sábado, 21 de enero de 2017

UN BIEN QUE NO SE ENTIENDE

(Mc 3,20-21)
Cuando nuestra vida hace el bien, para muchos es molestia y les causa problemas. Muchos no quieres que tú hagas o vivas de otra forma, porque puede ser que esa forma, si nace y vive en la verdad, les descubra y les denuncie. Ese remordimiento les molesta y tratan de buscar razones que le justifiquen su rechazo y su defensa alegando que estás loco o perturbado. Y es en tu propia familia, como le ocurre a Jesús, donde encuentras más dificultades y tropiezos.

No se entiende la caridad y el amor desmedido de Jesús por hacer el bien. Todos acuden a Él porque, en Él, buscan y esperan encontrar la solución y el remedio a sus problemas. Y eso molesta a otros, a los cercanos, a los que no le valoran porque son de los suyos y no entienden su Divinidad. "Nadie es profeta en su tierra". Y ahí está María, en medio de esa encrucijada, y también señalada. Comprenderemos el camino de una Madre y su dolor hasta llegar al pie de la Cruz. Pero también descubriremos su firmeza, su fe y su perseverancia.

Esta humilde reflexión nos puede ayudar a considerar cuál es nuestra actitud. Porque también nosotros podemos encontrar exagerada la exigencia de la Palabra de Dios. También nosotros podemos discutir que el Evangelio es muy radical, muy exigente y que Jesús se pasa un poco. Y, posiblemente, tratemos de buscar algunas justificaciones. Caemos en el autoengaño.

Es posible que estemos incluidos en esa gente que no le deja tranquilo, ni siquiera comer. Le seguimos crucificando y exigiéndole que nos demuestre con su poder que es el Hijo de Dios, que baje de la Cruz y se salve, y nos sorprenda. No somos mejores que aquel ladrón de la izquierda. Una vez más, exigimos un dios hecho a nuestra medida, a nuestras verdades, a nuestras miradas por el estrecho embudo. Un dios que se acomode a nuestra manera de pensar.

Reflexionemos en ese sentido, e, injertados en el Espíritu Santo, tratemos de dejarnos conducir por su Luz, confiados en que con su asistencia y poder podemos hacer realidad nuestra correspondencia al amor que el Señor nos da.

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