido común y por eso, Jesús busca también perdonar nuestros pecados.

Nuestros esfuerzos deben ir orientados a la unidad. Una unidad de comunión, unidos en el mismo Cuerpo del que nos alimentamos espiritualmente. Una unidad que se fragua y consolida en las parroquias. Una unidad que nace de tomar conciencia de despertar nuestra presencia entre los demás y de sentirnos unidos, tenidos en cuenta, presentes en la oración. Ahí deben ir unidos nuestros esfuerzos. Unidos para también ayudar a los que lo necesitan.

Unidos para dar ejemplo y testimonio del amor que nos enlaza en Xto. Jesús. Por eso, debemos mantener nuestra mirada fija en el Señor para escuchar su Palabra y ver sus obras.

miércoles, 18 de enero de 2017

LA LEY ESTRECHA DEL EMBUDO

 (Mc 3,1-6)
Cuando digo y hablo de la ley del embudo, quiero referirme a esa mirada estrecha y muy personalista que muchos tienen de la ley, y que la aplican para sus intereses, dejándola de lado cuando les conviene. Es la táctica farisaica de aquellos judíos que les molestaba las enseñanzas de Jesús y el criterio de que por encima de la ley está la misericordia.

Es mirar la ley a través del embudo. Mirarla por la parte ancha del embudo y dejar el tubo, la parte más delgada para ver el horizonte. Indudablemente, se verá muy poco respeto a la verdad y situación de otros. Sólo apreciará su mirada, su verdad. No comprenderán, ni los sufrimientos, ni las actitudes, ni las situaciones por la que otros pasan. Sólo les importan su visión, su verdad y lo que ellos dicen. Por lo tanto, no es extraño que el Evangelio de hoy termine así: En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle.

Los que miran el horizonte por la parte del fonil que se echa el agua, verán el mundo muy estrecho y sólo lo podrán interpretar desde la amplitud de la parte de donde ellos lo miran. Verán sólo lo que ellos piensan y su mundo será el que ellos ven. La ley, la que ellos interpretan y exigen es la que todos deben cumplir, y en la que ellos se experimentan muy cómodos. Ellos controlan el agua que echan por la parte ancha del fonil y esa es su verdad. Luego, por donde sale, diríamos casi filtrada o como un hilo fino, representa a todos los demás, sometidos a sus leyes y controles.

Por eso, les molesta que Jesús destruya la prohibición del sábado y les perfeccione la ley. Porque las leyes están para hacer el bien y no prohibir aquello que beneficia al hombre. Sin lugar a duda, curar el sábado o domingo es siempre bueno para el hombre, porque la vida es un don sagrado regalado por Dios. Pero los controladores de la verdad no ven sino la suya, y no aceptan, aunque no tienen razones para responder al Señor, lo que hace y dice Jesús.

Desobedecen la sugerencia del Padre, Evangelio Mt 3, 13-17, el Bautismo de Jesús. Donde nos sugiere y presenta a su Hijo, el Predilecto, el enviado y al que nos invita a escucharle y hacer lo que Él hace.

martes, 17 de enero de 2017

LA NECESIDAD APREMIA Y PRIORIZA

(Mc 2,23-28)
Sin darnos cuenta las leyes se han antepuesto al hombre. Se hace la ley para que el hombre se someta a ella. Se programan actos y fiestas, se sierran calles y se prepara todo para la celebración sin tener en cuenta los intereses de las personas. Todos sometidos a las fiestas. Las cosas no han cambiado nada. También los judíos sometían los hombres al sábado.

El Evangelio de hoy nos describe una escena donde se experimenta que las leyes están hechas para someter al hombre, y no al revés. Las leyes debes legislarce para el bien y las necesidades de los hombres. No puede ser que los derechos y el bien del hombre quede supeditado al cumplimiento de la ley. Jesús, a la ingerencia de los fariseos responde: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». 

La necesidad prioriza y rompe toda ley, porque es el interés, el derecho y la necesidad del hombre lo que marca el nacimiento de la ley. Todo debe mirar al bien del hombre y debe estar en función del hombre. Así, Jesús, rompe con esa ley tradicional del sábado y les dice: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado».

