sábado, 28 de enero de 2017

LA OTRA ORILLA

(Mc 4,35-41)
Quizás nos convenga a nosotros también ir a la otra orilla. Quedarse instalado y bien aparcado puede anquilosarnos y acomodarnos. Sí, ¡claro!, cambiar de orilla siempre es molestoso, arriesgado y nos complica nuestra existencia. Un viaje exige esfuerzos y preparación, y, quizás, no queremos esforzarnos ni prepararnos. Nos incómoda.

La otra orilla exige cambio y riesgos de tormenta y tempestades, o, quizás, hechos imprevistos. Pero la fe nos da seguridad. Es precisamente eso, seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve. Caminar con el Señor debe darnos seguridad y confianza. Eso no nos exime de ser prudentes y tener sentido común. Pues, el Espíritu no está para arreglar nuestros irrazonables impulsos y caprichos.

La fe es saber que Jesús nos acompaña y actúa cuando es preciso y conviene. Y sólo Él sabe realmente cuando conviene. Claro, posiblemente no le entendamos ni comprendamos, pero siempre ocurrirá lo mejor para nosotros. Porque el Señor ha venido para eso, para salvarnos y ofrecernos un lugar de paz y plenitud eterna.

Como Abrahán, como Isaac y Jacob, sigamos la estela de la fe, confiados en el Señor. Su Espíritu nos guiará y nos llevará por el verdadero camino de salvación. Seguro que quedaremos asombrados y exclamaremos admirados sus maravillas, pues para el Señor todo es posible. Porque merecemos que el Señor nos riña como a los apóstoles. Y posiblemente más, pues ellos todavía no habían recibido el Espíritu Santo, mientras que nosotros si lo tenemos por nuestro Bautismo.

¿Dónde está nuestra fe?, nos puede estar gritando el Señor. ¿Es qué no hemos recibido suficiente testimonio para dejarnos guiar y abandonarnos en sus brazos? Pidamos que esa fe aumente en nosotros.

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