Hoy poco ha cambiado. Se sigue mirando para la economía, para los intereses particulares y materiales, y se pospone el bien y los derechos del hombre sometiéndoles a la ley. Tratemos de ser coherentes y anteponer los derechos de hombre a la ley. Sobre todo el derecho a la vida, un don que Dios nos regala y que nadie puede apropiarse.

lunes, 16 de enero de 2017

VIVIR EN CONSTANTE RENOVACIÓN

El ayuno era una práctica frecuente dentro de las costumbres de los judíos. Un acto de piedad más que lo practicaban en ciertos momentos y para ciertas misiones o fiestas como expresiones de duelos, de penitencia y preparación...etc. Les extraña mucho que Jesús no inculque el ayuno.

Y Jesús les responde dándoles razones fundamentales. El esposo está con ellos, y la esposa, el pueblo de Israel, ahora el pueblo de Dios, no necesita ayunar cuando está con el Esposo. El esposo, según la expresión de los profetas de Israel, indica al mismo Dios, y es manifestación del amor divino hacia los hombres (Israel es la esposa, no siempre fiel, objeto del amor fiel del esposo, Yahvé). Es decir, Jesús se equipara a Yahvé. Está aquí declarando su divinidad: llama a sus discípulos «los amigos del esposo», los que están con Él, y así no necesitan ayunar porque no están separados de Él (Comentario: Rev. D. Joaquim VILLANUEVA i Poll (Barcelona, España).

Jesús da un giro y un sentido nuevo a esta práctica del ayuno. El ayuno fortalece la oración y sirve para prepararnos para la lucha y el combate contra las tentaciones de la vida diaria. Jesús ayuna en el desierto como preparación a su vida publica. El ayuno como instrumento de preparación para estar fortalecido en la oración y en el desapego. Por eso, Jesús nos habla de renovarnos y nos pone el ejemplo del paño viejo puesto en el nuevo: 
«Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos».

domingo, 15 de enero de 2017

JESÚS ES SEÑALADO EN EL BAUTISMO COMO EL ENVIADO E HIJO DE DIOS

(Jn 1,29-34)
Juan da testimonio de Jesús: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios».

El Bautismo de Jesús le señala como el enviado e Hijo de Dios, y en quien está el Espíritu. No es un acto protocolario ni uno más, es la señal del comienzo de la Buena Noticia de Salvación. Ha llegado el Hijo de Dios y, bautizado en la presencia del Padre y asistido por el Espíritu Santo, inaugura oficialmente, por decirlo de alguna manera, la llegada del Reino de Dios. Estamos salvados en Él. 

Él es el anunciado a todas las naciones en el libro de Isaías 49, 3, 5-6; es también el proclamado por Simeón, Lc 2, 29-32, y señalado por Juan Bautista: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que Él sea manifestado a Israel». 

Jesús es el Hijo de Dios, el enviado, el Mesías que viene a salvar al mundo. Está ya anunciado y profetizado, y Juan lo proclama como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Todo el plan de Dios está pensado para que llegado ese momento, Jesús fuera bautizado y proclamado el Mesías esperado. Con Él llega el Reino de Dios.

sábado, 14 de enero de 2017

YO TAMBIÉN, SEÑOR, QUIERO SEGUIRTE

(Mc 2,13-17)
Llamaste a Leví, el de Alfeo, hoy más conocido por Mateo, y respondió a tu llamada. Pero, ¿y a mí? ¿Me llamas? Seguro que también me llamas, porque un Padre como Tú no puede olvidar a ningún hijo. Pero, otra cosa es ver si yo te respondo y te sigo como hizo Mateo.

Esa, al menos, Señor, es mi intención. A Ti no puedo engañarte, porque, Tú, Señor, lo sabes todo y tu mirada penetra hasta el fondo de mi alma, y todo queda descubierto a tus ojos. Por eso, Señor, sabes de mí más profundas y ocultas intenciones, incluso mejor que yo. Y sabes que yo quiero seguirte, pero que mis fuerzas no son lo suficiente fuertes, valga la redundancia, para responderte. O, al menos, para hacerlo como Tú quieres.

Hoy me dices en el Evangelio que has venido a curar a los enfermos. Pues bien, yo soy uno de esos enfermos, y quiero dejarme curar por Ti. Porque Tú eres el mejor médico, que curas no sólo el cuerpo, sino también el alma, y das Vida Eterna. Tu Palabra es la medicina que cada día nos alimenta y nos sostiene y nos da vida, y nos lleva a alimentarnos con tu Sangre y tu Cuerpo, que, Tú, consagraste para nuestro alimento espiritual. 

Quiero responder, Señor, pero te necesito, para que me acompañes y me llenes de tu Espíritu, y me des la fortaleza y voluntad que necesito. Quiero responder como Mateo, pero experimento mi fragilidad, mi cuerpo enfermo y mi debilidad. Me experimento tentado, sin fuerzas y vacilante. Siento que, como Pablo, no hago lo que me gustaría hacer, y, sin embargo, me dejo llevar por lo que no quiero hacer. Desde esa experiencia, siento que no te escucho ni te hago caso. O dicho de otra forma, "quiero, pero no puedo".

Por eso, como titulo esta reflexión, "yo también, Señor, quiero seguirte", pero necesito tu Gracia para responder a tu Amor, y fortalecido, poder seguir tu camino como Mateo.

viernes, 13 de enero de 2017

JESÚS VIENE A PERDONARNOS Y SALVARNOS

(Mc 2,1-12)
La salvación no está en este mundo. Aquí, ahora o después, tendremos que enfermar y morir. Y, cuando no es así, será por un accidente o tragedia. Lo cierto es que la muerte llega. Se trata, pues, de aprovechar este tiempo de Gracia para salvarnos después. Cuando hablo de después, es de la muerte en este mundo y de la resurrección. Eso es lo que importa y a lo que Jesús ha venido. A ofrecernos la Misericordia del Padre y a perdonar nuestros pecados.

Por eso, tiene toda la lógica del mundo que Jesús haya saludado a aquel paralitico que le presentan con: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Porque lo importante es eso, alcanzar, por la Misericordia del Padre, el perdón de nuestros pecados. Y una vez más se descubre nuestra humanidad material, apegada a este mundo y pensando sólo en nuestra salud. Lógico también por nuestra condición humana, débil y pecadora. Buscamos a Jesús para que nos cure y no vemos más allá.

Es verdad que eso esconde una dosis de fe, pues quien no cree, no acude. Aquellos hombres, de forma generosa presentaron al paralítico a Jesús. Creyeron que Jesús le curaría, pero no advirtieron que el perdón de los pecados es mucho más valioso y la gran curación. Es esa misericordia y perdón lo que debemos buscar, porque por ella, la Misericordia, entramos en el Reino de Dios. Lo demás, aunque por nuestra condición humana lo buscamos, es caduco y tendrá su fin ahora o después.

Y Jesús, por nuestra torpeza y apego a este mundo, y viendo que los presentes no comprendían nada. Es más le acusaban de blasfemia, dejó muy claro quién era Él: « ¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma tu camilla y anda?’ Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». 

Amigos y hermanos en la fe, no se puede decir mejor ni más claro. Jesús tiene poder para hacer lo imposible y para perdonar nuestros pecados. Y ese poder lo dará también a la Iglesia, que por ella también podemos ser perdonados. Reflexionemos sobre la verdadera salud. La salud de la Vida de la Gracia, por la que, en los sacramentos, podemos alcanzar la vida que verdaderamente interesa, la Vida Eterna.

jueves, 12 de enero de 2017

YO TAMBIÉN QUIERO QUEDAR LIMPIO

(Mc 1,40-45)
Mi lepra, quizás, sea más difícil de quitar, porque es lepra de la fe. Una fe débil, desesperanzada y que no espera. Una fe que pide respuesta rápida, casi instantánea y satisfactoria. Una fe que no deja que actúen en ella, sino que es ella la que quiere actuar. Una fe que roza la desconfianza y se auto engaña justificándose.

Cuántos leprosos hay en este mundo. ¡Y parecía extinguida la enfermedad! La lepra sigue vigente, quizás disfrazada y con otro rostro. Pero sigue vigente. Pero el problema no es la enfermedad en sí, sino la desidia y desconfianza que se cuela dentro de nosotros. Porque no podemos creer si no nos agarramos a la Palabra y a la escucha atenta.

Jesús, el Señor, se ha quedado en la Palabra. Nos habla cada día, pero el problema es la falta de escucha. Pero también se ha quedado en la Eucaristía. Está con nosotros. Nos habla y se hace alimento espiritual para fortalecernos y curarnos, no en un momento de nuestra vida, sino a cada instante, a cada suspiro, a cada paso. Sí, quedaremos limpios agarrándonos a su Palabra de cada día. Hoy nos escucha, nos espera y nos responde.

Nos responde como no puede ser de otra forma, "Sí, quiero", e igual que aquel leproso, quedaremos limpios. Ahí entra nuestra fe, nuestra confianza y nuestra esperanza. Pensemos que el Señor nos pide fe, y esa fe nos exige fiarnos, perseverar y ser paciente. Pero sobre todo, esperarle. Esperarle hasta que Él decida regresar o hasta la última gota de nuestra sangre. Y seremos limpios. El Señor no nos falla. Somos nosotros los que fallamos.

Tengamos paciencia, y, sobre todo, fe. Una fe que nos levante el ánimo, que suavice nuestro corazón, que nos dé sabiduría para escuchar la Palabra de cada día, y para que, abandonados a la acción del Espíritu Santo seamos dóciles y fieles a sus mandatos.

miércoles, 11 de enero de 2017

LA ORACIÓN, FORTALEZA QUE NOS SOSTIENE

(Mc 1,29-39)
Hoy mi pensamiento me lleva a otra parte. Me pregunto qué pensarían aquellos a los que Jesús no curó. El Evangelio dice: Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. 

Me llama la atención ese: curó a muchos, porque eso supone que hubo otros a los que no curó. Y me digo que habrán pensado. Deduzco que igual ocurre hoy, hay muchos a los que Jesús no cura, o nos parece a nosotros que no cura. Hay personas y hasta familias que parece han nacido para sufrir, y no entendemos nada. No nos parece justo, pero realmente sucede así.

Supongo que la vida es un camino. Un camino que se hace pesado mucho más para unos que para otros. Supongo que todo tendrá su medida y recompensa justa en la otra vida. Aquí no nos queda otra sino la de correr cada uno con su suerte o destino. Lo importante es confiar que el Señor está presente en nuestra vida, nos mira y nos salva. Pero, a pesar de eso, el recorrido de esta vida lo tendremos que hacer hasta nuestro final. Y en ese espacio de tiempo, la oración es nuestra fortaleza, nuestra roca y paciencia que nos sostiene.

Él es el ejemplo. Se hace hombre, se despoja de todos sus previlegios e inicia su camino. Sufre y padece persecución desde niño; sufre y padece rechazos, insultos y toda clase de injurias y burlas. Y castigos que le llevan a la muerte. Podemos preguntarnos como aquel ladrón, ¿por qué no se cura a sí mismo, y también a nosotros?

Sin embargo, la respuesta está en aquel otro, el buen ladrón, que reconoce su culpa, pecados, y confía en Jesús, suplicándole que le tenga en cuenta cuando esté en su Reino. También nosotros, tanto los curados o los no curados, debemos confiar en Jesús, porque Él es el Señor y sabe lo que hace. Él es realmente el Camino, la Verdad y la Vida.

martes, 10 de enero de 2017

UNA DOCTRINA NUEVA

(Mc 1,21-28)
Jesús es diferente, comunica una salvación eterna no conocida. Jesús habla con autoridad. Su forma de proclamar convence y transmite seguridad y confianza. De sus Palabras se desprende que todo se cumple, que es verdad y Él tiene autoridad para decirlo y cumplirlo. ¡Verdaderamente, es una doctrina nueva!

Su forma de enseñar es nueva, diferente a la de los escribas. Esto no es a lo que estamos acostumbrados. Es una nueva forma de hablar y también, simultáneamente, de curar. Quedan asombrados y admirados de sus Palabras y doctrina. Se preguntan: « ¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen». Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.

Pero, ¿y nosotros? ¿Nos asombramos? ¿O estamos ya curados de espanto y nos lo tomamos con cierta indiferencia? Y hasta consideremos que estamos hartos de oírla muchas veces. Posiblemente, la época que nos ha tocado vivir, hartos y satisfechos de tanto consumo y comodidades, nos haga considerar que no necesitamos nada más, y menos oír mensajes que nos comprometen y nos sugieren salir de nuestras buenas y bien instaladas comodidades.

Necesitamos experimentar necesidad de salvación para estar en disponibilidad de despertar de nuestro letargo ciego y necio. Y salir de nuestro ego personal para darnos al bien y la solidaridad de los que sufren y lo pasan mal. Necesitamos experimentar deseos de renacer a la Vida de la Gracia y descubrir que Jesús nos salva y nos redime. Necesitamos deseos de abrir nuestros oídos y escuchar la Palabra de Dios que nos invita a caminar caminos de salvación junto al Señor.

lunes, 9 de enero de 2017

ESTAMOS EN LA ETAPA FINAL

(Mc 1,14-20)
Ahora Dios habla por Jesús. Es la etapa final, y eso significa que el Reino de Dios está cerca: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo... Hb 1, 1-6.

Por eso se nos invita a la conversión. Es tiempo de conversión, de mirar a Jesús y seguirle. Conversión significa cambiar el rumbo de nuestra, dar un giro de trescientas sesenta grados y vivir en la Palabra del Señor y en la vivencia diaria de la caridad. Convertirse es descubrir a Cristo en todos los actos de nuestra vida y ponerlo como prioridad de nuestra vida. Él la dirige y la conforma. Es el centro de nuestro vivir y de nuestro actuar.

Cristo centro también del Universo, de toda la historia pasada y presente. Convertirse es llenar toda nuestra vida de esperanza. Una esperanza de vida eterna que nos lleva a su encuentro porque en El encontramos esas respuestas de gozo y felicidad eterna. Convertirse supone salir victorioso de la lucha diaria contra el pecado que nos somete y nos esclaviza. Porque Él es el Señor y con su Muerte y Resurrección ha vencido al pecado y a la muerte, y nos ha liberado de esa esclavitud dándonos Vida Eterna.

Convertirse es entregarnos sin condiciones y por amor, porque por Él somos amados hasta el extremo de dar su Vida por salvar la nuestra. Convertirse es dejar mi vida, mis proyectos, mis ilusiones para conformarme con las de Jesús, el Señor. Convertirse es, como María, la Madre de Dios, abrirnos a su Gracia y entregarnos, como esclavos, dejándonos dirigir por la acción del Espíritu Santo.  

Convertirse es complacer en todo la Voluntad de Dios. Incluso en los momentos oscuros, confusos, contradictorios, ininteligibles...etc.  Convertirse es responder a esa configuración con Cristo que hemos recibido en nuestro Bautizo al ser convertidos en sacerdotes, profetas y reyes.

domingo, 8 de enero de 2017

EN ACTITUD DE COMPLACER

(Mt 3,13-17)
Nuestro objetivo es el de complacer, complacer la Voluntad del Padre. Porque el Padre se complace en el Hijo: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco». Y, nosotros, al intentar y esforzarnos en imitarle, complacemos también la Voluntad del Padre.

Esa debe ser nuestra petición de cada día, "complacer al Padre". Y complacer al Padre es tratar de vivir en el esfuerzo de hacer su Voluntad. Y hacer su Voluntad es vivir en su Amor y amando a los demás. Pero, ¿qué es amar y como amamos a los demás? Porque hablamos mucho de amor, ¿pero entendemos el significado de amar?

Cuando nos preocupamos por los demás; cuando cumplimos con nuestras responsabilidades; cuando nos empeñamos en atender y servir; cuando estamos presentes ante los problemas y sufrimientos del otro, a pesar de que experimentamos el deseo de huida, de alejamiento, de despreocuparnos...etc. Cuando permanecemos presentes y en el servicio, a pesar de nuestros apegos, apetencias y egoísmos, estamos amando.

Porque amar es mirar para Jesús y ver como nos ama Él a pesar de nuestros desplantes e indiferencias. Él es el modelo y la referencia. Por eso, al bautizarnos recibimos la fuerza, la asistencia y el compromiso del Espíritu Santo, que se compromete con nostros a fortalecernos y a ayudarnos para superar todos los obstáculos que nos impone el esfuerzo de amar. 

Ese es el camino que Jesús nos señala con su Bautismo: En aquel tiempo, Jesús vino de Galilea al Jordán donde estaba Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?». Jesús le respondió: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia».

Sí, necesitamos seguir al Señor, y eso empieza por bautizarnos como Él, para, por la Gracia de Dios, recibir al Espíritu Santo, que nos asiste, auxilia y fortalece para la lucha de cada día contra el pecado que nos amenaza y nos seduce.

sábado, 7 de enero de 2017

EL REINO DE LOS CIELOS ESTÁ CERCA

(Mt 4,12-17.23-25)
Cerca significa proximidad, y todos hemos oídos repetidas veces que la vida es un suspiro. Cerca está siempre su fin, y con su fin, nuestro destino, queda echado.  Nos jugamos nuestra vida en cada momento, y cada momento puede ser ahora, dentro de unos minutos o unos días. O, quizás, unos años.

En mi propia vivencia personal, puedo decir que mis días están próximos, pues por mi edad puedo aventurar que en unos diez o quince años, en el mejor de los casos, mi vida terrenal terminará su recorrido. Así que el tiempo apremia porque el Reino de Dios está cerca, pero muy cerca. Y eso, precisamente, es lo que decía Jesús: «Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca». 

Nuestra vida es un camino de penitencia y sacrificio. Y esa penitencia y sacrificio sólo se entiende desde el amor. Porque cuando amamos estamos dispuesto a darnos y entregarnos; dispuestos a servir y sacrificarnos; dispuestos a abajarnos y humillarnos. Es lo que hizo Jesús con nosotros. Y lo que continúa haciendo en cada instante de nuestra vida. Tiene siempre los brazos abiertos para acogernos, sanarnos y salvarnos. Y lo hace a pesar de nuestras infidelidades, nuestros desprecios, nuestros desplantes y rechazos.

Nuestra vida es corta. Se nos va sin darnos cuenta, y es la posibilidad que tenemos para alcanzar la Misericordia de Dios. Por lo tanto, ganemos tiempo confiándonos al Señor y abandonándonos en sus Manos. Dios nos da su tiempo, para que creamos en Él, le santifiquemos y permanezcamos cerca de Él y para que pongamos nuestra vida al servicio de los demás por amor.

Realmente nos encontramos con dificultades. Nuestra naturaleza humana, débil y propensa al egoísmo y la pereza. Debilitada por el pecado y sumida en la soberbia y la vanidad necesita sanación. Se hace necesario, pues, la oración, la penitencia y el alimento Eucarístico que la fortalezca y la sostenga firme y perseverante en la presencia del Señor.

viernes, 6 de enero de 2017

SEÑALES EN EL CIELO

(Mt 2,1-12)
Posiblemente hemos visto señales en el cielo, pero la cuestión no es verlas, sino interpretarlas. Y más, hacer el esfuerzo de seguirlas, es decir, vivirlas. Eso fue lo que ocurrió con aquellos magos de Oriente. No son ellos los que simplemente ven esas señal o estrella, son muchos. Pero no todos reaccionan de la misma manera. Recordemos que los pastores siguieron las indicaciones recibidas, y ahora, los magos hacen lo mismo.

Su visión no queda en un simple asombro, como parece ocurrió en muchos otros, sino que le impulsa a moverse y arriesgar la búsqueda e interpretación de esa señal. Una vez más experimentamos como la llamada de Dios nos sugiere salir, caminar, buscar y arriesgar. Salir de tu propia instalación y entrar en la del Niño Dios, en el pesebre como Él. Despojado de toda riqueza, comodidad, descompromiso, indiferencia y disponible para amar y darse a los demás.

Así, los magos se pusieron en camino arriesgando sus vidas y buscando hasta el punto de preguntarle a Herodes por el Niño que había de nacer. Metidos en la boca del lobo, que maquinaba como destruir a ese Niño que amenazaba su reinado. Y una ves más, la Providencia del Señor les aparta del peligro y le conduce por caminos de paz y liberación.

 Constatamos que el Espíritu de Dios nos asiste, nos acompaña y nunca nos deja solo. Constatamos que el Espíritu de Dios nos auxilia y nos fortalece en el camino y en las pruebas de nuestra fe. Porque la fe se fortalece cuando se da y se comparte. Por eso experimentamos y comprobamos la necesidad de compartir, aún en esta forma virtual, donde, si hay desventajas, también hay ventajas, como la de poder expresarnos y escucharnos.

Que este día de reyes sea un día donde nuestro mayor regalo sea encontrar el pesebre del Niño Dios, junto a su Madre, María y Padre adoptivo, José. Y que ese encuentro nos ayude a vivir nosotros también en actitud de "pesebre" con todos los que convivimos y nos relacionamos a lo largo del nuevo año.

jueves, 5 de enero de 2017

TRANSMITIR Y ACOMPAÑAR

(Jn 1,43-51)
Todos deseamos transmitir y acompañar. Al menos aquellos que experimentan amar. Quienes no lo sienten así permanecen en la muerte. Nos lo dice Juan: "El que no ama permanece en la muerte", 1Jn 3, 14. De la misma forma, transmiten y acompañan aquellos que quieren hacerlo y, sobre todo, a aquellos que se dejan acompañar y reciben lo transmitido.

Así, Felipe obedece a Jesús y le sigue. Y también se lo transmite a Natanael, que, aunque en principio le extraña que de Nazaret pueda salir cosa buena, le sigue y va a donde Jesús. Pensemos cuantas cosas nos han dicho de Jesús y a la que nos han invitado. ¿Cuál ha sido nuestra respuesta? ¿Nos hemos acercado? Si no acudimos al médico, no podemos ser curados por el médico.

Todo tesoro encontrado gusta de que los demás lo sepan. La vida se reduce a eso, pues quienes poseen grandes talentos o riquezas gustan de que los demás lo sepan. Y buscan oportunidades para, discreta o no, lucirse y manifestarlo. Un tesoro escondido pierde su valor y se muere en el anonimanto. De la misma forma, el Tesoro encontrado arde dentro de nosotros y quema nuestro corazón hasta el punto de comunicarlo y proclamarlo. Sobre todo cuando experimentamos gozo, alegría y paz.

Ahora, nadie puede dar lo que no tiene. Primero hay que tener para luego dar. No podrás dar a Jesús si no conoces ni estás con Jesús. Antes de hablar de Jesús, tendrás que hablar con Jesús, y hasta pedirle que te ilumine y ponga en tus labios las palabras qué y cómo debes decir.

Natanael confesó a Jesús inmediatamente de haberle conocido: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» Su experiencia de encuentro con Jesús fue gozosa e iluminadora, hasta el punto de confesarle como verdadero Hijo de Dios. Así debemos nosotros también confesar al Señor, convencidos de su Filiación Divina y entusiasmado por tenerlo entre nosotros y creer en Él.

miércoles, 4 de enero de 2017

LA INQUIETUD DE BUSCAR

(Jn 1,35-42)
Nadie que, antes no sienta inquietu por buscar, se pone a buscar. Nadie que no sientan deseos de conocer los interrogantes que anidan en su coarzón se ponen en camino de búsqueda y de encuentro. Al parecer los discípulos de Juan estaban buscando al Mesías. Y Juan se los señala quitándose él de en medio:  En aquel tiempo, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios».

Y al señalarle Juan al Mesías, no pudieron reprimir su inquietud de seguirle. Me parece, humildemente, que esa es la principal lección de este Evangelio. ¿Quiero yo seguir al Señor? ¿Estoy primeramente en actitud de búsqueda? Porque si no es así, ni sabes a dónde vas ni a quien buscas. 

Fue entonces cuando ambos discípulos experimentaron un encuentro personal con Jesús y decidieron quedarse con Él aquel día. Y ese encuentro deja huella y exulta de gozo y alegría hasta el punto de querer compartirlo. Claro, sólo te corresponderán aquellos que, como tú, están buscando, sienten inquietud por encontrar al que su corazón buscan ansiosamente. Así, Andrés, que era uno de aquellos discípulos, hermano de Simón Pedro, le encuentra y le comunica que al encontrado al Mesías. Y Pedro va con su hermano Andrés al encuentro del Señor.

Quizás a muchos de nosotros nos han hablado de Jesús, pero, ¿hemos ido a buscarle y conocerle? Quizás nosotros hemos oído a otros hablar de Jesús, pero, ¿eso nos ha inquietado para también nosotros ponernos en marcha y en actitud de conocerle? 

Posiblemente, Jesús tenga también algo para nosotros. Nos mira y nos habla, pero eso necesita una correspondencia por nuestra parte. Jesús sabe lo que hay en nuestro corazón, y seguramente no nos hablará hasta que nuestro corazón esté abierto y disponible. Por eso, dispongamos nuestros corazones abiertos a la escucha y Palabra del Señor, y pidámosle estar disponibles a dejarnos llenar de Espíritu Santo. Amén.